Como ya dije anteriormente, fue indebido que el presidente de la República de Guatemala, general de brigada Otto Fernando Pérez Molina, protagonizara un acto de sumisión al besarle el “Anillo del Pescador” al papa Benedicto XVI durante su reciente visita a la Ciudad del Estado del Vaticano, porque ambos tienen la misma categoría oficial por ser ambos jefes de Estado. Ni siquiera los embajadores deben hacer eso porque son representantes plenipotenciarios de un jefe de Estado. A continuación voy a tratar de ilustrar un poco lo que he dicho.
La primera vez que visitó México el papa Juan Pablo II, el 26 de enero de 1979 –que de hecho fue su primer viaje después de que fue nombrado Papa el 16 de octubre de 1978, siendo el primer Papa no italiano en 450 años–, tuve el honor de conocerle en la sede de la Delegación Apostólica (ya que todavía no había Nunciatura Apostólica porque México no tenía relaciones diplomáticas con el Vaticano), que estaba a cargo de monseñor Gerolamo Prigione, quien había sido Nuncio Apostólico en Guatemala durante el gobierno del licenciado Julio César Méndez Montenegro, y desde entonces habíamos entablado una buena amistad. Después hizo 102 viajes alrededor del mundo; durante los cuales visitó 129 países y 617 pueblos, ciudades y santuarios. Hizo tantos viajes que recorrió la distancia equivalente a dar la vuelta al mundo 31 veces o a viajar 3.23 veces la distancia entre la Tierra y la Luna. A lo largo de 25 años de labor pastoral, el pontífice viajó 1.7 millones de kilómetros, que equivale a dar 31 vueltas alrededor del mundo o bien a viajar 3.23 veces la distancia entre la Tierra y su satélite la Luna.
Juan Pablo II había sabido por medio de los monseñores Gerolamo Prigione, Agostino Casaroli y Giuseppe Caprio (quienes al cabo de poco tiempo llegaron a ser cardenales y el primero Secretario de Estado y el segundo presidente de Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica) que yo había contribuido a que él pudiese entrar a México a pesar de que el Vaticano y México no tenían relaciones diplomáticas y de que la Constitución de 1817, del tiempo del presidente Plutarco Elías Calles, después de la Guerra Cristera, se había producido una persecución contra la Iglesia Católica, pero el presidente mexicano José López Portillo comprendió que no podía negarle la entrada a su país para inaugurar los trabajos de la III Reunión Episcopal de Puebla, viaje que su antecesor Pablo I había rechazado, pero en vista de los problemas que habían para ello el presidente de Guatemala, general Fernando Romeo Lucas García, había enviado una delegación de lujo al Vaticano para invitarle a Guatemala en caso de que no se pudiesen resolver las dificultades para llegar a México. Dicha delegación la integraron los ex presidentes Miguel Ydígoras Fuentes, Carlos Arana Osorio, Kjell Lauguerud García, el canciller Eduardo Castillo Valdés, el arzobispo de Guatemala, cardenal Mario Casariego y Acevedo, el obispo auxiliar Mario Martínez de Lejarza y el empresario Raúl García Granados, y al llegar a Italia y dar a conocer la razón de su viaje despertaron el interés de la embajada de México en Roma, que de inmediato comunicaron el hecho a la cancillería. Como consecuencia de lo cual el Senado y el Congreso de México hicieron los arreglos pertinentes para poder autorizar la llegada del Sumo Pontífice y autorizarle para desenvolverse públicamente como tal, porque la Constitución de 1817 prohibía que los ministros de las diferentes religiones pudiesen vestir en público sus correspondientes hábitos. Por lo que cuando el Papa se presentó a saludar al Cuerpo Diplomático, rompió el protocolo al preguntar “¿Quién es el embajador de Guatemala?” y cuando me identificó se acercó a saludarnos, a mi amada esposa y a mí, para agradecer mis gestiones para que el presidente López Portillo pudiese hacer esos arreglos.
“¿Que no están unidos por la Iglesia? ¡Pues ahora lo están!”, nos dijo. Lo cual causó una inmensa alegría a mi amada esposa Anabella, como puede verse.
Cuando saludábamos al papa Juan Pablo II, vi que un fotógtafo iba a sacar una foto y previne de que si lo hacía podría ser motivo de escándalo y me preguntó “Y por qué? A lo que le respondí que nosotros no estábamos unidos por la Iglesia Católica porque mi amada esposa era divorciada y no estábamos casados por la Iglesia y cuando queríamos comulgar teníamos que hacerlo en la sacristía, debido a que los curas no nos daban la comunión delante de los feligreses. Entonces nos tomó las manos con sus dos manos y me dijo: “¿No están unidos por la Iglesia?” y apretándonos fuertemente de las manos a ambos agregó: “¡Pues ahora lo están!”. Lo que hizo que mi amada Anabella se sintiese inmensamente feliz
Naturalmente, el haberme saludado primero a pesar de las precedencias, llamó mucho la atención del Cuerpo Diplomático, como puede verse en la foto al embajador Francesco Spinelli, de Italia, que ve la escena con admiración. Cuando lo saludé lo hice con una respetuosa reverencia y un apretón de manos, pero sin besarle el “Anillo del Pescador” por el hecho de ser el embajador plenipotenciario de un país libre y soberano. A diferencia del presidente Otto Pérez Molina que le saludó a Benedicto XVI en una forma que denota innecesaria sumisión al besarle el anillo.
Otro simple cordial apretón de manos al día siguiente.
La segunda vez que saludé a Juan Pablo II con un simple pero respetuoso apretón de manos fue al día siguiente de su saludo al Cuerpo Diplomático, cuando llevé a los cancilleres de Costa Rica Rodrigo Calderón Fournier, quien años más tarde fue presidente de su país y al terminar su período estuvo acusado del delito de peculado, el último canciller del general Tachito Somoza antes de su caída y entrada de los sandinistas, al canciller de El Salvador y a sus respectivos embajadores, y al canciller de Guatemala, ingeniero Rafael Eduardo Castillo Valdés acompañado del entonces director del Servicio Diplomático de la Cancillería, licenciado Edgar Sarceño Morgan. Observen que yo llevaba conmigo un sobre de manila con la foto que nos habían tomado la noche anterior para pedirle su autógrafo, lo que es totalmente insólito. Al lado del Papa están los monseñores Prigione y Caprio y detrás de mí los embajadores de El Salvador, Guillermo Paz Larín y de Nicaragua, Francisco Navarro.
Le mostré la foto tomada la noche anterior y me pidió un bolígrado para escribir su autógrafo que estoy sacando del saco. “Yo no soy Robert Redford, pero también firmo autógrafos”, me dijo.
No vio ningún lugar cercano para escribir, y lo hizo contra la pared
Foto ya autografiada por Joannis Paulus II
Un año después volvimos a saludarle en la Plaza de San Pedro en el Vaticano
Cuando nos despedimos en México, nos invitó a que fuésemos a visitarle al Vaticano y así lo hicimos un año más tarde. Nos recibió en la audiencia pública en la Plaza de la Basílica de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano. Y platicó con nosotros por lo menos durante quince minutos, ante la sorpresa general. Observen la cordialidad del apretón de manos entre nosotros y el largo vestido negro hasta los pies de la esposa del embajador de Estados Unidos de América en Italia, quien llegó a despedirse. Hago mención de esto porque el riguroso protocolo del Vaticano exige que las mujeres que visitan al Papa deben ir con vestido negro hasta los pies, y la esposa del presidente Otto Pérez Molina, profesora Rosa Leal de Pérez no cumplió con ese requisito porque cuando visitaron a Benedicto XVI vistió una falda negra hasta las rodillas y medias gruesas negras.
Le dije que no creía que haya habido otro papa más carismático, sencillo y simpático que él.
En contraste con el vestido negro hasta los pies de la esposa del embajador de los Estados Unidos de América, el riguroso protocolo del Vaticano le concedió a mi amada Anabella que vistiese de falda corta, hasta la rodilla, y de blanco. dijo el Papa, según me informó el Secretario de Estado, cardenal Cassaroli cuando le dije por teléfono, desde nuestra habitación en el hotel Cavallieri Hilton, tomándome un Martini, que Anabella estaba bajándole el ruedo a su vestido negro, pero como era tan flaca no se vería bien. Y Casarolli se lo dijo al Papa y él le respondió “Si las reinas católicas de España y e Bélgica se visten de blanco y falda corta, también puede hacerlo la dulcísima Anabella”, como él solía llamarla. Cuando se lo dije a Anabella ella me dijo riéndose: “¿Ah sí? ¡Pues te fregaste… porque no tengo vestido blanco!” y tuvimos que salir a comprar uno en las costosas boutiques de Roma.
Yo ya no era embajador cuando volvimos a verle en la Plaza de San Pedro
Renuncié al cargo de embajador en México –y a pesar de ello mi nombramiento fue “cancelado” por el general José Efraín Ríos Montt– a raíz del golpe de Estado del 23 de marzo de 1982 contra el presidente legítimamente constituido, general de división Fernando Romeo Lucas García y, pocos días más tarde, en el hospital Metodista de Houston el eminente cirujano DeBacky nos dijo que mi amada Anabella no llegaría a tener ni un año de vida como consecuencia de la excesiva radiación que le habían aplicado un cáncer linfático, por lo que nos fuimos a recorrer las islas griegas. Pero cuando ella ya se sentía muy mal decidió que quería regresar a Guatemala pero antes quería pasar por Roma para despedirse de Juan Pablo II. Y así fue. El cardenal Casarolli, Secretario de Estado, nos arregló estar en la audiencia pública del día siguiente en la Plaza de San Pedro y cuando el Papa pasó saludando, por increíble que parezca reconoció primero a Anabella y de nuevo nos tomó de las manos a ambos. Platicamos solo durante cinco minutos, suficientes para que le dijéramos que ya se estaba cumpliendo lo que nos había dicho el Dr. DeBacky y le quedaba poco tiempo de vida. Cuando llegamos al hotel nos encontramos un mensaje del Secretario de Estado y al devolverle la llamada nos dijo que el Papa nos invitaba a almorzar al día siguiente y que a las 11 de la mañana pasarían a buscarnos un automóvil del protocolo y después de sobre volar las siete colinas de la ciudad de Roma, llegamos en cosa de 15 minutos al palacio de Castelgandolfo, donde Anabella y yo almorzamos con Juan Pablo II y después tuvimos una sobre mesa muy interesante. Entre otras cosas platicamos sobre María Sabina, la famosa sacerdotisa de los hongos alucinógenos de Oaxaca. Y al final nos dijo que creía que no iba a cumplirse el pronóstico del eminente cirujano cardiovascular Michael DeBakey que le había pronosticado que moriría antes del fin del año, y el llamado “Vicario de Cristo” le dijo que la iba a volver a ver cuando visitara Guatemala próximamente, y ella le contestó: “No Su Santidad, cuando usted llegue a Guatemala yo ya estaré muerta”, Al rato llegó el cardenal Mario Casariego y Acevedo, arzobispo metropolitano de Guatemala con quien regresamos a Roma en su automóvil. Y cuando íbamos a Roma el cardenal Casariego nos comentó que no conocía a otras personas de Guatemala y de Centroamérica que no fuesen casados por la Iglesia que hubiesen sido recibidos juntos por un Papa y mucho menos invitarlos a almorzar con él en el palacio de Castelgandolfo.
Juan Pablo II es recibido por el presidente de facto Efraín Ríos Montt
Esta foto fue tomada por el fotógrafo Ricardo Mata en el momento preciso en que el papa Juan Pablo II y su comitiva eran recibidos en el aeropuerto La Aurora el domingo 6 de marzo de 1982 por el presidente de facto, general Afraín Ríos Montt y su esposa, señora Teresa Sosa de Ríos. Después de haber sido un rematado católico, al extremo que el arzobispo Casariego era el padrino de sus dos hijos y que cuando era director de la Escuela Politécnica obligaba a los cadetes a rezar el rosario todos los días, cuando su compadre Casariego se negó a apoyarle en 1972 cuando creyó que había ganado las elecciones presidenciales pero le habían hecho fraude, se disgustó tanto que se transformó en un fundamentalista del protestantismo y se hizo ministro de la Iglesia Verbo. No obstante, recibió al máximo jerarca con el debido respeto, aunque con evidente frialdad. Quien fue muy impertinente y le sacudió la mano al estrechársela, fue el entonces presidente del Consejo de Estado y más tarde presidente de la Repúblia Jorge Serrano Elías. En la foto vemos, además del Papa y de los esposos Ríos Montt y a algunos de sus respectivos guardaespaldas, al Cardenal Mario Casariego y al Secretario de Estado del Vaticano monseñor Agostino Casaroli y al Nuncio Apostólico en Guatemala, cuyo nombre no recuerdo.
Para terminar, tuvo razón mi amada Anabella, porque el papa Juan Pablo II besó el suelo guatemalteco la tarde del domingo 6 de marzo de 1982, y mi amada Anabella falleció a las 5 de la tarde del sábado 5. De hecho, mientras él estaba siendo recibido en el aeropuerto La Aurora por el gobierno de facto que presidía el general Efraín Ríos Montt, mi amada Anabella estaba siendo enterrada en el Cementerio Las Flores.
Twitter: @jorgepalmieri