Ni racista ni machista

Desde hace muchos años, en todos los diferentes medios de comunicación en los que he escrito me he venido pronunciando en contra de la discriminación racial que, lamentablemente, aún persiste en Guatemala, sobre todo en relación a nuestros compatriotas de las diferentes etnias aborígenes que hasta hace poco tiempo eran mayoritarias en el país. He insistido muchas veces en que no se debe olvidar que, por principio, como seres humanos, todos somos hermanos en Dios. De manera que están muy equivocados quienes me califican de racista, porque nunca lo he sido y no lo soy. Pero todo en la vida tiene sus limitaciones. No esta bien que se discrimine a los indios, o indígenas, como se prefiera llamarles, pero tampoco está bien que ellos actúen como si no se les puede tocar ni con el pétalo de una rosa porque se ofenden hasta con una mirada. El día que la indígena k?iché Rigoberta Menchú Tum fue asediada, molestada e insultada por unos cuantos exaltados militantes del Frente Republicano Guatemalteco (FRG) en uno de los salones de la Corte de Constitucionalidad, después de una sesión de los magistrados, publiqué un artículo en el cual critiqué ese comportamiento que me pareció ofensivo y cobarde, pero no creo que pueda ser tipificado de discriminación racial, como lo interpretó el juez que dictaminó la condena de los involucrados en dicho caso. Como se dice popularmente, aparte es Juan Domínguez y aparte es no me chingues.
Estoy totalmente de acuerdo en que los ladinos no tienen derecho alguno para discriminar a los indios, pero tampoco los indios tienen derecho a discriminar a los ladinos. Todos los guatemaltecos debemos respetarnos mútuamente. Pero eso no quiere decir que cuando a alguna persona le cae mal otra persona de una de las numerosas razas que compartimos este bello país multiétnico, ?a huevo? se tiene que comportar con ella con hipocresía, fingiendo que le es simpática. ¿A cuenta de qué? La ley establece que no se debe discriminar a las personas por su raza, pero no dice que uno tiene que tratarlas como si nos fuesen gratas. Si a una persona le cae mal una persona, ya sea ladina, k?iché, uspanteka, q?eqchí, poqomchí, awakateka, kaqchikel, tz?utujil, garífuna, o lo que sea, no está obligada a cultivar su amistad o a soportar su compañía ni su presencia.
La señora Rigoberta Menchú Tum cae mal a muchas personas, aunque en 1992 haya recibido ?inmerecidamente- el premio Nobel de la Paz con un millón de dólares supuestamente ?en reconocimiento por su trabajo por la justicia social y reconciliación etno-cultural basado en el respeto a los derechos de los indígenas, coincidiendo con el quinto centenario de la llegada de Cristobal Colón a América y con la declaración de 1993 como Año intermacional de los Pueblos Indios? y le hayan otorgado doctorados honoris causa una docena de universidades. Hay muchas personas que no la soportan. ¡No pueden verla ni en pintura! Y no tengo ninguna razón para ocultar que yo soy una de esas personas. Y no es porque sea una india k?ich´é de Uspantán, ni porque su vestimenta multicolor sea tan vistosa y cara que se califica de folklórica, pero quienes estamos bien informados sabemos que esas telas no fueron diseñadas originalmente por los aborígenes sino por los ?conquistadores? españoles que ocuparon estas tierras, para distinguir de qué zona procedían.
Rigoberta Menchú cae mal porque, como todos los otros miembros de su familia que fueron víctimas de la represión, militó en la subversión guerrillera que durante más de tres décadas se enfrentó al Ejército regular y ensangrentó a nuestro país. Ella sirvió de instrumento a los comunistas internacionales y nacionales para desprestigiar internacionalmente a los sucesivos gobiernos de turno en Guatemala. Cae mal a muchos porque saludó con sombrero ajeno con la publicación del libro supuestamente autobiográfico titulado ?Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia?, que en realidad no escribió ella sino la escritora comunista venezolana Elisabeth Burgos-Debray cuando todavía era esposa del entonces terrorista comunista francés Régis Debray, quien traicionó en Bolivia al legendario guerrillero argentino Ernesto ?Ché? Guevara y fue amante de la esposa del presidente de Francia, el socialista François Mitterand. La Menchú ha dedicado su vida y sus actividades a ser embajadora de la Unesco y ahora es embajadora de la paz de este desastroso gobierno de empresarios para explotar en todo el mundo la trágica suerte que corrieron los miembros de su familia que fueron víctimas de la represión. De no haber sido por eso no le habrían otorgado el premio Nobel simplemente por el hecho de haber sido cocinera de los guerrilleros que iban a descansar a la ciudad de México en una casa ubicada en la colonia Narvarte. ¡Y pensar que aspira a ser presidenta de la República! Sería sumamente interesante ver cómo se desenvuelve en un foro serio en el cual se pueda discutir la problemática nacional y participen los otros candidatos a la Presidencia, el ingeniero Álvaro Colom Caballeros, el doctor en Física Nuclear y Matemáticas Eduardo Suger Cofiño, el doctor en medicina Francisco Arredondo, el doctor en medicina Alejandro Giammattei Falla y el general Otto Pérez Molina.
Así que no soy racista. ¡Ni mucho menos machista! Me encantaría que gobierne nuetro país una mujer, pero que sea adecuadamente preparada. No me gustaría que fuese como esta indígena que, según cuentan las funcionarias del Protocolo de Relaciones Exteriores, hace corchos cuando se toma un par de tragos en las recepciones diplomáticas a las que asiste.

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