Carlos Fuentes en una foto reciente
Carlos Fuentes Macías nació en Panamá el 11 de noviembre de 1928 –el mismo día, el mismo mes y el mismo año que nací yo– porque su padre, el licenciado Rafael Fuentes Boettiger, era miembro de la misión diplomática de México en ese país. Después, vivió sus primeros años en Washington, D. C., a donde su padre había sido trasladado, y así fue como aprendió simultáneamente español e inglés; y descubrió el cine, que era una de las pasiones de su padre, pero sobre todo reafirmó su irrevocable entrega a la literatura. A principios de los años cuarenta se trasladó con su padre y su familia a Chile, donde comenzó a escribir narraciones que publicó en el boletín del Instituto Nacional de Chile. Después, su padre fue trasladado a Buenos Aires, ciudad que envolvió al joven escritor con su aire de metrópoli latinoamericana y universal. Después su padre fue nombrado Director de Protocolo de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la familia Fuentes regresó a México, donde Carlos terminó su bachillerato en el Colegio México y, hacia 1949, inició sus estudios de Leyes en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero pronto los abandonó porque se dedicó con mucho entusiasmo a descubrir la fascinante vida nocturna de la Ciudad de México, en lo cual coincidimos, experiencia que iba a ser revelada posteriormente en su novela La región más transparente (1958); y, desde luego, en el guión de la película Los Caifanes (1966). A principios de los años cincuenta, su padre se marchó de México para trabajar en la Comisión de Derecho Internacional de la Organización de las Naciones Unidas (UNE) y al mismo tiempo fue integrante de la delegación mexicana en la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Ginebra, Suiza. Así fue como conoció Francia, Italia, Bélgica y Holanda. A su regreso a México se volvió a inscribir en la Facultad de Derecho de la UNAM en donde formó parte de la llamada “Generación del Medio Siglo”. En 1953 fundó con sus compañeros universitarios la revista Medio Siglo y también publicó su primer libro de cuentos titulado Los días enmascarados, que no tuvo éxito de librería. Pero en 1958 publicó su primera gran novela, La zona más transparente, que le abrió las puertas de la fama. Por esas fechas colaboró con el periodista y escritor Fernando Benítez y Vicente Rojo en el suplemento México en la Cultura del periódico Novedades y a mediados de 1960 fundó la revista El Espectador. Posteriormente escribió las novelas: Aura, La muerte de Artemio Cruz, Cumpleaños, Zona sagrada, Cambio de piel y Terra Nostra. Y muchos otros más. Sin olvidar El espejo enterrado, desde luego.
Carlos fuentes recibiendo un galardón español
Me ha causado profunda tristeza la noticia del repentino fallecimiento del genial periodista, novelista, ensayista, dramaturgo y embajador mexicano Carlos Fuentes, uno de los más brillantes, prolíficos y exitosos escritores hispanoamericanos de los siglos XX y parte del XXI, a quien considero merecedor de mi más profunda admiración, el más alto respeto y sincera simpatía, tanto en lo profesional como en su comportamiento personal. Carlos Fuentes fue uno de los escritores claves del “Boom” literario y uno de los grandes maestros de la literatura mexicana junto con Alfonso Reyes, Octavio Paz y Juan Rulfo, el autor de la novela Pedro Páramo, entre otros, y de la literatura hispanoamericana con el argentino Julio Cortázar, autor de Rayuela, y el venezolano Gabriel García Márquez (“Gabo”), autor de Cien años de Soledad, La muerte del patriarca y El coronel no tiene qien le escriba, entre muchas otras. Por consiguiente, la noticia de su inesperada muerte, causada por el estallido de una úlcera que le causó un derrame de sanfre en la traquea intestinal, impactó mi espíritu porque en el transcurso de los 83 años de la vida de ambos, tuvimos varias coincidencias, algunas de ellas de carácter sentimental. Además de que los dos nacimos el mismo día, del mismo mes y del mismo año, en algún momento de nuestras vidas ambos vivimos por algún tiempo en las ciudades de Washington y Santiago de Chile, y ambos amamos particularmente las ciudades de México, Nueva York y París.
Así era Carlos Fuentes cuando nos conocimos
Además, los dos fuimos sumamente mujeriegos en tiempos de juventud, y me atrevo a decir que fuimos bastante afortunados en nuestras conquistas. Y por esas cosas extrañas de la vida, que no podemos explicarnos, en más de una oportunidad coincidimos en cortejar a la misma mujer, aunque sin ánimo de competir porque no lo hicimos a propósito, ni tampoco al mismo tiempo. Por ejemplo, ambos cortejamos a Sarita de Flores, una de las mujeres más bellas que ha tenido México hasta la fecha, hermana de nuestro mutuo amigo Ramón de Flores, propietario del fabuloso restaurante Villa Fontana, donde cantaba el genial compositor, cantante y pianista cubano de raza negra Bola de Nieve y que se hizo famoso no solo por su excelente conjunto de violines, sino también por la clientela tan exclusiva que lo frecuentaba, quien luego se casó con el charro cantor y torero Manuel Capetillo.
La bella actriz mexicana Rita Macedo, bella también como persona, actuó en un sinnúmero de películas y telenovelas, ya se había divorciado de su primer esposo, el productor de televisión Luis de Llano Palmer, con quien procrearon dos hijos: la cantante, actriz y productora Julissa y el hoy productor de televisión Luis de Llano Macedo, y se casó por segunda vez con el socialité muy petulante, con ambición de escritor, de nombre Pablo Palomino, pero este matrimonio duró muy poco tiempo y cuando se divorciaron Rita y yo sostuvimos un romance que aunque no tuvo larga duración, a ambos nos fue muy grato; y después, en 1959 se casó con Carlos Fuentes, con quien procrearon una hija, Cecilia Fuentes Macedo, que aún vive, y se fueron a vivir durante un tiempo a Londres, pero también se divorciaron y el 5 de diciembre de 1993 ella se suicidó de un tiro en la boca mientras estaba en su automóvil en el garage de su casa, a los 67 años de edad, (era dos años mayor que Carlos Fuentes y que yo) porque su médico le había pronosticado que tenía cancer. El nombre de esta extraordinaria primera actriz está escrito con letras de oro en la historia del cine, el teatro y la televisión de México.
Otra bella mujer que ambos amamos fue la actriz estadounidense Jean Seberg, nacida el 13 de noviembre de 1938, diez años y dos días después que Carlos Fuentes y que yo, quien fue seleccionada en 1957 por el director Otto Preminger entre 18,000 aspirantes para hacer el papel protagónico en la película Juana de Arco. Un año después trabajó de nuevo bajo la dirección de Otto Preminger en la película Buenos días Tristeza, adaptación del exitoso libro de la joven escritora francesa Francois Sagan denominado Bonjour tristesse. En 1959, un año más tarde, filmó la comedia Bienvenido Mr. Marchall, traducción caprichosa del título original The Mouse That Roared con la cual hizo su presentación en Hollywood el excelente comediate británico Peter Sellers; y a ésta le siguieron cerca de cincuenta películas más. Yo me le adelanté también esta vez porque anduve con ella en París antes de Carlos Fuentes, pero me causó temor cuando supe que estaba viviendo en París porque era simpatizante del grupo terrorista Panteras Negras y que estaba bajo estrecha vigilancia de la FBI, y me alejé de ella màs corriendo que andando. Sobre todo sabiendo que los gringos eran tan babosos que sospechaban que yo era comunista.
Después que yo, Fuentes se enamoró perdidamente de ella y le dedicó el personaje principal de su novela Diana la Cazadora y vivieron juntos varios meses en París hasta que ella lo abandonó por Clint Eastwood, en ocasión de filmar con él y Lee Marvin el western musical La leyenda de la ciudad sin nombre en 1969. Jean Seberg se casó cuatro veces. Sus tres primeros matrimonios terminaron en divorcio. En 1979, antes de cumplir 41 años de edad, murió en París en circunstancias no del todo aclaradas, pero se cree que fue por una sobredosis de barbitúricos. Parece que esta fue su octava tentativa de suicidio. Encontraron su cuerpo envuelto en una frazada que le había regalado Carlos Fuentes. A los 16 meses se suicidó también su último marido, el escritor Romain Gary.
Foto de estudio tomada en París de Arabella Árbenz
Otra pose tomada por el mismo fotógrafo
Otro caso en el que coincidimos fue con la también bella y muy atormentada Arabella Árbenz, hija del ex presidente de Guatemala, coronel Jacobo Árbenz Guzmán, derrocado por la CIA y la United Fruit Company. Al igual que el magnate de Televisa Emilio Azcárraga Milmo, Carlos Fuentes la había conocido en París, cuando ella era una muy bien cotizada modelo de pasarela y era amante del barón Phillipe Rotchchild, banquero y fabricante de vinos. Pero no lograron seducirla. Yo la había conocido originalmente cuando ella era una niña caprichosa insoportable de 13 años, y un día la llamé “patojita cabrona” (“patojita” en Guatemala es equivalente a “chamaquita” en México. Lo aclaro a solicitud de una estimada lectora mexicana) porque un día que su papá me pidió favor de llevar a sus hijos a casa de su mamá, que era amiga de mi familia, se puso insoportable conmigo, y se quejó con su papá, diciéndole que la había insultado, por lo que esa misma tarde Árbenz me citó a su despacho para preguntarme por qué había insultado a “Arabellita” y yo le dije que la había llamado así porque él me había pedido que hiciera el favor de llevar a sus hijos Arabella, Leonora y Jacobito a casa de su mamá y yo le dije que con mucho gusto y que me esperaran un minuto en mi automóvil que estaba estacionado frente a Casa Presidencial, y así lo hicieron, pero me demoré unos minutos en llegar porque estaba haciendo una diligencia, y cuando llegué ella me increpó diciéndome que si no les llevaba inmediatamente iba a pedir”otro chofer”, a lo que le respondí: “¡Yo no soy tu chofer, patojita cabrona!”, y él sonrió y me dijo: “Tenés razón, es una patojita cabrona, pero no se lo volvás a decir porque debés recordar que es la hija del presidente de la república, que podría molestarse si le faltás el respeto a su hija”, pero ahí quedó todo. Poco tiempo después ella fue enviada a Canadá, como interna a un colegio, y cuando su papá y su mamá, la salvadoreña María Villanova, y sus otros dos hijos, Leonora, la segunda, y Jacobo, el menor, se fueron al exilio a París, Arabella se reunió con ellos. Pero después se fueron a Moscú y la pusieron de interna en el Instituto Patricio Lumumba (obviamente comunista), ella se rebeló porque rechazó la fuerte disciplina y no le convencía el comunismo, que terminó por detestar, y encabezó a un grupo de compañeras latinoamericanas que se fugaron con ella. Ärbenz se enfureció, pero ya no pudo hacer nada y se trasladaron inmediatamente a Praga, pero la rebelde Arabella decidió irse a París para ser modelo y así lo hizo. La volví a encontrar en la fiesta de cumpleaños del barón Rothchild, a la que me llevó mi amigo el banquero Jean Pierre François. No la reconocí, pero al cabo de unas horas ella me llegó a saludar y se plantó ante mí y me espetó como un cañonazo: “¿No te acordás de mí cabrón?” Me dio risa y le contesté: “No, no te reconozco. ¿Quién sos?” y me respondió: “¡Soy la patojita cabrona!”. De inmediato pensé: “¡Púchica!, no lo ha olvidado!”. (Púchica es un eufemismo guatemalteco para expresar admiración y no decir “¡Puta madre!”, como diría un mexicano) Como era natural, la abracé con mucho afecto y ella fue recíproca. Poco rato después nos salimos de la fiesta para ir al restaurante Au Pied de Cochón del mercado Les Halles a tomar la famosa sopa de cebolla. Y desde entonces no nos separamos, y se vino conmigo primero a New York y después a la Ciudad de México, donde vivimos juntos durante poco más de dos años en un edificio de apartamentos en Génova 20, en la Colonia Juárez, en el mero corazón de la Zona Rosa. Como el gobierno de facto de Guatemala, del coronel Enrique Peralta Azurdia, no me “concedía” visa para regresar a Guatemala, yo trabajaba en el noticiario 24 Horas con mi amigo el periodista Jacobo Zabludovsky y todas las noches Arabella y yo íbamos a cenar y concluir las rondas nocturnas al exclusivo restaurante El Quid, en la calle Puebla, de la colonia Roma, donde nos topamos muchas veces con mis amigos “El Tigre” Azcárraga y Carlos Fuentes. Naturalmente, cada uno de ellos era la mar de simpáticos y amables, y nos invitaron a diferentes festejos y reuniones. Cada uno a cual más amigable. Yo entendía que no lo hacían por mí, pero me hacía el ingenuo. Cuando por fin los militares me dieron visa para regresar a Guatemala, le pregunté a Arabella si se vendría conmigo, pero cruzando los dedos y pidiéndole a la Virgen de Guadalupe que no quisiera venir, porque era insoportable por su inestabilidad emocional, y me contestó en forma categórica que no dejaba lugar a dudas: “¡Ni muerta quiero regresar a Guatemala!”. Y me lo reiteró dos o tres veces. Yo la dejé en México y antes de lo que canta un gallo la buscó primero “El Tigre” Azcárraga de quien de inmediato se hizo amante. Y Carlos Fuentes también estaba enamorado de ella al extremo que le escribió un argumento cinematográfico que llamó Un alma pura, como parte de la obra Los bienamados, una historia sobre incesto que fue llevada a la pantalla como cine experimental, con Arabella Árbenz y el veterano actor Ricardo Rocha. No me extrañaría que hayan tenido un romance apasionado. Es evidente que a él le gustaba ese tipo de mujer, porque había un cierto parecido entre ella y la actriz estadounidense Jean Seberg, de quien también estuvo muy enamorado.
Los posters de propaganda de la película Un alma pura
La Revista Life en español le dedicó la portada del 16 de agosto de 1965
Carlos Fuentes quedó tan impresionado con la belleza e inteligencia de Arabella que escribió este párrafo en el artículo titulado Gabo: memorias de la memoria que envió desde París: “En el México de los sesenta, la vida literaria giraba entre dos cafés de la Zona Rosa, el Kineret y el Tirol. Gabo y yo decidimos institucionalizar los encuentros todos los domingos de las seis de la tarde en adelante en mi desvencijado caserón en San Angel Inn. Por allí pasó la humanidad entera, todos éramos jóvenes, todos éramos promesas, todos fumábamos, todos bebíamos, unos se quedaron en promesas, otros se propusieron ganar la módica medida del genio con la desmesura del trabajo. Todos bailábamos al ritmo de los recién descubiertos Beatles y Rolling Stones. Prueba: una extraordinaria foto de Gabo bailando el watusi con Elena Garro. Todas las muchachas eran bellas. ¿Quién más que la trágica, frágil orquídea de un invernadero ístmico, Arabella Arbenz? Arabella, hija del derrocado (por la CIA) presidente de Guatemala Jacobo Arbenz, vino a México a hacer cine y Gabo y yo éramos pareja de guionistas tan frágiles en nuestro métier como Arabella en su vida. Escribimos juntos el libreto de El gallo de oro, cuento de Juan Rulfo que dirigiría Roberto Gavaldón, realizador tan en demanda que durante el día escribía un guión para Libertad Lamarque y de noche, con nosotros, El gallo de oro, de suerte que, confundidos, a veces poníamos al gallo a cantar tangos y a doña Liber a cacarear. Un buen día, García Márquez me dijo: ¿qué vamos a hacer? ¿Salvar al cine mexicano o escribir nuestras novelas? La suerte estaba echada.”
Cuando nos conocimos él acababa de publicar su primera novela, Los días enmascarados, con poco éxito en el mundo de las letras y de librería, con este texto que reúne los relatos cortos Chac Mool, Tlactocatzine, Letanía de la orquídea, entre otros, pero no tuvo mucho éxito. Sin embargo, en 1958 publicó su excelente novela La región más transparente, un retrato de la Ciudad de México de mediados de siglo XX, durante los años 50 y 60. Es considerada una de las grandes obras de la literatura urbana mexicana, la cual le abrió las puertas a la fama internacional.
En esos años la Ciudad de México tenía solamente 4 millones de habitantes, no habían tantos vehículos motorizados, ni smog, y todos los días se podía ver con total claridad la cordillera, en la que sobresale el volcán Iztaccíhuatl conocido como “La Mujer Dormida”. Era sumamente agradable cuando uno salía de su habitación poder ver con toda claridad esa montaña colindante con el Estado de Puebla. Era en verdad la región más transparente, como tituló su libro, pero, lamentablemente, dejó de serlo cuando el Distrito Federal se sobrepobló de habitantes y de vehículos motorizados que despiden humo negro y la excesiva población que tiene ahora. Ahora solamente se puede ver en las mañanas después de que ha habido mucho viento y se ha limpiado la atmósfera de smog. Pero desde que creció tanto la Ciudad de México con las zonas conurbadas, ya es imposible ver a La Mujer Dormida. El volcán Iztaccíhuatl está situado 64 Km al sur-este de la Ciudad de México, colindando con el Estado de Puebla, es la sexta elevación en Norteamérica por lo que a altitud se refiere, y tercera cumbre mexicana Consiste en un edificio volcánico poligenético alargado de 15 Km de longitud tan antiguo que su origen se puede remontar al Terciario medio. Popularmente se la conoce como “La mujer dormida”. El parecido de su perfil con una mujer recostada ha facilitado la designación de sus cúspides más altas: la cabeza (5,146 m) al norte; el pecho (5,230 m); y los pies (4,703 m) al sur. Hay siete picos más bajos a lo largo de la sierra dentada entre el pecho y los pies, estas crestas tienen los nombres de los eminentes científicos que exploraron la montaña durante la última mitad del siglo XIX.
El título de la segunda novela de Carlos Fuentes, La región más tranparente, se justifica porque en ese tiempo no había smog y el cielo estaba claro, era muy agradable ver hacia la montaña para saludar a la Mujer dormida, la Zona Rosa era francamente encantadora y estaba en su apogeo. El mejor hotel de la ciudad era El Presidente en la calle Hamburgo, donde a dos cuadras estaba el excelente restaurante Focolare, y a dos cuadras el popular Café Kineret y El Tirol, y a la vuelta la elegante boite Jacaranda, que por entonces era un punto de reunión para la más alta sociedad de la ciudad y los turistas pudientes. Ambos establecimientos pertenecían a la compañía Nacional Hotelera, del exitoso empresario catalán César Balsa, mi recordado amigo, a quien se debe el nombre de Zona Rosa. Todo alrededor estaba plagado de tiendas elegantes y de buenos y alegres restaurantes como el sensacional “1,2,3” de Luis Muñoz, acreditado como el mejor barman que había en México. A cualquier hora del día o de la noche se podía caminar tranquilamente por las calles sin ningún peligro. Por esos lugares nocturnos me encontré muchas veces a Carlos Fuentes que era un hombre bien parecido y siempre se caracterizaba por ser el mejor vestido, por lo cual se le apodó “el dandy“.
Es indudable que la muerte de Carlos Fuentes constituye una lamentable pérdida no sólo para México y la literatura mexicana, sino para la literatura mundial, en general y para toda la intelectualidad de habla hispana. Carlos Fuentes falleció el martes 15 de mayo de 2012, alrededor del medio día, en el hospital privado Ángeles, por una fuerte hemorragia sanguínea en el tracto intestinal a causa de una úlcera. Esa mañana amaneció sintiéndose mal, pero se levantó a bañarse y de pronto vomitó sangre y se cayó desmayado, por lo que su esposa, la aún bella periodista Silvia Lemus, de 67 años de edad, mi recordada y querida amiga, le dijo que creía que era necesario llevarle a un hospital y él le respondió: “Sí güerita”, como llaman en México a las rubias. (Continuará)
Twitter: @jorgepalmieri