MISCELÁNEA DEL 16/04/13

1.- El terrorismo es igual en Guatemala que en Boston

Las dos bombas terroristas que estallaron ayer a corta distancia de la meta de la Marathón de Boston y mató a tres personas e hirió a muchas, nos hace recordar la bomba que estalló el 5 de septiembre de 1980 en el antes llamado Parque Central y hoy Plaza de la Constitución, frente al Palacio Nacional. Porque es igual el terrorismo en Boston que el terrorismo en Guatemala. Terrorismo es terrorismo en cualquier parte del mundo. En Guatemala jamás se había producido un acto de terrorismo como ese. Y a estas alturas de convivir en la paz supuestamente “firme y duradera” ya no importa saber quién puso la bomba, sino procurar que no vuelva a suceder. Para lo cual debemos convivir en paz y en el marco de un gobierno democrático bajo un Estado de Derecho, trabajando intensamente por resolver los problemas más graves del país y superar las crueles diferencias económicas, políticas y sociales que hay en nuestra patria desde tiempos inmemorables, y por los cuales se levantaron en armas quienes iniciaron el estéril conflicto entre hermanos que tuvo más de tres décadas de duración. Y que, por lo visto, después de todo no sirvió para nada porque la injusticia social, la miseria y la pobreza extrema persisten en un numeroso sector de nuestra población.

2.- Interesante carta de un ex guerrillero

En su habitual columna en el matutino Prensa Libre, Alfred Kaltschmitt reproduce hoy una oportuna carta que recibió del licenciado Alfredo Porras Castejón, un ex guerrillero y más tarde uno de los principales artífices de la firma de la –supuesta– Paz Firme y Duradera el 29 de diciembre de 1996, al final del primer año de gobierno del presidente Álvaro Arzú Irigoyen.

DE MIS NOTAS

Carta de Gustavo Porras

Estas palabras de uno de los artífices de los acuerdos de paz y ex militante guerrillero deberían resonar profundamente en todos los que se empeñan en iniciar de nuevo la guerra por otros medios. “Estimado Alfred: Leí con detenimiento tu última columna impregnada de una justa indignación ante aquellos que, conscientemente, por sus intereses personales o por sus fobias particulares, se prestan para esta conspiración contra Guatemala, que tiene ahora su punta de lanza en el juicio por ‘genocidio’.

 

 ALFRED KALTSCHMITT

 

Desde antes que se pronuncie la sentencia que todos sabemos ya escrita, el impacto en la sociedad es claro: tanto entre grupos urbanos como rurales reviven los odios que el conflicto armado creó o exacerbó. Esto ocurre justamente cuando, en medio de nuestras interminables tribulaciones, los guatemaltecos (menos los profesionales del conflicto), habíamos mejorado nuestra convivencia: entre gente de ideologías y trayectorias diversas, entre grupos con intereses distintos y contradictorios, y sobre todo entre indígenas y no indígenas. Esta parodia legal que se está llevando a cabo ya significa en sí misma (independientemente del desenlace definitivo), el fin del proceso de paz que se inició con los Acuerdos de Esquipulas hace más de treinta años.

Dicho lo cual, querámoslo o no, la leche ya está derramada, de manera que lo que nos queda es minimizar el daño, comenzando por los efectos internos de esto, que bien pueden llevarnos a la reaparición de la violencia política. Lo primero que habría que hacer es que cada vez más personas comprendan lo que significa una condena por genocidio, que no se reduce al castigo de personas sino involucra al Estado mismo. Que se conozca qué se deriva de ello, en términos de integridad territorial. Indemnizaciones y oprobio internacional, que perdurará por decenas o centenas de años.

Sin embargo, la cobertura de los medios y las columnas de opinión —salvo muy contadas excepciones— no se han referido a estas nefastas consecuencias, sino se han reducido a informar aspectos del proceso, o bien, en el caso de las columnas de opinión, a tomar partido.

Nadie se percata de que el objetivo no es castigar a los oficiales procesados, y seguramente a muchos más que vendrán detrás: de hecho, el genocidio está penado con 25 años de prisión, mientras los crímenes cometidos —por ejemplo— por los autores de la masacre de “dos erres”, fueron penados con centenares de años de cárcel.

Pero más que la información —que siempre llegará a unos pocos— lo que ya no puede postergarse es una atención profunda e integral a la población que sigue sumida en la extrema pobreza.

Ese es el vacío profundo que está debajo de las airadas y justas protestas de mucha gente, y que en ocasiones (no siempre), es aprovechado por los profesionales del conflicto, por los vividores que reciben financiamientos para sus “proyectos”, para perpetuar su negocio, sin importarles en lo más mínimo, ni las comunidades afectadas, ni menos el país.

Sin embargo, quedan líderes auténticos y movimientos sociales sanos, con los cuales se pueden lograr acuerdos e implementar medidas concretas, sensibles y rápidas para atender a esa población abandonada, que ha sido por siglos objeto de todos los abusos imaginables.

Habrá que actuar con cabeza fría. Es muy importante lo que está en juego como para que la cólera nos hunda aún más. El tema del conflicto armado y sus secuelas hay que resolverlo: hacer un esfuerzo titánico para que se implementen medidas que satisfagan a los afectados y que, lejos de perjudicar al país, lo fortalezcan: no se me ocurre otra cosa más que acciones de justicia social como la planteada antes, y al mismo tiempo algo similar a lo que Desmond Tutú y Nestor Mandela hicieron para Sudáfrica: “La verdad y el perdón”. (Fin de la carta de Gustavo Porras)

3.- Artículo de José Raúl González Merlo

También en Prensa Libre se publica hoy este artículo del licenciado José Raúl González Merlo en su acostumbrada columna

HOMO ECONOMICUS

 Costo del conflicto

El conflicto armado en Guatemala tuvo un costo que no solamente se puede medir por las vidas que se perdieron. Tuvo también un costo económico altísimo que pagó toda la población con el innecesario sufrimiento que trae la pobreza. Querer regresarnos al conflicto, de nuevo, empobrecerá a todos a costa del beneficio de unos pocos. Cuando se firmó la paz en 1996 un 45 por ciento de la población era menor de 15 años. Casi la mitad de la gente no tuvo una conciencia clara de lo que se vivió durante los peores años del conflicto.

   

JOSÉ RAÚL GONZALEZ MERLO

 

 

 

Peor aún, como dijo Manuel Conde, “la historia de la guerra está escrita con la mano izquierda” producto del claro sesgo ideológico con el que fue deliberadamente registrada. Pero hay una historia que se mide con números y que nos puede ayudar a entender las consecuencias económicas de ese conflicto. Conocer esa historia nos debe urgir a no permitir que los interesados nos conduzcan a nuevos conflictos.

En 1980 Guatemala ya llevaba décadas de conflicto armado y estaba a las puertas de lo que en El Salvador se llamó“la ofensiva final” de la guerrilla. En ese año, cada guatemalteco producía, en promedio US$5 mil 200 al año. Seis años más tarde, el país había tocado fondo. La guerra había recrudecido. La infraestructura productiva había sido minada. La confianza en el país estaba en un punto bajo. Estábamos en medio de una crisis económica regional. Como consecuencia, la capacidad productiva del guatemalteco había caído 20%. En términos reales, retrocedimos a producir solamente US$4 mil 200 por habitante por año; ¡lo mismo que se producía 13 años antes!

En buena medida la guerrilla había logrado su objetivo parcialmente: destruir la capacidad productiva del sector privado. El fin justificaba los medios. El conflicto había aumentado los índices de pobreza y ese era el “caldo de cultivo” sobre el que la guerrilla buscaba capitalizar. No obstante lo anterior, su derrota militar cambió la tendencia de la situación económica y, habiendo tocado fondo, los habitantes comenzaron a producir cada año más. Pero no fue sino hasta el 2007 que logramos volver a producir los mismos US$5 mil 200 por habitante. ¡Nos tomó 27 años regresar a tener la productividad de 1980! Moraleja: destruir es fácil; construir y reconstruir toma una generación.

La amnistía otorgada por los delitos de la guerra tenía un propósito: “Borrón y cuenta nueva”. El llamado a un “nunca más” también tenía un sentido. Sin embargo, la invención del delito de “genocidio” con la excusa de “justicia” busca revivir viejos conflictos para beneficio de un reducido grupo de “activistas” que viven de eso. Lograr una condena sería ganar la “Champions League” de los acusadores. Pero, para el resto de guatemaltecos, representará pagar, con más pobreza, el costo de los nuevos conflictos que se gestionarían. “Conocer la verdad” no tiene nada de malo. Pero, por donde nos están llevando, “el caldo nos saldrá más caro que los frijoles”. Los ciudadanos conscientes no podemos permitir que se nos imponga, de nuevo, la pérdida económica de otra generación de pobres. (Fin del artículo del licenciado José Raúl González Merlo)

4.- Mi comentario

En lo que se refiere a la interesante carta que “el Sholón” Porras envió a Alfred Kaltschmitt, lo único que puedo decir es que hay pocos compatriotas tan calificados como él para decir lo que dijo. Porque él fue guerrillero activo y sabe muy bien lo que hicieron los subversivos durante la guerra, porque fue uno de los protagonistas. Posteriormente publicó un interesante libro sobre su experiencia y por lo tanto puede decir con conocimiento de causa que en Guatemala no hubo genocidio, como lo hemos venido sosteniendo muchos comentaristas. Aunque los izquierdistas nos tañen de dinosaurios retrógrados. Además, quiero agregar que quienes están llevando a cabo ese juicio contra el general Efraín Ríos Montt por el delito de genocidio, y los izquierdistas extranjeros y nacionales que son sus patrocinadores, le hacen poco favor a Guatemala y a la paz insistiendo en que se debe condenar al Estado de haber cometido el delito de genocidio. Eso es todo por hoy.

Twitter: @jorgepalmieri