Primera parte: prohibición constitucional en México
A partir de las 10 horas de hoy –domingo 1 de mayo–, el papa de origen polaco Juan Pablo II, el primer papa en la historia reciente que no era italiano, será beatificado por su sucesor, el papa alemán Joseph Alois Ratzinger, papa Clementino XVI. La solemne ceremonia tendrá lugar en la Plaza de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Por lo cual me parece oportuno comenzar a relatar hoy las experiencias que me tocó vivir en relación a este nuevo beato, comenzando poco tiempo después de que él asumió el papado e hizo su primer viaje a México, en enero de 1979, cuando yo era Embajador de Guatemala en ese país. Juan Pablo II fue llamado “Mensajero de la Paz” porque durante los 27 años de duración de su pontificado visitó 129 países. Ha sido uno de los líderes mundiales más viajeros de la historia, hablando italiano, francés, alemán, inglés, español, portugués, ucraniano, ruso, croata, el esperanto, griego antiguo y latín, además de su natal polaco. La distancia recorrida por el papa equivale a dar la vuelta al mundo 31 veces o a viajar 3.23 veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Como parte de su especial énfasis en la llamada universal a la santidad, beatificó a 1,340 personas y canonizó a 483 santos, más que la cifra combinada de sus predecesores en los últimos cinco siglos. Su andar por el mundo lo inició en 1979 con la gira de siete días por República Dominicana y México para inaugurar los trabajos de la III Reunión de La Conferencia del Episcopado Latinoamericano que en esos días iba a tener lugar en Puebla. Este viaje había sido rechazado por su antecesor, Juan Pablo I.
El 19 de diciembre del año 2009, Juan Pablo II fue proclamado Venerable por su sucesor, el papa Benedicto XVI, por quien hoy será elevado a los altares y próximamente santificado. Esta será la primera vez en la historia de la Iglesia católica que un papa reciente es beatificado por su inmediato sucesor, en este caso Benedicto XVI, quien fue su gran colaborador cuando era el cardenal Prefecto de este dicasterio, mientras estuvo al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe.
Los ocho papas beatos precedentes han sido Víctor III, cuyo papado duró del 1086 al 1087, Urbano II (1088-1099), Eugenio III (1145-1153), Gregorio X (1271-1276), Inocencio V (1276), Benedicto XI (1303-1304), Urbano V (1362-1370), Inocencio XI (1676-1689) y Juan XXIII (1958-1973) quien en el año 2000 fue beatificado por Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro.
Karol Wojtyła nació el 18 de mayo de 1920, en Wadowice, un pueblo de Polonia cercano a Cracovia y el 28 de septiembre de 1978 murió misteriosamente su antecesor, el papa Juan Pablo I, tras un pontificado que tuvo solamente 33 días de duración. El 16 de octubre de 1978, tras dos días de deliberaciones del cónclave de cardenales, fue elegido sucesor de San Pedro el carismático cardenal polaco adoptando de inmediato el nombre de Johannes Paulus pp II (Juan Pablo II), y convirtiéndose, a sus 58 años de edad, en el papa más joven del siglo XX y el primero que no era italiano desde el papa holandés Adriano VI (1522-1523).
Mi participación para que pudiese visitar México
Después de haber sido nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en México, por el Presidente constitucional de la República de Guatemala, general Fernando Romeo Lucas García, volé a México el 29 de noviembre de 1978, “Día del Periodista”, función que había practicado muchos años de mi vida, pero tendría que dejarla mientras desempeñase el cargo diplomático. Me acompañaban mi amada esposa, Anabella, y sus dos hijos: Rodrigo, el mayor, fruto de su primer matrimonio, y Alejandro, el menor. El día siguiente, 1 de diciembre, tomé posesión de la embajada y tenía que presentar primero las copias de mis Cartas Credenciales al Secretario de Relaciones Exteriores, el brillante abogado hidrocálido Santiago Roel, quien anteriormente había sido Decano de la Escuela de Leyes de la Universidad autónoma de Monterrey y, después, presentar los originales de mis Cartas Credenciales al Presidente de México, licenciado José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco. Apenas dos días después de haber tomado posesión de la embajada, el 3 de diciembre celebraba su cumpleaños el Canciller Roel, y me llamó por teléfono al mediodía para invitarme a llegar a festejarlo con él y los más altos funcionarios de la Cancillería. Pero tuve que contestarle que, a pesar de que me daría mucho gusto llegar a darle un cordial abrazo y brindar por su salud y bienestar con un buen tequila, no me sería posible hacerlo porque, de acuerdo al protocolo, yo no existía mientras no le presentara a él las copias de mis Cartas Credenciales, a lo que me respondió de inmediato: “¿Ah sí? ¡Pues tráeme las pinches copias de tus Cartas Credenciales, y me las presentas para que podamos tomarnos un tequila!”. ¿Cómo podía rehusar semejante oportunidad de conocer en esa forma a todos los más altos funcionarios de la Cancillería reunidos? Así que sin pensarlo más le contesté que llegaría sin ninguna falta. Cuando llegué a Tlatelolco ya estaban reunidos, pero él interrupió el festejo para informar a los presentes que antes de continuar la celebración iba a recibir las copias de mis Cartas Credenciales. Así fue, en efecto, todos interrumpieron por un rato el festejo para poner atención al acto. Entonces me preguntó cuándo me gustaría presentar los originales de mis Cartas Credenciales al Presidente de México, licenciado José López Portillo y Pacheco. Yo ya había conocido al licenciado López Portillo, por medio del anterior presidente de México, mi amigo el licenciado Luis Echeverría Álvarez, porque ellos eran entrañables amigos, casi hermanos. De hecho, López Portillo solía decir que Echeverría era “el hermano que no había tenido”. Y según muchos sostenían, fue debido a esa circunstancia que llegó a ser Presidente, a pesar de que carecía de experiencia estrictamente política. Y el que se esperaba que sustituyese a Echeverría Alvarez fue su Subsecretario de Gobernación cuando Echeverría era el Secretario y su sucesor en la Secretaría, el abogado y político Mario Moya Palencia, quien aparentemente era el candidato del PRI y ya se daba por hecho que sería nominado por el mandatario. al final de cuentas no fue nominado. Además, poco tiempo después volví a hablar con López Portillo cuando vino a Guatemala en calidad de presidente electo, y su encargado de prensa y Relaciones Públicas era mi viejo amigo Rodolfo (“el Güero”) Landeros, ex compañero de mis parrandas en el inolvidable restaurante “1, 2, 3”, propiedad de Luis Muñoz, quien antes había sido el bar-man del excelente restaurante “Ambassador” de mi querido amigo el catalán republicano Dalmao Costa, de grata recordación. Después de haber sido Jefe de la Oficina de Prensa y Relaciones Públicas de la Presidencia de la República, “el Güero” Landeros fue electo gobernador de Aguascalientes, su estado natal.
Me atrevo a decir que a partir de la ceremonia de presentación de los originales de mis Cartas Credenciales, la cual tuvo lugar en el salón de protocolo del Palacio Nacional, surgió una excelente amistad personal entre el Presidente López Portillo y yo, la cual cultivamos durante muchos años, hasta su muerte, ocurrida cuando yo ya no era embajador de Guatemala ni él era Presidente de México. Un día que visité a López Portillo en la Casa Presidencial, conocida como “Los Pinos” y noté que estaba preocupado, por lo que le pregunté a qué se debía. Me dijo: “Es que Wojtyla quiere venir a México, pero el artículo 130 de la Constitución de 1917 establece que el Estado es laico y prohíbe que se realicen ceremonias religiosas fuera de los templos y que los ministros de cualquier culto anden por las calles vestidos con sus atuendos religiosos, y no creo que se le podría exigir al papa que no vista sus sotanas, ni tampoco impedir que los católicos mexicanos, que son mayoritarios, no hagan masivas manifestaciones de fervor católico”. Y agregó: “Lo peor es que si no se autoriza la visita del papa me va a matar doña Refugio”. Le pregunté quien era “doña Refugio” y me contestó: “Doña Refugio Pacheco viuda de López Portillo, mi madre, que es ferviente católica y estoy seguro que le gustaría muchísimo poder saludar al papa”. Y luego me pidió que pensara alguna estrategia para resolver esa situación. Y cuando llegué de regreso a la residencia de la embajada se me ocurrió la idea de que si los mexicanos supieran que existe la más remota posibilidad de que el papa Juan Pablo II tuviese que cancelar su visita a México y viajase a Guatemala, harían los arreglos que fuesen necesarios para anular las prohibiciones históricas anticlericales surgidas de la llamada “Guerra de los Cristeros”, durante el gobierno del general Plutarco Elías Calles. La historia es que en 1926, el presidente Plutarco Elias Calles, general revolucionario, promovió la reglamentación del artículo 130 de la Constitución a fin de contar con instrumentos más precisos para ejercer los severos controles que la Constitución de 1917 estableció como parte del modelo de sujeción de las iglesias al Estado aprobado por los constituyentes. Estos instrumentos buscaban limitar o suprimir la participación de las iglesias en general en la vida pública, pero dadas algunas características de la legislación, como el hecho que se obligaba a los ministros de culto a casarse y se prohibía la existencia de comunidades religiosas es posible afirmar que tenían un claro sesgo anti-católico por ser esta confesión la única que en México cuenta con ministros solteros y con comunidades en las que personas deciden convivir. La ley reglamentaria del 130 constitucional facultaba, siguiendo el dictado de la Constitución, a los gobernadores de los estados de la República a imponer cuotas y requisitos especiales a los “ministros del culto”. Tal fue el caso de los gobernadores más radicales, como Tomás Garrido Canabal del estado de Tabasco quien decretó normas que iban incluso más lejos, pues obligaban a los “ministros del culto” a casarse para poder oficiar, mientras que en estados como Chihuahua se pretendió forzar a la Iglesia católica a operar con un número mínimo de presbíteros, mientras que en Tamaulipas se prohibió oficiar a los sacerdotes extranjeros. No obstante, yo estaba seguro de que los católicos mexicanos no iban a tolerar que el gobierno impidiese la llegada de Juan Pablo II. Por lo que, indudablemente, harían todo lo que fuese necesario para que se resolviese en alguna forma esa situación. Agregué que esa misma tarde iba a volar a Guatemala para cenar con el Presidente Lucas García para informarle de esa situación, para que enviase urgentemente al Vaticano “una delegación de lujo” a invitar al papa Juan Pablo II a venir a Guatemala, sobre todo en el caso que finalmente no pudiese visitar México. López Portillo me miró con incredulidad y me preguntó con evidente extrañeza: “¿Y eso en que me va a ayudar a resolver el problema?” Y a continuación le expliqué detalladamente lo que pensaba al respecto y le informé que esa misma tarde iba a volar a Guatemala para cenar con el general Lucas García y explicarle la situación. López Portillo me miró con evidente incredulidad y me preguntó “¿Y eso en qué me va a ayudar a resolver el problema?” Por lo que le expliqué detalladamente mi idea.
En efecto, esa misma tarde volé a Guatemala y por la noche cené con el general Lucas García para informarle de la situación que estaba confrontando el presidente López Portillo. Pero, como podrán comprender, solamente le dije una parte de esa situación. Le entusismó la idea de invitar al papa a venir a Guatemala y de inmediato ordenó integrar “una delegación de lujo” para ir al Vaticano a invitar al papa a venir a Guatemala. La “delegación de lujo” estuvo integrada por tres ex presidentes de la República, los generales Miguel Ydígoras Fuentes, Carlos Manuel Arana Osorio y Kjell Eugenio Laugerud García, el ministro de Relaciones Exteriores, ingeniero Rafael Eduardo Castillo Valdés, el arzobispo de Guatemala, cardenal Mario Casariego, el obispo auxiliar Mario Martínez de Lejarza y el influyente empresario Raúl García Granados, pariente del general Lucas. Estos personajes guatemaltecos cumplieron bien su cometido porque la embajada de México en Roma informó a la Cancillería mexicana. Pero el papa les había respondido que agradecía mucho la invitación pero iba a esperar a ver qué iba a pasar en México. En menos de lo que canta un gallo el Senado mexicano decidió que había que hacer unas alteraciones al artículo 130 de la Constitución de 1917. Y, tal como yo le había anunciado a López Portillo, en pocos días el caso se resolvió satisfactoriamente el problema.
De todo esto se enteró detalladamente el Delegado Apostólico en México, monseñor Gerolamo Prigione, con quien teníamos amistad desde cuando él fue Nuncio Apostólico y Decano del Cuerpo Diplomático en Guatemala, durante el período presidencial del licenciado Julio César Méndez Montenegro y el embajador de Alemania, conde Karl von Spretti, fue asesinado cobardemente por la guerrilla subversiva. Pocos días más tarde me invitó a almorzar en su Delegación Apostólica, donde me dio la sorpresa de que estaba acompañado de otros dos curas, que resultaron ser -¡nada menos!- que monseñor Agostino Casarolli, Secretario de Estado del Vaticano, y monseñor Giuseppe Caprio, Secretario del Tesoro. A quienes Prigione informó de mi participación en la trama para contribuir a que López Portillo pudiese arreglar la visita papal y ambos me expresaron su agradecimiento. Pero Prigione me dijo también que cuando Su Santidad, el papa Juan Pablo II, viniera a México, él solamentre podría recibir en la delegación apostólica a los jefes de las misiones diplomaticas acreditadas en el país, pero sin sus esposas, porque no tenía suficiente espacio para recibir también a ellas. Yo protesté y le dije que no iría a la recepción si la invitación era sin mi amada esposa, y Prigione –que era un gran diplomático, pero demasiado soberbio–, me respondió con disgusto: “Pues si no vienes vas a tener problemas con tu gobierno!”, a lo cual respondí indignado: “¡No señor! Quien va a tener problemas eres tú, no yo!”. A todo esto, los monseñores Casarolli y Caprio sólo escuchaban con disimulada atención nuestra discusion. Y cuando me retiré de la delegación convoqué a algunos de los embajadores que eran más amigos míos y todos sin excepción prometieron respaldarme. Pero esto no fue necesario, porque al regresar a mi casa, mi amada Anabella me recibió muy sonriente para darme la buena noticia que monseñor Casarolli había llamado por teléfono para decir que me felicitaba porque también había ganado esta batalla, ya que cuando me fui Prigione había accedida la recepción que ofercería para saludar al papa, sólo a los jefes de misiones . Pocos días más tarde, Casarolli y Caprio fueron convertidos en Cardenales por Juan Pablo II.
Como es bien sabido, el 1 de mayo celebran las izquierdas el “Día Internacional del Trabajo“. Por lo que pensé: ¡Que ironía de la vida, que el papa Juan Pablo II sea elevado a los altares este día, a pesar de que fue un consumado anticomunista porque había tenido que soportar en Polonia la ocupación soviética, y finalmente logró convencer al premier soviético Mijail Gorbachov de que accediera a derribar el infamante “Muro de Berlín” para después contribuir de manera importante a que posteriomente se derrumbara el imperio soviético, vaya a ser beatificado el mismo día que los comunistas celebran “El Día Internacional del Trabajo”! ¡Cosas de la vida!
Para terminar esta larga primera parte, repito que a partir de las 10 horas de hoy, 1 de mayo, ese extraordinario pontífice polaco, Juan Pablo II, será beatificado por su sucesor, el papa alemán Benedicto XVI en la Plaza de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Su féretro será sacado del lugar que ocupa para que esté presente en esta solemne ceremonia.
Momento en el que Su Santidad el papa Juan Pablo II se acercó a saludarnos a Anabella y a mí durante la recepción que ofreció la Delegación Apostólica para darle la bienvenida en su primera visita a México, y me agradeció el haber participado en alguna forma en la gestión para que él pudiese venir. Nótese que detrás de mí está mi amigo el veterano diputado y ferviente católico licenciado José (“Chepe”) García Bauer, quien me había visitado inesperadamente para pedirme que le permitiera acompañarnos a la recepción. También están en la foto enfrente el embajador de Paraguay y su esposa, y de espaldas el Delegado Apostólico, monseñor Gerolamo Prigione y la cabeza del Secretario de Estado del Vaticano, monseñor Agostino Casaroli. ¡Ese fue un momento verdaderamente inolvidable para mí!
En esta foto le estaba diciendo al papa: “¡Cuidado Su Santidad porque nos van a tomar una foto!” Y él me preguntó, muy extrañado “¿Y eso qué tiene?” Entonces le dije: “Anabella y yo no estamos unidos por la Iglesia y sólo estamos casados por lo civil porque ella es divorciada”. Y agregué que en Guatemala no podíamos recibir la comunión en público y frente al altar debido a que lo prohíbe la Iglesia. Tras de lo cual, como puede verse, nos tomó fuertemente a ambos con sus manos y nos dijo que esas eran tonterías arcaicas que ponto tendrán que ser revisadas y agregó: “¿Que no están unidos por la Iglesia? ¡Pues ahora lo están!” y nos apretó con sus fuertes manos. Mi amada Anabella se puso supremamente feliz, como se podrá ver en esta fotografía. A un lado de nosotros está acompañado de su señora esposa el embajador de Italia, Francesco Spinelli, quien presentó los originales de sus Cartas Credenciales al Presidente José López Portillo el mismo día que yo, el 12 de diciembre de 1979, después de haber tenido que esperar dos meses para poderlo hacer y desde entonces mantuvimos una grata amistad. Observen que en esta foto todavía no está el autógrafo del Pontífice. Continuará.