VISITA A JUAN PABLO II

Cuarta parte: visita a Juan Pablo II en el Vaticano

Antes de contarles nuestra primera visita personal al Vaticano, debo terminar de contarles que, afortunadamente, el Secretario de Relaciones Exteriores de México, mi amigo el licenciado Santiago Roel García, no se molestó por la inesperada visita de los cancilleres de Centroamérica y el día siguiente de audiencia de los cancilleres centroamericanos con Juan Pablo II,  nos invitó a almorzar en sus elegantes instalaciones en Tlatelolco, en compañía de varios ilustres invitados de su natal Monterrey, Nuevo León. Además de ser un brillante abogado especializado en Derecho Constitucional, el licenciado Roel fue un notable historiador y excelente diplomático durante la primera etapa del gobierno del licenciado José López Portillo, y entre sus muchos logros fue reanudar relaciones diplomáticas entre México y España, con la decidida colaboración del Canciller español Marcelino Oreja. México rompió relaciones diplomáticas con España durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, cuando el generalísimo Francisco Franco se apoderó del poder después de la guerra civil que derrocó al gobierno republicano.

También quiero contarles que Anabella y yo asistimos a todas las misas que ofició Juan Pablo II en la Basílica de la Virgen de Guadalupe, y a la hora de la Comunión él siempre se acercaba para darnos la hostia, indudablemente porque yo le había dicho la primera noche que le conocimos, que en Guatemala cuando queríamos comulgar teníamos que esperar a que terminaran las misas en la iglesia La Inmaculada de Tívoli, para que nuestro amigo el padre Francisco González Pedraz nos diera la comunión en la sacristía, como escondidos de los demás fieles, porque Anabella era divorciada nos casamos solamente por lo civil y es prohibido que los divorciados comulguen frente el altar y a la vista de los otros fieles. Lo cual parece que a él le impresionó y en esa oportunidad nos dijo: “¿Que no están unidos por la iglesia? ¡Pues ahora lo están!” y con sus dos manos nos tomó de las manos a ambos.

Y la última vez que le hablamos al final de su visita nos dijo que si llegábamos a Roma nos esperaba en el Vaticano. Y Anabella y yo decidimos que haríamos ese viaje lo más pronto posible. Cuando llegamos a Roma y al Vaticano, lo primero que hicimos fue presentar nuestro respetuoso y cordial saludo al Embajador de Guatemala ante el Vaticano, nuestro inolvidable amigo licenciado Luis Valladares y Aycinena y a su gentil esposa, doñaa María Molina de Valladares, quien dicho sea de paso, actualmente ya cumplió 100 años de edad y, aunque obviamente se ha deteriorado su salud, sigue teniendo una excelente memoria.

Por medio del  Cardenal Casaroli, Canciller del Vaticano, la querida Mariíta Molina de Valladares nos consiguió sitios de privilegio para saludar al Papa en un amplio espacio separado de las decenas de miles de fieles que le veían de lejos. Esto fue  con anterioridad al atentado criminal del que fue víctima. A la visita nos acompañó Luis Domingo Valladares Molina, mi estimado viejo amigo, quien a pesar de que su papá había dido durante tantos años el embajador de Guatemala ante el Vaticano y ya era el Decano del Cuerpo Diplomático, todavía no había tenido oportunidad de conocer a Juan Pablo II y aprovechó la oportunidad de nuestra visita para a conocerle.

Primero me saludó a mí con especial afecto, lo que pareció impresionar a la esposa del embajador de EE.UU. en Roma, que nos observaba con evidente asombro, como puede verse en esta foto.


Su afectuoso saludo fue un largo y apretado estrechón de manos

Después saludó con gran afecto a mi amada esposa, a quien solía llamar  “Dulcísima Anabella”


Instante en el que le estaba presentando a mi estimado amigo Luis Domingo Valladares Molina, hijo del embajador de Guatemala y Decano del Cuerpo Diplomático en la Santa Sede, licenciado Luis Valladares Aycinena, cuya amorosa esposa, la señora María Molina de Valladares, era ampliamente conocida y estimada rm el Vaticano, incluso en la casa que ocupaba el Papa.


Le explicaba que el padre de Luis Domingo llevaba muchos años de ser embajador de Guatemala en el Vaticano y ya era el decano del Cuerpo Diplomático. El Papa me respondió que ya tenía muchos años de conocer al embajador Valladares Aycinena y le tenía mucha admiración y afecto. No obstante esto, fue destituído inopinadamente por una estúpida obcecación del general Efraín Ríos Montt cuando asumió el poder tras el derrocamiento militar del Presidente Constitucional de la República, general Fernando Romeo Lucas García. Por eso, cuando el Papa hizo su primera visita a Guatemala, de las tres que hizo, el licenciado Valladares Aycinena ya no era embajador en el Vaticano.

Momento en el que le decía a Luis Domingo Valladares Molina que yo debería ser Canciller de Guatemala porque había contribuído a que se arreglaran las dificultades para que pudiese hacer su viaje a México y le había ganado dos batallas a su Delegado Apostólico, monseñor Gerolamo Prigione, a quien yo ya conocía desde que fue Nuncio en Guatemala durante el gobierno del licenciado Julio César Méndez Montenegro.

Le advertí que no debía andar diciendo eso porque en Guatemala hay mucha gente envidiosa y me iban a quitar la “chamba”. Él no conocía la palabra chamba y preguntó: “¿Chamba? ¿Qué es chamba?” y le expliqué que es una forma popular de llamar  al empleo, y repitió: “¡Chamba!, ¡Chamba!”

Permaneció  platicando con nosotros más de 15 minutos, al grado que ya me daba pena por los miles de fieles que estaban esperando que terminara para que se acercara a saludarles aunque fuera desde lejos.

Continuará.