MISCELÁNEA DEL 05/04/14

1.- Juicio final a Máximo Cajal y López

El diario EL PAÍS de España publicó un artículo del diplomático y escritor Fernando Schwartz que constituye una especie de panegírico al infausto ex embajador español en Guatemala Máximo Cajal y López, dando cuenta de su muerte, ocurrida anteayer. Es evidente que Schwartz era amigo y admirador de Cajal, como puede verse en este artículo que voy a reproducir textualmente. Como siempre, me reservo el derecho de agregar un comentario al final del artículo.

Muere Máximo Cajal, diplomático afable, recto y pesimista

Sobrevivió al asalto de la Embajada española en Guatemala el 1980.

Arriesgó su carrera al defender en un libro la devolución de Ceuta y Melilla a Marruecos.

* Máximo Cajal, todoterreno de la diplomacia española.

Fernando Schwartz, 3 de abril 1014
“Murió anoche, sin sentir, como todos querríamos.
Fue amigo, afable, recto como un huso y pesimista. Los que le quisimos fuimos incondicionales suyos; los que le odiaron fueron implacables en su enemistad. Una enemistad que nació, como tantas cosas en este país nuestro, de la furia mediática, originada en este caso en el asalto a la Embajada de España en Guatemala, de cuyas asesinas intenciones se libró por arrojo personal pero con gran tristeza al ver que morían los demás allí encerrados. La acusación rastrera que en aquella ocasión pretendía involucrarlo en maquiavélicos planes comunistas le persiguió hasta el fin de su vida. Pero muy mal no lo debió de hacer a juzgar por su trayectoria profesional en la diplomacia. Hasta hubo un momento en que pudo ser ministro de Asuntos Exteriores y lo venció la franqueza con la que dijo en un 
libro publicado justo antes de las elecciones que auparon a Rodríguez Zapatero a La Moncloa, que Ceuta y Melilla debían ser devueltas a Marruecos por justicia histórica y para que tuviéramos la fiesta en paz. Él sabía lo que le iba a costar.
Maestro de la sorna, Máximo Cajal (Madrid, 1935) hizo de todo en la vida diplomática, desde ser intérprete entre De Gaulle y Franco hasta tenérselas tiesas con los estadounidenses en las negociaciones para la renovación de los acuerdos Madrid-Washington (no sin que la brigada mediática, ignorando deliberadamente que defendía los intereses españoles, lo acusara de seguir los dictados de Moscú). Todo lo recordaba con una sonrisa de medio lado, hasta el detalle de dimitir como embajador en París cuando Aznar, recién ganadas las elecciones, le hizo un feo público en su primera visita a Francia; un feo a su propio embajador. Jubilado ya, iba en autobús a los sitios hasta cuando ya estaba hecho unos zorros y contemplaba con fascinación la risa algo desgarrada y las ocurrencias de Bea, su mujer. (Se refiere a su amante, Beatriz de la Iglesia, hija del escritor humorista Álvaro de la Iglesia). Hacía décadas que había torcido su carrera para seguirla a todos lados y para convencerla de que hiciera ella lo propio. Fue una batalla de voluntades y amores espléndida de ver. Una batalla entre el pesimismo y las campanillas. Desprovistos de su mirada de amable tolerancia, los amigos hemos quedado empobrecidos en este páramo que va quedando”. (Fin del artículo de Schwartz).
Mi comentario: no respeto en lo más mínimo la opinión que el escritor y diplomático Fernando Schwartz pueda tener del ex embajador Máximo Cajal y López, y al comentarla comienzo por decir que, a juzgar por la experiencia que vivimos los guatemaltecos cuando él desempeñó aquí el cargo de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Reino de España, no fue precisamente un “diplomático afable y recto”, como le califica Schwartz. Por el contrario, hizo evidente desde el principio de su gestión que se sentía a disgusto en Guatemala, porque él deseaba ser nombrado Embajador en Cuba. Movido por sus inclinaciones ideológicas socialistas, desde que llegó se comportó como una persona antipática y nada amistosa y se inmiscuyó en los asuntos internos de nuestro país que en ese tiempo las fuerzas militares y policíacas del Estado de Guatemala estaban combatiendo a una subversión guerrillera marxista-leninista apoyada y financiada por el dictador comunista cubano Fidel Castro y entrenada en Vietnam y en Cuba, con el propósito de derrocar al gobierno establecido e instaurar un régimen marxista satélite de Cuba, como el de los sandinistas en Nicaragua.
Por otra parte, en varias oportunidades me he visto en la necesidad de repetir mi testimonio personal sobre la supuesta “toma pacífica” de las oficinas de la Embajada de España, ocurrida el 31 de enero de 1980 por un grupo de indígenas del departamento del Quiché miembros del Comité de Unidad Campesina (CUC), brazo armado de la guerrilla, encabezado por Vicente Menchú Pérez, padre de la premio Nobel de la Paz 1992 Rigoberta Menchú Tum.
Reproduzco a continuación el artículo que publiqué el jueves 12 de abril de 2012 sobre este tema
TRAMPA DEL EMBAJADOR CAJAL

El abyecto Máximo Cajal dio su versión por video-conferencia

El ex Embajador de España se comportó como un bellaco.

Lamento tener que ser tan repetitivo, pero aunque ya he publicado varias veces la historia de lo que realmente ocurrió en la tragedia en las oficinas de la Embajada de España en Guatemala el 31 de enero de 1980, creo necesario reiterarlo para quienes aún ignoran la verdad. Y no me cansaré de repetirlo cada vez que sea necesario, como ahora que la Audiencia Nacional de España está reviviendo el juicio que la indígena guatemalteca Rigoberta Menchú Tum entabló contra algunos altos funcionarios del gobierno guatemalteco de aquellos días. No me mueve otro interés que no sea el deseo de que prevalezca la verdad y desmentir a quienes, ya sea porque estaban comprometidos, o por un espíritu vengativo, o por su ideología política izquierdista, achacan toda la responsabilidad a las autoridades del país y no toman en cuenta que la principal culpabilidad fue del villano que, desafortunadamente, era el Embajador del reino de España, Máximo Cajal y López, cómplice de los invasores supuestamente “pacíficos” a las oficinas de su embajada.
Desde antes de que Cajal y López viniera a nuestro país a desempeñar el cargo de Embajador del Reino de España, el gobierno guatemalteco había sido informado por su respetable y bien recordado antecesor, el embajador Carlos Manzanares y Herrero, que Guatemala tendría que tener mucho cuidado con él por ser un individuo conflictivo y de extrema izquierda, lo que no habría sido motivo de objeción de no ser porque se estaba viviendo una confrontación armada entre las fuerzas regulares del gobierno y la guerrilla subversiva apoyada por comunistas de varios países. No obstante, el gobierno del general Romeo Lucas García cometió el grave error de concederle el beneplácito reglamentario. Con los datos que se tenían de él, la Cancillería no le debió concederle el beneplácito correspondiente. Además, se sabía que él realmente deseaba ir a Cuba con ese mismo cargo, pero aceptó a regañadientes venir a nuestro país con su compañera de vida, Beatriz de Laiglesia, hija del escritor y humorista Álvaro de Laiglesia, una mujer bastante atractiva y de su misma ideología, con quien convivía. Aún antes de presentar los originales de sus Cartas Credenciales al Presidente de la República, Cajal expresó en diferentes reuniones diplomáticas y sociales ciertos comentarios impertinentes contra el gobierno guatemalteco y a favor de los guerrilleros subversivos –lo cual está terminantemente prohibido por la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas–, al extremo de viajar varias veces a Quiché para entrevistarse con elementos antigobiernistas por medio del entonces obispo en ese departamento, Juan Gerardi Conedera, quien era sabido que simpatizaba con la subversión. Por este comportamiento imprudente de Cajal, con el cual estaba en desacuerdo el secretario de esa misión diplomática, mi recordado amigo Jaime Ruiz del Árbol, deseaba ser trasladado a otro país, como nos dijo a varios de sus amigos, porque no estaba de acuerdo con las perversas intromisiones del embajador Cajal en los asuntos internos de Guatemala, por su ideología socialista; aunque, después de la tragedia, cuando regresó España, su inconsolable viuda María Dolores Cruz Moratinos (“Lola”) fue obligada a declarar lo contrario para no perder derecho a la indemnización y obtener un empleo en el Protocolo del Ministerio de Exteriores. Pero cuando ella estaba todavía aquí, frente al cadáver de su esposo, le confió a su paisano y amigo, el ingeniero, economista, industrial, periodista y escritor Francisco Pérez de Antón, que ella había pedido a su esposo que no acompañara a Cajal en sus visitas al departamento del Quiché para reunirse con guerrilleros y unos curas españoles simpatizantes de la subversión. El abyecto embajador Cajal dijo que la quema de las oficinas de la embajada “fue planeada”, y en eso dijo la verdad porque, en efecto, él planeó con los guerrilleros subversivos la “toma pacífica” durante su última visita al Quiché, donde acordaron lo que llamaron “Plan de la subida” (en contraposición a la Embajada) y para asegurarse que el hecho tendría resonancia internacional, convocó con inaudita insistencia, para que se presentaran en su oficina exactamente a la misma hora que llegaran los invasores “pacíficos”, a distinguidos juristas guatemaltecos para que sirvieran de rehenes: el ex Vicepresidente de la República, Eduardo Cáceres Lehnhoff, el licenciado Adolfo Molina Orantes, ex ministro de Relaciones Exteriores, el doctor Luis Beltranena Sinibaldi y el doctor Mario Aguirre Godoy, quienes le habían solicitado una cita para hacer arreglos para una próxima reunión internacional de juristas que tendría lugar próximamente en Guatemala. Por eso digo que Cajal se comportó como un bellaco irresponsable y un tramposo. Lo primero por haber invitado a los campesinos a ocupar “pacíficamente” sus instalaciones para que, amparados en la inmunidad de su sede diplomática, hicieran una escandalosa denuncia internacional contra las autoridades de Guatemala, lo cual significa inmiscuirse en los asuntos internos de nuestro país; y lo segundo por haber insistido en que llegasen precisamente a esa hora los ilustres juristas para que sirviesen de rehenes. Esa fue una cobarde y vil trampa artera que el entonces embajador de España les tendió, al extremo que hizo que su secretaria llamara por teléfono insistentemente a las oficinas y a las residencias de esos distinguidos abogados diciendo que debían llegar puntualmente a las 11 de la mañana, porque era la hora en que estaba previamente programada la “Operación Subida”.
La tragedia ocurrida en la Embajada de España en Guatemala el 31 de enero de 1980, causada por la “invasión pacífica” de un grupo de campesinos del Comité de Unidad Campesina (CUC), un brazo armado de la guerrilla, encabezados por su secretario general, Vicente Menchú Pérez, causó 37 muertos, fue como “una película de horror”, según relató desde Madrid, por medio de video-conferencia el entonces embajador de España, Máximo Cajal y López.
El diplomático, entonces de 77 años de edad, presentó su testimonio ante el juez de la Audiencia Nacional de España Santiago Pedraz, sobre lo que ocurrió en las oficinas de la embajada de España el 31 de enero de 1980, declaración que fue retransmitida al Juzgado Undécimo Penal de Guatemala, que investiga ese caso en el juicio que se está siguiendo en contra de Pedro Arredondo, ex jefe del Comando Seis de la desaparecida Policía Nacional, a quien se responsabiliza de haber dirigido el grupo de policías que participó en el asalto a las oficinas de la embajada española. Estos testimonios fueron aceptados por el tribunal como “pruebas anticipadas”.  En ese caso, también se debería entablar un juicio contra el comandante guerrillero Gustavo Meoño Brenner, porque él ha reconocido que fue quien ordenó a un comando del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), encabezado por una estudiante de Derecho, que apoyara a los campesinos. El ex jefe del Comando Seis, Pedro Arredondo, es la única persona detenida y procesada por ese hecho, aunque desde diciembre del año pasado el juzgado que conoce el caso emitió también una orden internacional de captura con fines de extradición contra el entonces ministro de Gobernación, licenciado Donaldo Álvarez Ruiz, quien desde entonces es prófugo de la justicia.
Según el ex embajador Cajal, un grupo de campesinos indígenas, procedentes de el Quiché, acompañados por un grupo de universitarios subversivos, “ocuparon en forma pacífica” las oficinas de la embajada española con el objetivo de “denunciar ante la comunidad internacional la represión militar de la que eran víctimas los pobladores del noroccidental departamento del Quiché”. ¿Cómo puede decir que la invasión de los campesinos y guerrilleros fue “en forma pacífica”, cuando llevaban pistolas, machetes y bombas molotov? Porque en su testimonio bajo juramento, el ex embajador reconoció que los campesinos llevaban consigo pistolas y botellas llenas de gasolina con mechas, que se conocen como “bombas molotov”, las cuales dice que él guardó detrás de unos libros, pero agregó que ignora si el incendio fue causado por uno de esos cocteles molotov que uno de los guerrilleros lanzó a los policías por un agujero, pero no logró que saliera y rebotó sobre la alfombra plástica que se incendió y de inmediato hizo que estallaran las demás bombas molotov. Sin embargo, Rigoberta Menchú y sus aliados insisten en afirmar que el fuego fue provocado desde afuera por los policías con equipo de lanza llamas. ¿Cuándo ha tenido lanza llamas la Policía de Guatemala? ¡Jamás!
Según el abyecto embajador Cajal y López, los agentes de la Policía Nacional, “armados hasta los dientes con metralletas y hachas”, rodearon la sede diplomática y, por más que él intentó comunicarse con las autoridades para pedir que retirasen a las fuerzas de seguridad, no obtuvo ninguna respuesta. Habría qué preguntarle a ese bellaco si los policías debieron estar armados con palillos de dientes para enfrentarse a los invasores “pacíficos” armados con pistolas y bombas molotov. Relató también que “Se oyeron unos disparos y en ese momento inició el incendio”, pero no dijo que los disparos fueron hechos desde adentro por los “invasores pacíficos” y no los hicieron desde afuera los policías que trataban de entrar al edificio para rescatar a los diplomáticos y demás rehenes y devolver la seguridad y tranquilidad a los miembros de la misión española, de acuerdo a un mandato contenido en la Convención de Viena para Relaciones Diplomáticas, y desalojar a los invasores. Porque si bien hay un artículo de la Convención de Viena que establece que las instalaciones diplomáticas gozan de inmunidad (y algunos ignorantes creen que significa “extraterritoriedad”, pero no lo es), hay otro artículo que dice que los países anfitriones deben garantizar “la seguridad y tranquilidad” de las embajadas acreditadas en el país, y supongo que no había ni la una ni la otra en esa embajada desde el momento en que había sido invadida por los campesinos y los estudiantes universitario que eran guerrilleros subversivos. Pero como Cajal estaba bajo juramento no se atrevió a mentir, como lo ha hecho anteriormente, al afirmar que el incendio fue causado por lanza llamas de los policías. Sobre todo en su infame libro titulado “A saber quién puso el fuego ahí”.
En su declaración dijo que las autoridades guatemaltecas impidieron la entrada de los cuerpos de socorro a la sede diplomática para prestar auxilio a las víctimas, y afirmó que la mitad de ellas murieron calcinadas y el resto por heridas de bala. Sin embargo, al día siguiente los medios de comunicación informaron de que llegaron al edificio los bomberos y la Cruz Roja, al extremo que a Cajal le recibió al salir de su embajada la funcionaria de la Cruz Roja Guatemalteca Odette Arzú, quien, inexplicablemente, se había presentado frente a la embajada con una ambulancia desde antes de que ocurriera la tragedia. Prensa Libre publicó entonces esta foto que de nuevo publicó hoy, en donde se puede ver en acción tanto a los bomberos como a elementos de la Cruz Roja. De hecho, pueden verse en la terraza de la oficina de al lado al presidente de la Cruz Roja, doctor Enrique Bauer, y al conocido empresario cinematográfico Ramiro Samayoa Martínez.

Foto de Archivo de Prensa Libre

El embajador Cajal y el campesino Gregorio Yujá fueron los dos únicos supervivientes del asalto, con excepción del doctor Aguirre Godoy, quien logró escabullirse antes de que estallaran las bombas molotov, pero Yujá fue secuestrado dos días después en un sanatorio privado y su cuerpo sin vida y torturado fue encontrado el 2 de febrero de 1980 frente a la rectoría de la Universidad de San Carlos. Nadie con dos dedos de frente puede creer que las fuerzas de seguridad del gobierno iban a ser tan estúpidas de secuestrar, torturar y matar a Yujá para después ir a tirarlo frente la rectoría de la USAC. Cualquiera puede comprender que si eso lo hubiese hecho el gobierno, habrían enterrado su cadáver o lo habrían ido a tirar al mar o al cráter de algún volcán en actividad. Por eso cabe la sospecha de que fue secuestrado y asesinado por los mismos guerrilleros para impedir que declarase cómo se había organizado la “invasión pacífica” a las oficinas de la embajada de España. En la misma diligencia judicial prestaron testimonio también Beatriz de Laiglesia, amante del ex embajador Cajal, y Pedro Bermejo, quienes denunciaron “las amenazas y acoso que sufrieron los diplomáticos españoles en Guatemala durante los días posteriores a la quema de la legación”. De hecho, en los días subsiguientes, un buen número de respetables españoles residentes en Guatemala publicó un campo pagado desplegado en los periódicos repudiando la actitud del embajador Cajal.

Rigoberta Menchú Tum con su inseparable nahual en el pecho

La diligencia judicial se celebró a petición de la premio Nobel de la Paz 1992, la nada pacífica indígena guatemalteca Rigoberta Menchú Tum, quien presentó una querella contra una decena de antiguos altos funcionarios guatemaltecos por el asalto a la Embajada española. Vicente Menchú Pérez, padre de Rigoberta Menchú, fue una de las 37 víctimas del asalto, entre las que figuraron también el secretario de la embajada y cónsul español Jaime Ruiz del Árbol y los funcionarios Felipe Sáenz, una señora Mary de Barillas y María Teresa Vázquez de Villa, quien llamó por teléfono al ministerio de Relaciones Exteriores pidiendo al gobierno que les fuese a rescatar. Yo contesté su llamada y tomé el recado que transmití de inmediato al ministro de Relaciones Exteriores, ingeniero Rafael Eduardo Castillo Valdés.

A mí no me lo han contado, ni lo he leído en ningún periódico, sino lo viví personalmente. Y no tengo inconveniente en repetirlo cuantas veces sea necesario. Para entonces yo era embajador en México, pero había sido citado por el presidente Lucas García y el ministerio de Relaciones Exteriores para ponernos de acuerdo en los detalles de una programada próxima visita a Guatemala del Presidente de México José López Portillo. Y me encontraba en el despacho del subsecretario Alfonso Alonso Lima cuando él recibió una llamada telefónica que le hizo palidecer y después de hablar unos cuantos minutos me dijo: “Haceme el favor de esperarme porque tengo que entrar urgentemente a hablar con el ministro sobre un asunto muy delicado. Te agradeceré que si acaso hay alguna llamada a mi teléfono directo, que la contestés y tomés la información”. Y así fue, en efecto, pocos minutos después de que se fue el subsecretario Alonso Lima, sonó insistentemente su teléfono directo y yo contesté la llamada. Era la voz de una señora de nombre María Teresa Valdés de Villa, quien se identificó como funcionaria de la embajada de España, que muy angustiada me dijo: “¡Por favor! ¡Socorro! Que venga la Policía a rescatarnos porque las oficinas han sido tomadas por asalto por un grupo de hombres armados de pistolas y bombas molotov. Pero que vengan pronto por favor porque estos individuos nos han dicho que están decididos a todo”. Dos minutos más tarde llamó de nuevo la señora María Teresa Valdés de Villa, secretaria de esa misión, quien preguntó con quién hablaba y cuando le dije mi nombre me dijo sumamente nerviosa: “Embajador Palmieri, yo lo conozco a usted, ya se quién es, hágame favor de pedir a la Policía que vengan a rescatarnos lo más pronto que sea posible. Yo ya pedí ayuda a la Policía, pero todavía no ha venido nadie”. Tras de lo cual me atreví a empujar la puerta del despacho del Canciller quien estaba hablando con el subsecretario Alfonso Alonso Lima. Comprendí que era un abuso de mi parte entrar al despacho del ministro en esa forma, pero dadas las circunstancias lo hice y les dije: “Perdonen pero he recibido una llamada angustiosa de una funcionaria de la embajada de España pidiendo que se les vaya a rescatar porque las oficinas de la embajada han sido tomadas por asalto por un grupo de hombres armados”. Entonces Castillo Valdés y Alonso Lima me confiaron la información que tenían y me dijeron que ya habían pedido ayuda a la Policía Nacional. Yo me retiré porque tenía que ir a Casa Presidencial para almorzar con el presidente Lucas García. Y cuando estábamos almorzando, el presidente Lucas recibió una llamada del ministro de Gobernación, licenciado Donaldo Álvarez Ruiz, y oí que el general Lucas le dijo: “Manténganme informado, pero decile a Chupina que actúe con calma, porque en estos casos quien se enoja pierde”. Y me comentó: “Parece que la Policía tiene rodeado el local de las oficinas para asegurarse de que los invasores no vayan a hacer daño a los diplomáticos españoles y a los rehenes”. Cuando salí de Casa Presidencial me dirigí al hotel Camino Real, donde estaba hospedado, por la sexta avenida de la zona 9 y al llegar a la altura de la 10a calle ví que adelante de mí iba el colega periodista y amigo Álvaro Contreras Vélez, co propietario y columnista de Prensa Libre quien llevaba su casco de comandante de bomberos, y se bajó corriendo de su automóvil . Yo estacioné mi vehículo y le seguí hasta hasta la esquina de la 6a. avenida “A”, donde estaba la embajada española y nos quedamos viendo lo que estaba pasando frente al edificio que ocupaban las oficinas de la misión diplomática de España. Allí se encontraban numerosas personas observando lo que ocurría, cuando de pronto se oyeron varios disparos de pistola dentro del edificio hacia afuera, seguramente hechos por los “invasores pacíficos” para tratar de auyentar a los policías que estaban tratando de entrar. Pero estoy seguro que no fueron disparados por los policías. Pocos minutos más tarde se produjo una fuerte explosión dentro del edificio y salieron llamas de una de las ventanas, tras de lo cual escuchamos gritos angustiosos de los campesinos y todas las demás personas que estaban muriendo asfixiados por la combustión y quemados por el fuego. Hasta entonces fue que los policías y los bomberos lograron penetrar al edificio y comenzaron a sacar algunos de los cuerpos calcinados. Y un sobreviviente de aquel espantoso infierno, que era el campesino de apellido Yujá. El otro único sobreviviente fue el embajador Cajal porque supo escapar a tiempo y solamente sufrió algunas quemaduras, por lo que fue llevado al hospital privado Herrera Llerandi. ¡Esto fue realmente lo que ocurrió en las oficinas de la embajada de España el 31 de enero de 1980! A mí no me lo han contado, porque yo lo presencié. Yo volé de regreso a México esa misma tarde, y por la noche me presenté en el programa noticioso de televisión “24 horas”, de mi amigo el gran periodista Jacobo Zabludovski, para explicar ampliamente a la teleaudiencia de su programa lo que realmente había ocurrido en Guatemala. Con todos los datos del caso, expuse ampliamente la culpabilidad del embajador Máximo Cajal y López. Lo cual impidió que un grupo de guatemaltecos comunistas diese también su versión de los hechos en ese programa, aunque ya habían pedido ser recibidos. Y al día siguiente llamé por teléfono directo a mi amigo el Presidente José López Portillo, a quien solicité que me recibiera en Los Pinos para explicarle lo que había sucedido. Lo cual impidió que se saliera con su gusto el entonces Canciller de México, el rabioso socialista Jorge Castañeda, quien ya le había reportado al presidente de México su versión de lo ocurrido y le había propuesto romper relaciones diplomáticas con Guatemala, pasando por encima de la famosa Doctrina Estrada que era básica en la política exterior mexicana, por la cual los gobiernos de México tienen relaciones diplomáticas con los países y no con los gobiernos y no tienen necesidad de reconocimientos. Cuando no quieren tener relación con algún país, sencillamente retiran a sus diplomáticos. Por lo cual el Presidente López Portillo rechazó la solicitud. Pero por mi diligencia los funcionarios españoles –el Canciller Marcelino Oreja, el embajador Bermejo y Yago Pico de Coaña a la cabeza– pusieron como una de las condiciones para reanudar de inmediato relaciones diplomáticas con Guatemala que yo fuese despedido del cargo de Embajador en México, a lo cual el general Lucas se negó y respondió que, por el contrario, me estaba agradecido por habérmelas jugado en esa forma y estaba pensando cómo iba a premiarme. Y me ofreció condecorarme con la Orden del Quetzal, pero yo decliné ese honor diciéndole que si la recibía me iba a causar más enemistades y envidias. Pero le agradecí su solidaridad, lealtad y apoyo.

En la quema de la embajada fallecieron calcinados el cónsul Jaime Ruiz del Árbol, Felipe Sáenz, Lucrecia Avilés, Nora Mena Aceituno, Miriam Rodríguez, Lucrecia Anléu, Mary de Barillas. La ciudadana española María Teresa Vázquez de Villa. Luis Ramírez Paz, Felipe García Rac, Edgar Negreros, Vicente Menchú, Salomón Tavico, Gaspar Vi, Leopoldo Pineda, Mateo Sic Chen, Gavina Morán, José Xona, Sonia Welches, Regina Pol Cuy, dos Marías Ramírez, Juan Lux, María Lux, Trinidad Gómez, Mateo Sis, Víctor Gómez Zacarías, Francisco Tum, Juan Chic, Mateo López, Francisco Chen, Juan Us, Juan López Yac, Juan José Yos. Posteriormente fue asesinado el campesino Gregorio Yujá Xona, único sobreviviente después de haber sido secuestrado en el hospital en el que se encontraba. Su cadáver fue tirado en el campus de la Universidad de San Carlos, indudablemente para culpar a las autoridades de ese asesinato. Pero la Policía hubiese querido interrogarle para que informara a los medios sobre la acción.
2.- Yassmin Barrios suspendida un año por el Tribunal de Honor del CANG
 Foto de EL PAÍS, tomada durante visita a España de la jueza Yassmin Barrios después del juicio por genocidio contra el general retirado Efraín Ríos Montt.
Artículo tomado de elPeriódico de hoy:
También fue condenada a pagar una multa de Q5 mil 40 y a publicar comunicados de prensa. Álvaro Montenegro > amontenegro@elperiodico.com.gt
“Ayer fue notificada una resolución del Tribunal de Honor del Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala (CANG), donde se suspende como abogada a Yassmín Barrios Aguilar, presidenta del Tribunal de Sentencia de Mayor Riesgo A, quien condenó a 80 años de prisión por genocidio y deberes contra la humanidad al exjefe de Estado Efraín Ríos Montt, el 10 de mayo de 2013. La denuncia fue presentada el 4 de abril de 2013 por Moisés Galindo, el abogado defensor del otro general acusado, José Mauricio Rodríguez Sánchez, porque Barrios le ordenó a él y a César Calderón que asumieran la defensa de Ríos Montt cuando expulsó de la sala de audiencias al abogado de este, Francisco García Gudiel. Galindo indicó que durante la audiencia, cuando sacó del debate a García Gudiel y lo nombró a él como nuevo defensor, pidió la palabra, pero Barrios no se la dio y le dijo: “No le estoy preguntando, sino le estoy ordenando… la gente se rió de mí, yo me sentí humillado”, expresó. La jueza consideró que García Gudiel había asumido la defensa de Ríos Montt solamente con el propósito de apartarla del caso y entramparlo. Razón por la que decidió expulsarlo. El fallo firmado por el presidente del Tribunal de Honor, Manuel Alfredo Marroquín Pineda, estipula que la juzgadora cometió “una falta grave”, ya que atentó contra las normas de la ética profesional y afecta la credibilidad del sistema de justicia.
Además de la inhabilitación, a la jueza Yassmin Barrios se le impone una multa de 12 cuotas de colegiación profesional que suman Q5 mil 40 y la difusión de “una amonestación pública” en el diario de mayor circulación, en dos medios radiales y dos televisivos. Además, certifican lo conducente al Ministerio Público (MP), para que la investigue por la posible comisión de los delitos de emitir resoluciones violatorias a la Constitución, abuso de autoridad y cualquier otro hecho delictivo. El Colegio de Abogados argumentó que la jueza Barrios obligó a Galindo y a Calderón a asumir la defensa de una persona que no la había aceptado, y que eso contravenía la ética de los abogados. La jueza tiene tres días para apelar la decisión ante la Asamblea de Presidentes de Colegios Profesionales o bien podría interponer un amparo para darle marcha atrás a la decisión. Galindo declaró que la jueza lo había “humillado al tratarlo como un niño de párvulos”, y que eso ponía en entredicho la honorabilidad del sistema de justicia, y añadió que él siempre le mostró respeto a la juzgadora. En el memorial se lee que la jueza argumentó que le ordenó a los abogados que defendieran a Ríos Montt porque ella estaba obligada a velar por el derecho de defensa del acusado, y porque ellos habían sido los abogados del militar durante toda la fase preparatoria, antes de llegar al juicio. Además, hizo referencia a que los litigantes hacen un juramento de defender a quien lo necesite, y que esta denuncia era una “doble persecución”, porque ya se habían iniciado procesos judiciales por estos mismos hechos.  La juzgadora también alegó que las decisiones durante el juicio se tomaron entre tres jueces y no solo ella era la responsable. El Tribunal de Honor del CANG rechazó estos argumentos, asegura que el Código de Ética obligaba a los litigantes a proporcionar los servicios a quienes lo requirieran, solo cuando estas personas no tuvieran la capacidad económica para contratar a un defensor, y Ríos Montt había probado tener los fondos suficientes para contratar a un equipo de abogados. Los hechos que originaron esta decisión ocurrieron el 19, 20 y 21 de marzo del año pasado, en las primeras tres audiencias del juicio contra Ríos Montt.  El exjefe de facto es acusado de los delitos de genocidio y contra los deberes de la humanidad, por la muerte de 1,771 indígenas ixiles, asesinados a manos de soldados bajo su mando entre marzo de 1982 y agosto de 1983. Al cierre de la edición Barrios no se había pronunciado sobre la resolución”. (Fin del reportaje) La Jueza Yassmin Barrios saludando como triunfadora al público asistente al juicio por genocidio contra el general retirado Efraín Ríos Montt, lo cual pudo haber sido suficiente para acusarla de  cometer el delito de prevaricato La llamada “primera dama” de Estados Unidos de América, Michelle Obama, aplaude a la judeza Yassmín Barrios Aguirre en Washington después de entregarle un premio “por su valentía”.
Twitter @jorgepalmieri

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