Por qué fui embajador en México

Ya he dicho que en vista de que no tengo la intención de publicar libros biográficos o anecdóticos antes de partir al ?más allá?, porque Guatemala es un país en el que hay demasiados analfabetos y la mayoría de quienes saben leer no compran libros y muchos de los que sí compran no los leen, me propongo dedicar los domingos este espacio a relatar algunas de mis vivencias y anécdotas personales, porque presiento que no es muy largo el tiempo que me resta de vida y hay ciertas cosas que deseo explicar y dejar escritas.
Una de las cosas que quiero contar es por qué y cómo fue que llegué a ser embajador de Guatemala en México durante el gobierno de mi amigo el Presidente Constitucional de la República, general de división Fernando Romeo Lucas García, a quien conocí cuando él formaba parte del Estado Mayor Presidencial durante el gobierno de mi amigo el general e ingeniero Miguel Ydígoras Fuentes, quien asumió el poder el 02 de marzo de 1958 y fue derrocado por un golpe militar que después encabezó su ministro de la Defensa, coronel Enrique Peralta Azurdia, quien, aunque no fue él quien lo planeó ni lo dirigió, se vio obligado a encabezarlo para impedir que lo hiciese el organizador del golpe, coronel Miguel Ángel Ponciano, ex jefe de la Fuerza Aérea Guatemalteca (FAG), quien por esos días era embajador en la República Dominicana. Ydígoras ha sido el presidente de más edad que ha tenido Guatemala, porque nació en Retahuleu el 17 de diciembre de 1895, lo cual quiere decir que tenía 68 años de edad cuando asumió la presidencia.
Después del golpe contra el presidente Ydígoras Fuentes dejé de ver a Romeo Lucas durante varios años, hasta que un día fui convocado con varias personas a una reunión particular por mi estimado amigo Héctor Alfonso (?El Pache?) Leal, quien nos dijo que quería presentaros al próximo presidente de Guatemala; y, para sorpresa de todos los asistentes, era el todavía coronel Lucas García, de quien era paisano porque ambos nacieron en Cobán y eran buenos amigos. En ese tiempo Lucas era diputado al Congreso de la República. Pero muy pocos de los invitados le reconocían méritos para que pudiese llegar a ser electo para ocupar ese cargo. No tomábamos en consideración que por esos años había la práctica de que después de haber sido ministros de la Defensa se convertían automáticamente en presidentes de la República y ya se sabía que Lucas iba a ser ministro de la Defensa antes de que terminara su período el general Kjell Eugenio Laugerud García.
En efecto, Romeo Lucas García llegó a ser ministro de la Defensa y tuvo que asumir también la responsabilidad de presidente del Comité de Emergencia después del destructivo terremoto del 4 de febrero de 1976, cargo que desempeñó muy bien asesorado por un grupo escogido de oficiales preparados, como los coroneles José Guillermo Echeverría Vielman y Ricardo Méndez Ruiz. Una noche que llegué a las oficinas de ese comité, que estaban en las instalaciones de la Fuerza Aérea, me pidió que lo acompañara a caminar por la pista. La noche estaba clara y estrellada y la luna brillaba en todo su esplendor. De pronto me dijo: ?¡Fijate que me están pidiendo que mande tropas a Patzicía porque dicen que hay otro levantamiento de los indígenas contra los ladinos como el de 1944 y parece que ya hay varios muertos. Pero esta noche no está como para embarcarse en algo así, de manera que sólo envié una comisión a investigar lo que está pasando. ¿Vos qué pensás??. Yo no tenía ninguna información al respecto, pero me vino a la memoria como un flashback la matanza que ocurrió allá después del 20 de octubre, cuando los indíos se enteraron de que había sido derrocado el general Ponce Vaides y mataron a varios ladinos porque Ponce les había hecho creer que cuando él asumiera la presidencia les iba a repartir tierras, por lo que no debían permitir que otro llegara a la presidencia, y sí así fuere debían levantarse en armas y matar a los ladinos que serían los culpables. Los indios ignorantes e ingenuos le creyeron y cuando se enteraron de que Ponce había caído la emprendieron contra los ladinos. En esta nueva oportunidad se habría armado otra matanza innecesaria si el Ejército hubiese actuado con precipitación porque lo que pasaba era que los indígenas protestaban porque los soldados estaban matando a sus perros cuando trataban de comerse los cadáveres de las víctimas del terremoto. Eso era todo. No había tal levantamiento.
Cuando los partidos afines al gobierno postularon la candidatura de Lucas para presidente y de mi amigo Francisco Villagrán Kramer para vicepresidente, el encargado de la propaganda, mi colega Carlos Toledo Vielman me visitó una mañana para pedirme de parte de Lucas que ?me subiera al tren?, pero yo decliné la invitación porque era muy poco lo que me ofrecieron como salario. Y un día que me encontré con Lucas me reclamó que no lo estuviese ayudando, y yo le respondí: ?No te preocupés Romeo, vos vas a ser presidente aunque no ganés las elecciones?. ¡Y así fue!
En ese tiempo yo tenía un programa dominical de radio que transmitía Radio Fabulosa y su cadena de Emisoras Unidas. No ganaba ni un sólo centavo por ello, lo hacía gratis, pero con mucho gusto porque tenía gran penetración. Aunque estaba consciente de que por lo que decía me estaba jugando el pellejo. Un domingo que hice un programa que dediqué a la masacre que tuvo lugar en Panzós cuando unos campesinos mnifestaron frente a una base militar protestando porque un alto funcionario se había adueñado de unas tierras que ellos ocupaban, y los militares creyeron que se trataba de un levantamiento y mataron a algunos manifestantes, al terminar el programa, alrededor de la media noche, salía de las instalaciones de la radio, en la zona 4, cuando desde un vehículo en marcha me dispararon una ráfaga de balazos que no me mató porque Dios no quiso.
El día que Lucas tomó posesión de la presidencia en el Teatro Nacional, antes de la ceremonia yo le hice una entrevista exclusiva para mi programa de radio y grabé también su discurso inaugural que fue histórico porque por primera vez un presidente dirigió un discurso al pueblo de Guatemala mitad en español y mitad en la lengua hablan los indios de Cobán y él dominaba como propia porque era de raza indígena, lo cual fue muy impresionante y obtuvo un éxito inédito.
Pocos días después asistí a la ceremonia privada en la que el Comité Olímpico Mundial daba posesión de un cargo a la conocida deportista Ingrid Keller, mi querida amiga, y de repente entró el presidente Lucas, solo, sin niguna escolta ni guardaespaldas, y cuando me vio se acercó a saludarme cordialmente. Yo me encontraba con un grupo de periodistas, y me dijo en voz alta: ?Hace algunos domingos me desvelaste gran parte de la noche porque estuve oyendo tu programa sobre la trageia de Panzós hasta el final. Te felicito por toda la actividad periodística que has tenido, en general, y en particular por ese programa de radio en el que saliste en defensa de los indios mis compañeros. Pero tenés que tener mucho cuidado porque hubo algunos que se mosquearon. Quiero invitarte a almorzar en Casa Presidencial. ¿Qué te parece mañana??. ¡Me quedé perplejo! (Por no decir pendejo) En primer lugar, nunca antes me había felicitado en esa forma un presidente de la República por mi actividad periodística y, en segundo lugar, por la forma tan informal como me invitó a almorzarl.
Asistí puntual a la cita y los ayudantes del Estado Mayor Presidencial me recibieron muy cordialmente y me atendieron como si fuese un personaje. Pronto apareció el presidente nos tomamos un par de whiskies y cuando estábamos almorzando me preguntó: ?¿Qué tal te va? ¿Estás ganando bien? ¿Qué podría hacer para ayudarte en alguna forma?? Me quedé aún más perplejo que antes y no supe qué contestar. Entonces insistió: ?¿Qué es lo que más te gustaría hacer??. Lo único que se me ocurrió contestarle fue: probablemente escribir un libro. Entonces preguntó: ?¿Qué te hace falta para eso?? Le contesté que me hacía falta tranquilidad económica para poder dedicar todo mi tiempo a escribir. Después de pensar un rato me dijo: ?¡Ya sé cómo puedo ayudarte! Vos estudiaste diplomacia en una universidad de Estados Unidos y te voy a nombrar embajador en Israel, donde no hay mucho que hacer y vas a poder escribir tu libro tranquilamente. Además, será bueno que te vayás de Guatemala por un tiempo porque aquí la violencia está muy grave y he oído en algunos de tus programas que decís cosas que podrían causarte problemas. Pueden matarte los de uno u otro bando del conflicto y echarle la culpa a los otros. Además, los muchachos (refiriéndose a sus compañeros de armas) están muy nerviosos. Yo no quiero que te pueda suceder algo malo?.
Al entendido por señas, pensé. Me impresiónó su franqueza y se lo agradecí, pero le dije que tenía que consultar con Anabella, mi esposa. Cuando regresé a nuestra casa y lo hice, ella se puso feliz de que nos fuésemos del país por un tiempo porque vivía con mido de que me fuera a pasar algo, después de que un día ametrallaron mi casa y otra vez nos lanzaron una granada de mano. Por ese motivo y otras cosas yo estaba dispuesto a aceptar el cargo de embajador en Israel, pero esa misma tarde plaqtiqué con mi ilustre amigo el ex presidente Juan José Arévalo, quien había sido embajador allá, y él me aconsejó que no aceptara. Me dijo ?Ustedes no son ni judíos ni palestinos pero van a estar en medio de la violencia?. Por eso contesté a Lucas que muchas gracias, pero mejor no. Entonces me propuso nombrarme embajador en Argentina, lo cual me pareció sensacional, pero para entonces ya sabíamos que Anabella tenía un tumor canceroso en el mediastino y pensamos que el viaje hasta el extremo sur del continente era demasiado largo porque había que hacerlo vía Miami. Y tampoco acepté.
Al día siguiente salía para México, para asistir al cuarto seminario anual organizado por la Asociación de Psicosíntesis Albert Schweitzer, que dirigía mi amigo y compadre el doctor Salvador Roquet, sobre el tema Dios, el Amor, la Vida y la Muerte, y cuando estaba a punto de salir para el aeropuerto sonó el teléfono y era el presidente Lucas quien me dijo: ?¡Ya sé dónde te va a gustar mucho ser embajador! ¡Voy a nombrarte embajador en México! Ese país que te gusta y lo conocés muy bien.? Por poco pego un grito de alegría. Le pedí que se lo dijera a mi esposa, que estaba a mi lado, pero que por mi parte aceptaba feliz y contento. Sin embargo, le recordé que su gobierno ya había pedido el beneplácito para otro embajador, pero él me contestó. ?¿Qué importa? Voy a dejarlo sin efecto para pedir el beneplácito para vos?. Y cuando ví el lindo rostro de felicidad de mi amada Anabella al oír esa noticia, no me quedó ninguna duda. ¡Acepté ser embajador en México! ¡Ningún otro país del mundo me gustaba tanto para ser embajador! ¡Embajador en México! Mi país favorito en el mundo, donde viví varios exilios y llegué a ser un periodista conocido cuando escribía en la revista Siempre! de mi querido amigo el maestro José Pagés Llergo, y en la televisión al lado del famoso Jacobo Zabludovsky en el programa 24 Horas. ¡El país en el cual tengo más amigos que en Guatemala y donde muchos años me había divertido tanto! Y si todo eso fuese poco, en México nacieron mis dos hijos fuera de matrimonio: Jorge y Juan Pedro.
La Cancillería de México otorgó el beneplácito por mi nombramiento en corto tiempo y salimos para allá el 30 de noviembre de 1978, Día del Periodista. El 1 de diciembre tomé posesión de la embajada. Y el 3 me llamó por teléfono el encargado de Relaciones Públicas de la Cancillería para invitarme a llegar a Tlatelolco a tomar un trago con mi amigo el Canciller Santiago Roel, un brillante abogado de Monterrey que había sido Rector de la universidad. Le contesté que no podía llegar porque todavía no había presentado las copias de mis cartas credenciales al Canciller y mientras no lo hiciera no podía ir a Tlatelolco. Él entendió el problema y se lo transmitió al Secretario Roel, pero éste me llamó por teléfono inmediatamente para decirme: ?Así que no vienes a tomar un trago con tu amigo que está cumpliendo años porque todavía no me has presentado las copias de tus cartas credenciales. ¡Pues entonces tráeme tus pinches cartas para que puedas venir a tomar un trago conmigo!? Y así fue. En cuanto llegué a la reunión, en la que estaba casi todo el personal de la Cancillería, Roel pidió guardar silencio para recibir las copias de mis cartas credenciales. ¡Aquello era inédito! Me preguntó cuándo me gustaría presentar mis cartas autógrafas al presidente José López Portillo y le contesté que me gustaría que fuese el 12 de diciembre, día de la Vírgen de Guadalupe. Y Roel me contestó: ?¡Estás loco! El embajador de Italia lleva dos meses esperando turno. Además, ese día no se celebran actos oficiales.? Le contesté: bueno, retiro lo dicho, haz de cuenta que no he dicho nada. No obstante, al día siguiente me informaron que me concedieron esa fecha para presentar mis cartas autógrafas al presidente López Portillo. Como algo especial, pedí que permitieran que desde algún lugar discreto pudiesen presenciar la ceremonia mi esposa, mi hijo mayor, Jorge, y los hijos menores Rodrigo y Alejandro, y que, además, también pudiesen estar presentes dos de mis principales colaboradores en la embajada, el ministro consejero y el agregado militar. ¡Todo me lo concedieron! A partir de entonces cuando los embajadores presentan sus cartas credenciales, si lo desean pueden llevar a su esposa e hijos para presentarles con el presidente de México después de la ceremonia protocolaria acostumbrada.
La ceremonia en el Palacio Nacional fue realmente impresionante. Me llevaron en una limosina de la Cancillería con dos motoristas presidenciales adelante abriendo el paso entre el tránsito, y en el patio principal del histórico palacio había una banda marcial que interpretó los dos himnos nacionales y un buen número de soldados presentaron armas mientras estaba acompañado del Jefe del Protocolo y el subjefe del Estado Mayor Presidencial. Por una atención especial, en el largo pasillo hacia la sala de ceremonias habían numerosas niñas y muchos niños de la escuela República de Guatemala agitando banderitas de Guatemala mientras yo caminaba muy emocionado enmedio de ellos acompañado del Jefe del Protocolo y del general Godínez, jefe del Estado Mayor Presidencial. Detrás venían mis principales colaboradores, el mayor Alfonso Prera, ministro Consejero, y el coronel Conrado Miranda, agregado militar.
Al llegar frente al presidente José López Portillo que estaba acompañado del Canciller Roel, de acuerdo a lo que estipula el riguroso protocolo, le dije: Señor presidente, tengo el honor de presentarle las cartas que me acreditan como embajador de Guatemala ante su gobierno. Y el presidente López Portillo me dijo sonriendo: ?A usted le conocemos muy bien aquí, Palmieri, y le estimamos mucho. Sabemos que usted es amigo de México. ¡Qué bueno que esta vez nos ha enviado Guatemala a alguien que tiene simpatías por México! Primero déme la mano y después sus cartas credenciales”. Y así fue, exactamente, como se puede ver en una de las fotos en la que estoy estrechando su mano y todavía conservo bajo el otro brazo mis cartas credenciales. El gobernante de México estaba acompañado también del Secretario Privado de la Presidencia, que acababa de ser gobernador de Guanajuato, pero no recuerdo su nombre, del Jefe del Estado Mayor Presidencial y del Jefe de Protocolo. Al final de una interesante conversación de aproximadamente veinte minutos, el presidente escribió en una tarjeta y me proporcionó los números de sus teléfonos directos en su despacho y me dijo que podía llamarle cuando deseara hablarle y me autorizó para “saltarme las trancas” cuantas veces quisiera. Lo cual hice varias veces sobre todo después de que Jorge Castañeda y Alvarez de la Rosa sustituyó a Santiago Roel, porque tenía poco disimulada antipatía por el régimen del general Lucas y hacía lo posible por demostrármelo.
Esta serie de fotos que fueron tomadas por un fotógrafo de la Secretaría de Prensa de la Presidencia de México, pueden describir la ceremonia con más elocuencia que mis palabras. Así que aquí se las dejo para que vean la extraordinaria cordialidad con la que me recibieron y el evidente afecto del Presidente de México y algunos de sus colaboradores. Y para que vean cómo situaron a mi esposa y a mis hijos en un lado cercano para que pudiesen ver y escuchar todo. En las últimas dos fotos estoy enfrentándome al que había sido mi gremio periodístico que, a pesar de que la mayoría de ellos habían sido amigos míos cuando estaba exiliado y trabajaba como periodista, por su rechazo a los gobiernos militares trataron de poner difíciles las cosas al embajador, pero como ya conocía las mañas de este oficio, les hice unos cuantos pases toreros que me salvaron de las agresiones. Pero de todas maneras los malévolos periodistas me dieron a probar mi propia medicina. Asi es la vida.

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