Con respeto a los viejos

En los países con cultura milenaria es tradicional que se tenga respeto a las personas que han vivido muchos años, a los viejos que han visto y oído tantas cosas y, lógicamente, gracias a ello tienen más experiencia y sabiduría que los jóvenes. Pero en Guatemala se dio recientemente el caso que un sujeto a quien yo llamo siniestra sabandija (con perdón de las sabandijas), que de vez en cuando publica artículos estúpidos llenos de calumnias, difamaciones e insultos, en un asqueroso pasquín de un irremediable adicto al crack cuyo comportamiento es indigno de llevar el apellido de su padre adoptivo, el vilmente asesinado por la guerrilla periodista Isidoro Zarco y de su madre la recordada señora Teresa Bolaños de Zarco, quien antes de fallecer le heredó en fideicomiso unas acciones de la empresa del diario Prensa Libre, pero ni siquiera por ser socio le permiten publicar en sus páginas sus estupideces y desatinos de drogadicto. Esa siniestra sabandija que se cree poeta publicó un asqueroso artículo calumnioso y difamatorio contra mí en ese pasquín en el que se burló de que tengo 78 años de edad y afirmó que padezco de Alzheimer, o sea locura senil. Y afortunadamente no padezco de Alzheimer, tengo relativamente buena salud, a pesar de los achaques de la edad, y estoy gozando de mis facultades mentales. Por otra parte, se necesita ser muy estúpido y descastado -muy imbécil- para burlarse de una persona porque ha vivido muchos años, y faltarle al respeto. Ojalá que esa siniestra sabandija, que se cree un clon del Ché Guevara y todo el tiempo se disfraza con una boina con la estrella de comandante, logre sobrevivir tantos años como he vivido yo para darse cuenta de lo absurdo de su necia actitud.
Sin embargo, a pesar de tener tantos años de edad, estoy activo y trabajo para ganarme la vida como periodista, escribo todos los días, mientras que él es un mantenido por su madre y ha sido rechazado de varios periódicos por haber publicado estupideces irresponsables y cobardes insultos a personas dignas de respeto y ahora solamente publica de vez en cuando donde le dan cobijo unos artículos sumamente venenosos y cobardes contra personas que, evidentemente, son superiores a él a quienes envidia por diferentes razones. A mí me viene del norte que un badulaque pendejo diga que ya estoy muy viejo (lo cual no niego, a mucha honra), pero es mentira que padezca de Alzheimer porque aún tengo muy buena memoria, como lo demuestro en mis artículos. Y si Dios me lo permite voy a seguir escribiendo lo que pienso y lo que siento hasta el día de mi muerte porque he sido periodista durante más de 60 años, en los que he tratado, dentro del límite de mis facultades y capacidades y de mis medios, de servir a Guatemala y de informar y orientar a mis lectores sobre los temas que he abordado. Si se recopilan los miles de artículos que he publicado en el transcurso de mi vida en casi todos los periódicos del país, desde que en 1942 comencé a escribir en la Revista Faro Estudiantil del Colegio de Infantes, se podría editar muchos libros. Y el poco tiempo que aún me quede de vida deseo dedicarlo intensamente a hacer lo mismo mientras me pueda ser posible.
Esto viene a cuento porque ayer publicó el diario La Jornada de México una nota informando que se rindió un homenaje al poeta, escritor, narrador, ensayista, historiador y antropólogo Andrés Henestrosa, quien ya cumplió 100 años de edad, pues nació el 30 de noviembre de 1906, en Ixhuatán, Oaxaca, o sea que si aún sigue con vida el próximo 30 de noviembre, cumplirá 101 años. Y todavía sigue activo, relativamente sano, y con la mente lúcida. ¡Qué maravilla haber llegado a esa edad gozando de plena lucidez mental y con buena apariencia física! ¡Qué envidia! No creo que ese vaya a ser mi caso, porque sospecho que ya está cerca el día en que deberé emprender la insondable aventura de la muerte. ¡Bienvenida sea! No le tengo miedo, como se lo tiene Andrés Henestrosa, según dice su hija, porque creo que la muerte tiene que ser una experiencia aún más interesante que la vida, puesto que es la consecuencia de ésta pasajera etapa temporal. Pero mientras llega la muerte quiero dedicar todo el tiempo que viva a servir a mi país y a mis compatriotas. Quiero que sea útil lo que haga mientras vivo. ¡Con esto tengo bastante!
Un libro sobre este personaje
La hija de Andrés Henestrosa, Cibeles, acaba de publicar un libro con vivencias y anécdotas y datos biográficos de su padre, lleno de amor, admiración y devoción filial, naturalmente, sobre el cual el periodista Arturo García Hernández publicó en La Jornada un artículo con una entrevista que le hizo a ella. “De Andrés Henestrosa lo que más admiro son su tenacidad y tolerancia” y el subtítulo, La hija del centenario autor plasma en un libro las vivencias con su padre. “Me propuse develar el lado íntimo del escritor, indica a La Jornada”.

Foto tomada por Cristina Rodríguez al centenario escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa, el jueves pasado, en el homenaje que se le rindió en Ciudad Nezahualcóyotl, conurbada al Distrito Federal.

Con el propósito de sumarme al homenaje que se rindió a este personaje mexicano -que me merece mucha admiración y simpatía y muchísimo respeto- reproduzco a continuación el artículo publicado ayer en La Jornada con la entrevista a su hija Cibeles. Dice así:
?El centenario escritor Andrés Henestrosa sólo tuvo una hija, Cibeles, a la que ha querido como ”la niña de sus ojos”. Desde que él enviudó, en 1995, ella lo cuida y acompaña dondequiera que va. Desde siempre han tenido una relación muy estrecha. Hace algunos años Cibeles empezó a anotar recuerdos de dicha convivencia. Las notas se han convertido en el libro Andrés Henestrosa en la niña de sus ojos, publicado por el editor Miguel Angel Porrúa.
A propósito del volumen, Cibeles repasa en entrevista la relación con su padre. La conversación se llevó cabo ayer a bordo del autobús que los trasladó a Ciudad Nezahualcóyotl, donde el escritor oaxaqueño recibió un homenaje del ayuntamiento.
-¿Como se gesta el libro?
-Nació en momentos de soledad, de tristeza, de angustia, de alegría, pero de soledad, sobre todo. No lo pensé como libro, sino que cuando ya se aproximaban los 100 años de mi padre empecé a plasmar en algunos escritos vivencias, sentimientos, recuerdos. Escribí las primeras hojas y las tenía guardadas en un cajón. Un día que veía muy nervioso a mi papá, muy inquieto, las saqué, las puse en las manos y le dije: ”lee esto”. Me dijo: ”Está bien, escribe 23 fragmentos más y podrás hacer un libro”. Así se hizo.
El lado íntimo
-¿Es biográfico, sólo recuerdos, apuntes del momento?
-Son recuerdos y también una especie de biografía, aunque su vida la han contado muchos, la cuento con las palabras con que yo la escuché. Pero también hablo de la parte íntima de la familia, de él como niño, de mis abuelos, tanto paternos como maternos, hago un retrato de mi madre, cómo era, cómo se conoció con mi papá, cómo se casaron. Me pareció importante, porque generalmente no se conoce el lado íntimo de los escritores. No sé si a eso se le pueda llamar una aportación, pero ese es el sentido del libro.
-¿Cuál es el recuerdo más antiguo que tiene de su padre?
-No hay un hecho único, sino que de varios momentos lo que recuerdo es que me consentía mucho, era suave conmigo y me hacía ser una niña malcriada. Mi madre fue el otro lado de la balanza, el lado duro, fuerte. Así se hizo el equilibrio. Entonces yo nada más sé que mi papá fue siempre muy cariñoso conmigo, muy amoroso y me llevaba por todas partes.
”Mi mamá era más exigente y jalaba más la cuerda. Nunca pensé que pasado el tiempo, aquella hija única, consentida, juguetona y traviesa que fui, se iba a encontrar con que tendría la responsabilidad de cuidar a varias personas. Entre ellas cuidar a mi papá.”
-¿Es difícil?
-Es difícil, porque se necesita una entrega total, mucha paciencia, mucha comprensión y, sobre todo, mucho amor. La vejez tiene unos síntomas especiales, la gente mayor es triste, se mete en sí misma y empieza a recordar sus tiempos pasados y en esos tiempos pasados hay gente que ya no está viva; sus amigos, sus familiares, todas esas personas que quiso y con las que pasó momentos de fiesta y de paseo, ya no viven. Entonces es triste eso y hay que entenderlo muy bien. Y se vuelve una dependencia muy grande también de la persona que cuidas. Hay veces en que hay que salir, es necesario, porque afuera sigue la vida cotidiana, la vida prosaica, ir al mercado, al banco, pagar la luz o el teléfono. Cosas que tal vez mi papá no entiende.
-¿Cuál es la mayor enseñanza que le ha dado su padre?
-Creo que lo que más le admiro a mi papá son su tenacidad y tolerancia. El sabe respetar cualquier manera de pensar, cualquier manera de ser de otras personas que pueden no pensar igual que él, pero son sus amigos. Aquellas personas lo respetan y lo quieren aunque piensen de manera diferente en temas de religión, política y esas cosas. Esa es una gran enseñanza, la aceptación del ser humano, de tu prójimo, en cualquier condición social y económica. Estoy muy orgullosa de eso.
Miedo a la muerte
-¿Qué hace llorar, qué hace sufrir a Andrés Henestrosa?
-Bueno, le tiene mucho miedo a la muerte. Cuando muere algún amigo o familiar, él dice que se mete a la casa y atranca la puerta para que la muerte no lo vea y no lo encuentre. Tiene miedo a la muerte, mucho. Y hoy día ese es su sufrimiento muy grande, piensa que si se muere qué va a hacer sola su hija. Eso le causa dolor y miedo.
-¿Está usted preparada para la eventual ausencia de don Andrés?
-Hace dos años mi papá se enfermó gravemente y eso me tomó de sorpresa. Naturalmente uno sabe que a medida que pasa el tiempo y que las personas son mayores, es ley debida que se vayan. En esa ocasión él tenía que ir a ver a un siquiatra, un especialista, porque había estado muy deprimido y enfermo, pero no quiso ir. Entonces me presenté yo a ofrecer una disculpa al doctor y al estar platicando con él, me dijo que era necesario que me preparara para esa ausencia. Ya me ha tocado perder a mi mamá, a mi marido y, bueno, he tenido que estar fuerte para seguir adelante para levantar la casa, para apoyar a los hijos, para vivir.
-¿Es usted, en efecto, “la niña de sus ojos”?
-Soy presumida: sí soy la niña de sus ojos, porque además el hombre puede tener muchos amores, pero el amor que se le tiene a un hijo o a una hija es muy especial. Los que son padres lo saben, las madres saben lo que significa eso. Aunque ahora pregunta: ¿dónde está mi mama? Que curioso, ¿no? Ya no soy su hija, soy su mamá?.
Unos datos biográficos de Henestrosa
Los estudios primarios los hizo en Juchitán, Oaxaca. Habló exclusivamente lenguas indígenas hasta la edad de 15 años, en que se trasladó a la ciudad de México. Estudió durante un año en la Escuela Normal de Maestros. En 1924 se inscribió en la Escuela Nacional Preparatoria, en la que se graduó Bachiller en Ciencias y Artes. Inscrito en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, siguió la carrera de Licenciado en Derecho, sin graduarse. Asimismo fue alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México.
En 1927, siendo alumno de Sociología, su maestro Antonio Caso le sugirió que escribiera los mitos, leyendas y fábulas que refería oralmente.
“Andrés Henestrosa ha dado aportaciones destacadas al indigenismo.
En su libro Los hombres que dispersó la danza (1929) recreó e inventó, en prosa llena de brío y eficacia narrativa, cuentos y leyendas de su tierra zapoteca, tomados del acervo popular. Tras su frescura tácita late una orgullosa nobleza de su condición indígena, tan profunda como antigua. Su Retrato de mí madre (1940), es una de las páginas más hermosas de la literatura mexicana, en que la evocación filial, ajena a todo sentimentalismo, se expresa con una elocuencia sobria y vigorosa.
Henestrosa tiene, además, una importante labor crítica. Durante muchos años ha escrito ensayos, artículos y relatos, dispersos en las páginas de revistas y periódicos o como prólogos y contribuciones a diversos libros. En esta extensa obra ha seguido una línea paralela a la de sus libros de creación: la exaltación de su pueblo y de nuestro pasado indígena, la defensa del espíritu liberal y el estudio y valoración de las expresiones nacionales.” (José Luis Martínez)
En el año 1929 participó en la campaña presidencial de José Vasconcelos, otro oaxaqueño ilustre. Recorrió entonces una gran parte del país, al propio tiempo que leía y escribía cartas a sus amigos, haciéndoles descripciones de pueblos y crónicas de la gira electoral. De estos escritos muy poco se salvó al publicarse en periódicos y revistas de la época.
En 1936 fue becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York para realizar estudios acerca de la significación de la cultura zapoteca en América. Permaneció por breves temporadas en Berkeley, California; Chicago, Illinois; Nueva Orleáns; Louisiana; Nueva York, y otros lugares, siempre investigando en archivos y bibliotecas.
Fonetizó el idioma zapoteco, preparó el alfabeto y un breve diccionario zapoteca-castellano, en el que ese alfabeto se puso en práctica.
En Nueva Orleáns, en 1937 escribió el libro Retrato de mi madre (carta a Ruth Dworkin), que junto con la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes, y Canek de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana más veces editada.
En Oaxaca han nacido hombres ilustres que han dejado huellas en la historia de México, tales como el político liberal de origen indígena zapoteca Benito Pablo Juárez García, declarado ?Benemérito de las Américas?, quien nació en el villorio San Pablo de Guelatao el 21 de marzo de 1806 y murió el 18 de julio de 1872. Fue presidente de México varios períodos entre 1858 y 1872. Es célebre su apotegma “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Encabezó la patriótica resistencia a la invasión de las tropas francesas de Napoleón III que apoyaban al príncipe austriaco convertido en Emperador Maximiliano I de México, hasta que éstas fueron derrotadas y Maximiliano fue fusilado con algunos de sus generales mexicanos en el Cerro de las Campanas, Querétaro, de acuerdo a la historia oficial. Aunque también hay la versión (un tanto novelesca) que Juárez le perdonó la vida y Maximiliano vivió El Salvador con otro nombre hasta su muerte.

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