Un querido amigo mío suele decir constantemente que la vida es un rato cuando alguien le está dando demasiada importancia a algún problema que se le presenta. ¡Y no me cabe la menor duda de que tiene razón! Para algunos puede ser un rato largo, como en mi caso particular porque ya he vivido un poco más de 78 años, y para otros puede ser un rato corto, porque la muerte les llega cuando todavía son jóvenes, pero para ellos también ha sido solamente un rato. Lo traigo a colación porque recientemente unas personas malévolas dijeron que he dejado de existir cuando dejé de publicar mis columnas en un medio de comunicación en el cual colaboré durante diez años y eso es como si hubiese muerto, porque siempre he dicho que un periodista sin un medio de comunicación, donde pueda publicar lo que piensa y lo que siente, es como si no viviese. Pero, afortunadamente, yo estoy experimentando ahora esta novedosa fase electrónica de mi larga experiencia profesional y todavía puedo comunicarme con ustedes, mis estimados lectores.
Muchas veces he dicho que considero que ya he vivido suficiente tiempo y es hora de prepararme para pasar al “más allá” y es hora de que comience a hacer un balance de lo que he sido y lo que he hecho en la vida para ver si, en el análisis final, puedo darme por satisfecho con lo que he podido hacer o si, por el contrario, he perdido el tiempo y la oportunidad que Dios me dio para vivir esta vida que muchas veces ha sido tan grata, pero otras veces ha sido ingrata, pero hay que soportarla con estoicismo. Tomando en cuenta siempre que, como dice mi amigo, la vida es un rato.
En el balance del debe y el haber de mi vida tengo que decir que no he hecho fortuna porque esta profesión a la que me he dedicado es muy mal remunerada en países como éste, donde abundan los analfabetos, y por eso es que en mi casa no tengo valores materiales que los rateros podrían robar algún día, pero está llena de gratos recuerdos de las diferentes etapas de mi vida, en los que ningún ladrón podría estar interesado en robar porque no tienen valor material que pueda venderse en un mercado. Pero para mí son más valiosos que el oro y los diamantes que no tengo.
Nunca he sido un coleccionista de sellos postales ni de obras de arte, ni siquiera de mariposas disecadas he guardado, pero he coleccionado amigos por todas partes del mundo por donde he estado y me siento orgulloso de los muchos amigos que tengo. Aunque hace pocos días otro amigo me reprochó que soy demasiado generoso cuando califico de amigos a ciertas personas que realmente no lo fueron cuando las circunstancias les pusieron a prueba. A lo que le respondí que tiene razón, es verdad lo que dice, porque unas veces me han dado puñaladas por la espalda ciertas personas que yo había creído que eran mis amigas… pero comprendo que son gajes de la vida.
Hace poco tiempo otro amigo me dijo que se arriesga la vida cada vez que uno publica algo que puede disgustar a personas vengativas y capaces de contratar a un matón para que nos mande al “otro potrero”. Y quizás tenga razón, pero si uno se dedica a esta profesión, o este oficio, tiene que saber que va a correr riesgos, porque de lo contrario sería mejor dedicarse a escribir notas sociales en las que se queda bien con todos. Son razonables sus temores, pero no estoy dispuesto a vivir permanentemente con miedo a las consecuencias que pueda acarrearme el hecho de expresar con franqueza y sinceridad lo que pienso y lo que siento. Porque, como dice el amigo a quien me refiero, la vida es un rato. Conste que iba a decir que es ?solamente” un rato, pero él me corrigió para que quite el ?solamente? y solo diga que la vida es un rato.
Si un periodista de opinión, como he sido yo durante más de medio siglo, vive con miedo permanente a las consecuencias que podría acarrear lo que escribe y publica, más me valdría dedicarse a otra cosa, porque la vida de un periodista que dice frontalmente lo que piensa y lo que siente es un riesgo que se debe asumir a menos que uno no quiera vivir a plenitud. Cuando se asume el riesgo de publicar opiniones sobre cualquier tema que se aborda, hay que aceptar que nos podría acarrear graves consecuencias, hasta mortales, y siempre se tienen que sortear las más diversas situaciones arriesgadas en las que uno se mete, como si fuese un torero que le hace los quites al toro de la vida.
Y como estoy convencido de que tiene razón el amigo que dice que la vida es un rato, y yo ya he vivido tantos años, estoy preparado para que en cualquier momento pueda concluir esta maravillosa aventura temporal de vivir y tendré que experimentar la siguiente etapa que, estoy convencido, tiene que ser una aventura aún mejor que ésta porque es la consecuencia de lo que se ha vivido. La muerte es como un acto de clausura de la vida en el cual recibimos el diploma al que nos hemos hecho merecedores por nuestros actos. Y como el poeta, cuyo nombre no recuerdo, puedo decir ?vida, nada me debes?, porque cada uno de los días que he tenido la dicha de vivir ha sido una aventura maravillosa en la que he tratado de tener gratas emociones y recuerdos imborrables.