EN EL DIA DEL PADRE

El domingo pasado escribí que en los Estados Unidos de América, en México y otros países, el Día del Padre se festeja el tercer domingo de junio, pero por alguna razón que ignoro, y ninguno me la ha podido explicar, en Guatemala lo celebramos el 17 de junio. O sea hoy. Y por ello escribo esta nueva columna, aunque aprovecho una parte de la que publiqué el domingo, pero más ampliada.
El Día del Padre no tiene muchos años de celebrarse en el mundo, a diferencia del Día de la Madre, cuyas primeras celebraciones se remontan a la antigua Grecia, donde se le rendían honores a Gea, la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Igualmente los romanos llamaron La Hilaria a esta celebración cuando la adquirieron de los griegos y se celebraba durante tres días a partir del 15 de marzo en el templo de Cibeles a quien se hacían ofrecimientos. Probablemente este sea el origen de llamar hijos de la china Hilaria a quienes les mentamos la madre.
Los primeros cristianos transformaron estas celebraciones en honor a la Virgen María, la madre de Jesús. En el santoral católico el 8 de diciembre se celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción, fecha que aún se mantiene en la celebración del Día de la Madre en algunos países, como Panamá.
Hacia el siglo XVII, en Inglaterra tenía lugar un acontecimiento similar, también a la Virgen, que se denominaba Domingo de las Madres. Los niños concurrían a misa y regresaban a sus hogares con regalos para sus progenitoras. En Estados Unidos de América, la celebración tiene sus orígenes hacia 1872, cuando Julia Ward Howe, autora del Himno de batalla de la República, sugirió que esa fecha fuera dedicada a honrar la paz, y en la ciudad de Boston, Massachusetts, comenzó festejando cada año encuentros en celebración del Día de la Madre. En 1905, Ana Jarvis comenzó a enviar cartas a políticos, abogados y otras personas influyentes solicitando que se consagrara Día de la Madre el segundo domingo de mayo y para 1910 ya se celebraba en muchos estados de la Unión Americana, asi en 1912 logró que se creara la Asociación Internacional Día de la Madre con el objetivo de promover su iniciativa. Finalmente, en 1914, el Congreso de Estados Unidos aprobó la fecha como el Día de la Madre y la declaró fiesta nacional, lo cual fue apoyado por el Presidente Woodrow Wilson. Más tarde otros países se adhirieron a esta iniciativa y pronto Ana pudo ver que más de 40 países del mundo celebraban el Día de la madre en fechas similares. Sin embargo, la festividad impulsada por Ana Jarvis comenzó a mercantilizarse de tal manera que se desvirtuaba el origen de la celebración, lo cual motivó a que, en 1923, ella presentase una demanda para que se eliminara la fecha del calendario de festividades oficiales. Su reclamo, de gran alcance, provocó que fuera arrestada por disturbios durante una reunión de madres de soldados en guerra que vendían claveles blancos, el símbolo que Jarvis había impulsado para identificar la fecha. Antes de morir, Ana Jarvis luchó con insistencia contra la idea que ella misma había impulsado, perdiendo todo el apoyo de aquellos que la acompañaran inicialmente. En una entrevista que le hicieron antes de su muerte habló de su arrepentimiento por haber impulsado el Día de la Madre porque jamás imaginó que este dia fuese utilizado para fines mercantiles y no con el propósito que ella habia idealizado.
Desde entonces se ha venido festejando a las madres porque son quienes imparten su ternura dulzura a sus hijos, mientras que a los padres nos corresponde la difícil responsabilidad de impartir la disciplina y el orden, lo cual no siempre es bien comprendido por los hijos cuando se les debe reprender y castigar. Mientras las madres representan el tierno amor maternal, los padres representamos la severa autoridad paternal, lo cual a veces resienten nuestros hijos, cuando se hace necesario castigarles. Mientras los padres regañamos o castigamos a nuestros hijos, las madres llegan a ser las amorosas componedoras o conciliadoras. Sin embargo, el duro papel de los padres es indispensable para la buena formación de los hijos. Ojalá que algún día todos los hijos del mundo lo comprendan y lo agradezcan. Lo deseo sobre todo por mis hijos, antes de que concluya mi efímero paso por esta etapa de la vida.
En este Día del Padre presento mi más respetuoso y cordial saludo de felicitación a todos los padres del mundo, en especial a los padres de Guatemala y muy particularmente a mis amigos, a quienes deseo que el padre de todo cuanto hay en el universo les bendiga y les colme de felicidades.
Gracias a mi padre
Primero agradezco a Dios y después a mi padre, desde lo más profundo de mi corazón, por haberme dado la vida junto con mi madre y haberme dado una amorosa formación familiar y una esmerada educación que me preparó para la vida. Pero cuando pienso en mi padre tengo que pensar también en mi madre, su fiel compañera, gracias a quien nuestra familia vivió llena de ternura a pesar del carácter excesivamente firme de mi padre, por lo cual quizás muchas veces no lo comprendíamos y nos disgustaba y dolía, pero ahora lo comprendemos cuando también nosotros somos padres. Recuerdo muchas veces que nos regañaba malhumorado por algún motivo, pero detrás de él siempre venía mi madre con su dulzura y comprensión a curar las heridas. Por eso es que digo que no puedo pensar en mi padre sin recordar también a mi madre.

De joven, mi mamá era tan bella que fue reina de los Juegos Florales Centroamericanos y mi papá, nada lento, no pudo resistir la tentación de enamorarla y fue a buscarla a San Martín Jilotepeque, pero como no había una carretera de Chimaltenango a San Martín Jilotepeque, donde ella vivía con su familia, tuvo que construírla para poder conquistarla porque era Inspector General de Caminos y el Director General era su “compinche” Clemente Marroquín Rojas.
La historia de mi padre
Mi padre fue José Palmieri Calderón, nacido en Valparaíso (Chile), el 13 de noviembre de 1887, y cuando todavía era un niño vino a Guatemala con sus padres y sus hermanas y hermanos, aunque originalmente éste no era su destino, porque cuando salieron de Valparaíso no tenían la intención de venir a Guatemala, sino a Venezuela, y sospecho que ni siquiera sabían dónde estaba Guatemala en el mapa. Su propósito era salir Valparaíso porque los vientos fríos del invierno que vienen de la Antártida causaban a mi abuelo mucho dolor en las articulaciones, porque padecía de artritis. Su destino original era Venezuela, porque le habían dicho que es un país tropical en el cual nunca hace frío, y allá vivía un hermano de mi abuelo que tenía una próspera fábrica de pastas italianas.
Pero al llegar a Panamá el barco no pudieron desembarcar porque había cuarentena por una peste de fiebre amarilla y tuvieron que continuar hasta el puerto de San José, en Guatemala, donde el barco tenía que recoger una carga de bananos. Y durante los días que tuvieron que permanecer allí mi abuelo se bajó a ver un poco lo más cercano y cuando llegó a Patulul sintió aquel calor tropical que buscaba y decidió que se quedarían a vivir en este país tan tropical. Y toda la familia se bajó del barco y compraron dos fincas donde vivieron hasta que fallecieron mis abuelos y fueron enterrados en el cementerio de Patulul, donde aún están sus restos mortales.
Mi padre y sus hermanas y hermanos permanecieron allá durante varios años y cuando fracasaron como agricultores se vinieron a la capital donde vivieron el resto de sus vidas. Mi padre no tenía vocación de agricultor, sino de periodista, y aquí fundó varias publicaciones, una de ellas que se llamó Diario Nuevo, asociado con varias personas que eran partidarios del general Lázaro Chacón, entre ellos su entrañable amigo Clemente Marroquín Rojas, quien durante el gobierno del general Chacón desempeñó el cargo de Director General de Caminos, mientras que mi padre era el Inspector General, gracias a lo cual pudo construir la carretera de Chimaltenango a San Martín Jilotepeque para poder enamorar a mi madre.
Durante el gobierno del presidente Chacón Marroquín Rojas y él encabezaron las fuerzas leales al gobierno cuando se produjo en el occidente del país la insurrección del coronel Marciano Casado, a quien derrotaron en una batalla en Totonicapán. Aunque ninguno de los dos tenían grado militar, el licenciado Marroquín Rojas ostentaba el grado de “coronel” asimilado en calidad de jefe de las fuerzas de la resistencia, mientras que mi padre fue asimilado al grado de “comandante” y era el segundo en el mando.

Mi padre está vestido de militar porque, bajo las órdenes del “coronel” Marroquín Rojas combatió y derrotó en Totonicapán a las fuerzas rebeldes del coronel Marciano Casado durante el período de gobierno del general Lázaro Chacón.
Quien fue el general Chacón
El general Lázaro Chacón fue presidente constitucional de Guatemala del 26 septiembre 1926 al 12 diciembre 1930. Nació en Teculután, Zacapa, el 27 de junio de 1873. Primero fue designado a ocupar el cargo de presidente debido a la muerte repentina del general José María Orellana. Fue un gobernante de grata recordación, por el corte suave, moderado y progresista que imprimió a su administración. Su campaña electoral fue difícil debido a la circunstancia de haberse definido entre dos sectores opuestos del liberalismo, uno de ellos el Liberal Progresista que apoyaba la candidatura del “general” Jorge Ubico Castañeda. (Escribí “general” entre comillas porque fue “general” de dedo, puesto que nunca estudió en la Escuela Politécnica, ni prestó servicios en un cuartel, ni, mucho menos, participó en una guerra).
El gobierno del general Chacón tuvo que hacerle frente a la tensión internacional con Honduras, la que llegó a su clímax en 1929 y estuvo a punto de enfrentar militarmente a ambos países por cuestiones limítrofes promovidas por las compañías bananeras de ambos países. Fundó el banco de Crédito Agrícola, el Crédito Hipotecario Nacional, construyó el edificio de la Facultad de Medicina, el de la Facultad de Ciencias Naturales o Farmacia, concluyó la obra del ferrocarril, terminó la construcción del Palacio Legislativo y afianzó la estabilización de la moneda entre otros.
Cuando se encontraba en el ejercicio de la presidencia, el general Chacón enfermó gravemente de un misterioso mal que nunca pudo ser identificado, por lo cual sus parientes y partidarios creyeron que había sido envenenado por su rival, el “general” Ubico y tuvo que marcharse de emergencia al hospital privado del doctor Ochnner, en Nueva Orleáns, en los Estados Unidos, donde falleció el 9 de abril de 1931 sin haberse podido recuperar.
Y como el “general” (de dedo) Jorge Ubico insistía obstinadamente en su propósito de llegar a ser presidente de la República, y desde que había sido jefe político delos departamentos de Retalhuleu y Alta Verapaz había demostrado su madera de dictador, de nuevo Clemente Marroquín Rojas decidió continuar oponiéndose a su candidatura y fundó el diario La Hora en su primera época de y mi padre estuvo a su lado. Pero poco tiempo después de que Ubico asumió la presidencia de la República, Clemente Marroquín Rojas tuvo que huir de Guatemala y radicarse en México como consecuencia de haber dado muerte a balazos a un militar ubiquista que le injurió mientras se encontraban en un prostíbulo de unas francesas.
Y para impedir que en esas circunstancias mi papá pudiese fundar otro periódico que fuese su opositor, el presidente Ubico decretó que en Guatemala ningún extranjero podía ser director de un medio de comunicación, ni tampoco opinar en la prensa sobre la vida política del país, en vista de que mi padre tenía la nacionalidad chilena, que conservó hasta su muerte. Para poder sobrevivir y sostener con decoro a su numerosa familia, compuesta por ocho hijos, una mujer y siete varones, de los cuales soy el menor, tuvo que dedicarse a diferentes actividades por lo general relacionadas con la publicidad, como la gestión de anuncios, por la cual cobraba modestas comisones.

Esta foto familiar fue tomada en el patio de la vieja casona en la que vivimos muchos años, que mi padre alquilaba a bajo precio, situada en la 5a. calle poniente de Jocotenango No. 1, a corta distancia del parque que antes se llamaba Morazán y hoy se llama Jocotenango. En ella estamos todos. De pié mis inolvidables y queridos hermanos (qepd) Mario (con pantalones cortos), Graciela (la mayor de todos), José Alfredo (el mayor de los varones, y por eso se creía el vice papá), Julio Roberto, Carlos Humberto, Federico Guillermo y Enrique Augusto. Sentados en el sofá estamos mi papá, mi mamá, yo (con pantalones cortos también), mi abuela materna, doña “Chus” Martínez viuda de García y la hermana de mi madre, de nombre Soledad. De todos soy el único que todavía está con vida, aunque ya bastante viejo y próximo a seguirles a la siguiente etapa. Para ser sincero, no creía que llegaría a ver esta Copa de Europa de fútbol, ni creo ahora que veré las próximas olimpiadas de Peiping. Pero, quién sabe porque mi vida ha estado llena de sorpresas y no me extrañaría mucho que las vea también y a lo mejor hasta la copa de fútbol Sudáfrica 2010. Ya veremos lo que dice Dios.
Una de las últimas ocupaciones de mi padre fue publicar un periódico católico semanal que se llamaba La Semana Católica, a pesar de que él nunca fue muy católico que digamos, a pesar de que mi madre sí era una católica practicante, pero ese semanario le proporcionaba lo suficiente para sostener y educar a su numerosa familia, pero para poder publicarlo tuvo que pedir a un buen amigo que aparentara ser el director para que el dictador Ubico no lo prohibiese. Ese amigo fue Enrique Azmitia, hijo de don José Azmitia, el valiente dirigente del movimiento Unionista que hizo una memorable manifestación el 11 de marzo y derrocó al dictador Manuel Estrada Cabrera.
Mi venerado y bien recordado padre falleció hace ya 40 años, de un fulminante infarto cardíaco, haciendo una siesta, en su propia cama, al lado de la cama de mi madre, de quien todavía logró despedirse, porque despertó solamente para decirle adiós, a los 61 años de edad, después de haber vivido muchos años casado con esa bella mujer sanmartineca, María Carlota García, y de haber procreado una familia compuesta de ocho hijos, cada uno destacado en lo que hizo.
Gracias a su constante trabajo responsable, logró sobrevivir con decoro y sostener a su familia de ocho hijos que gracias a sus esfuerzos obtuvimos una buena educación y una preparación adecuada. Sin ánimo de sobre estimarme, lo que soy se lo debo a él. De él heredé mi vocación periodística, para bien o para mal. Él me enseñó que un periodista debe decir siempre la verdad que se ha comprobado y no la versión de la verdad que le han dicho personas interesadas en perjudicar a alguien. De él aprendí el amor por mis seres queridos y el respeto por las demás personas. A él le debo mi sentido de responsabilidad y mi tendencia a ampliar constantemente mis lazos de amistad con las personas que me han brindado la amistad de ellos. De él aprendí a ser un ávido lector de todo lo que puede mejorar mi información y mi cultura. Por todo ello, aunque mi padre falleció hace tantos años, toda mi vida lo he llevado siempre vivo en mi corazón, recordándole con amor e imborrable gratitud. Y hoy que celebramos en Guatemala el Día del Padre, le recuerdo eaún más para agradecerle todo lo sabio que me enseñó y todo lo cual tuvo que hacer responsablemente para sostener a su familia, educarnos y prepararnos para hacerle frente a la vida.

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