A pesar de que siempre he dicho que un periodista no tiene que andar aceptando reconocimientos o premios por el hecho de desempeñar su oficio a la medida de sus posibilidades, ahora que ya estoy en las postrimerías de mi vida acepto y agradezco profundamente este inmerecido homenaje que me hace la Fundación Mario Monteforte Toledo. Como se podrán dar cuenta por la invitación que está circulando y reproduzco arriba, el acto tendrá lugar en el Centro Cultural Luis Cardoza y Aragón de la sede de la Embajada de México, el próximo jueves 26 a partir de las 19 horas. Entiendo que este inmerecido tributo se debe primordialmente a que he dedicado al periodismo la mayor parte de los 84 años que he vivido y, en parte, a mi paso por la diplomacia en el honroso cargo de Embajador de Guatemala en los Estados Unidos Mexicanos. Agradezco los grandilocuentes adjetivos (totalmente inmerecidos) con los que se me califica en la invitación, pero me obligan a que –apelando a la comprensión de quien la redactó– lo rechace cordialmente. Creo que habría sido mejor que me llamaran “controvertido periodista” o algo parecido. Porque, sencillamente, en el ejercicio del periodismo he hecho todo lo que ha estado en mis posibilidades para servir a mis lectores, en particular, y a la sociedad de Guatemala en general. Con lo cual, en medio de tantas vicisitudes, incomprensiones, riesgos y pésimas remuneraciones de parte de las empresas de los medios, he tenido una vida verdaderamente fascinante. Al grado que si me preguntan qué me gustaría ser si volviera a nacer, diría que periodista. Porque en Guatemala uno no puede vivir del periodismo… pero sí puede morir por él. Aclaro que esta acertada expresión no es originalmente mía, sino de mi viejo amigo y colega Luis Morales Chúa. Tampoco creo merecer el calificativo de “diplomático centelleante” (cualquiera que sea su significado), pero me siento satisfecho y orgulloso de haber representado a Guatemala en ese país que tanto admiro y amo como una segunda patria, porque allá tengo más amigos que en Guatemala y tradicionalmente ha sido hospitalario para recibir a los exiliados políticos de cualquier país, entre los cuales yo me conté en dos oportunidades que fui expulsado de Guatemala y tuve que vivir en el exilio por haber expresado opiniones contrarias a las de los regímenes autoritarios en turno, por las que fui perseguido, encarcelado, torturado y puesto en el río Suchiate sin dinero ni documento alguno. México fue entonces mi refugio, como lo ha sido para tantos exiliados de muchos países. Mario Monteforte Toledo fue uno de ellos. Además, es doblemente honroso para mí que este acto vaya a tener lugar en el Centro Cultural de la Embajada de México que lleva el nombre del admirado ilustre poeta, escritor y crítico de arte guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, quien vivió en el exilio en México desde 1954 hasta su muerte. En cuanto lo que se agrega de “espléndido hombre de letras”, puede ser porque he leído mucho, y que soy “fundador de amistades que trascienden de un siglo a otro”, lo acepto con mucho gusto porque creo que sí se apega a la verdad. En el transcurso de mi larga vida no me ha interesado coleccionar valores materiales, pero sí he cultivado grandes amistades. Y fue en México, precisamente, donde aprendí a cultivar la amistad, porque cuando allá le llaman a uno “cuate” significa que es reconocido como amigo; y, en base a su conocida expresión de “mi casa es su casa”, aprendí a abrir las puertas de mi casa para compartir el pan y el vino con mis queridos amigos. Eso sí lo acepto, gustosamente, porque es verdad que he tenido la fortuna de gozar de la amistad de importantes personajes de varios países. Por eso desde que regresé a Guatemala fundé aquí lo que –por mi habitual ánimus jodiendi— bauticé como Cofradía de los Viernes, que no es otra cosa que un grupo selecto de amigos que nos reunimos todos los viernes a compartir unos tragos y buena comida para conversar sobre los temas de actualidad. Durante muchos años lo hicimos solamente en mi casa, pero, dadas las circunstancias económicas, últimamente lo hemos venido haciendo en diversos lugares. Pero no se trata de una “cofradía” delincuencial, como llegó a creer el infame y tristemente recordado juez español Carlos Castresana, sino de un grupo selecto de amigos que se reúne a compartir un almuerzo y a platicar sobre diversos temas. Lo que no me cabe la menor duda es que quien redactó esa invitación es amigo mío y me estima, porque creo que sus palabras derraman afecto. Además, creo que lo hizo para justificar la honrosa distinción que se me hace.
Este era yo en 1940, a los 12 años de edad, cuando comencé a escribir babosadas en la revista Faro Estudiantil del Colegio de Infantes, donde estudié la secundaria. Si comparan esta foto con la que tiene el encabezado de este blog ahora que tengo 83 años, van a poder notar el paso inexorable de los años.
Continuaré mañana con este tema, pero hoy he querido adelantarme a informarles de la generosa y honrosa decisión de la Fundación Mario Monteforte Toledo de conceder este año la Orden que lleva el nombre del prolífico periodista y novelista. El año pasado se lo otorgaron a mi buen amigo el talentoso compatriota Carlos Humberto López Barrios, residente en México, donde es propietario de la Editorial Praxis.
Ironías de la vida, porque estoy seguro de que si le consultaran a Mario se opondría categóricamente, porque después de haber sido buenos amigos y compañeros de trabajo en la Revista Siempre! de nuestro mútuo amigo José (“Pepe”) Pagés Llergo, se enemistó conmigo cuando llegué de embajador del gobierno del general Romeo Lucas García. Sin embargo, durante la mañana del primer día que asumí el cargo, se presentó al consulado a solicitar que se le extendiera un pasaporte, el cual se le había venido negando varios años, y cuando el Cónsul llegó a consultarme el caso le ordené que le extendiera inmediatamente el pasaporte. Entonces él me informó que el Consulado tenía instrucciones del Ministerio de la Defensa de no documentarlo, por lo que le pregunté: “¿Y de cuándo acá usted recibe instrucciones del Ministerio de la Defensa?” Y le recordé que tanto él c0mo yo dependíamos de la Cancillería y no de otro ministerio. Entonces me pidió que yo firmara el pasaporte y le repondí que un embajador no firma pasaportes ordinarios, sino únicamente los diplomáticos, pero que le iba a dar una carta ordenándole que lo hiciera para cubrirse las espaldas. Y así fue como le entregaron en pocos minutos su pasaporte a mi viejo amigo Mario Monteforte Toledo, gracias a lo cual pudo viajar por diversos países antes de regresar a Guatemala. Yo tengo un contrato con Funerales Reforma para que cuando muera incineren mi cuerpo, sin velorio ni entierro, y había dado instrucciones a mi hijo Alejandro de que mis cenizas las tirasen en el Lago de Atitlán. Pero entonces me enteré que mi querido amigo José (“Pepo”) Toledo Ordóñez se encargó de lanzar en las aguas del Lago de Atitlán parte de las cenizas de su tío Mario, y yo había pensado pedir a mis deudos que ya no lanzaran mis cenizas en ese lago para no ser la causa de un tsunami o un chocomil cuando se encontrasen las cenizas de ambos. Pero en vista de este homenaje –que agradezco– volveré a pedir que lancen mis cenizas en ese mismo lago. Porque espero que ahora que recibiré la Orden que lleva su nombre no vaya a rechazar mis cenizas cuando se encuentren con las de él. O sea que este homenaje que me ofrece la fundación que lleva su nombre será una oportuna reconciliación post mortem. De la cual me alegra mucho.
Twitter: @jorgepalmieri