MAL PAGA LA PATRIA A QUIEN LE SIRVE

En el transcurso de la mañana de hoy, 28 de enero del año 2013, el juez Miguel Ángel Gálvez tendrá la responsabilidad de decidir si se abre o no a debate público oral y contradictorio, ante un tribunal colegiado integrado por tres jueces, para juzgar al general retirado José Efraín Ríos Montt y a Mauricio Rodríguez Sánchez, quien fue jefe del departamento de Inteligencia militar (G-2) durante el período comprendido entre el 23 de marzo de 1982 al 8 de agosto de 1983 que Ríos Montt fue “presidente” de facto, después del golpe de Estado que llevaron a cabo unos oficiales jóvenes de la zona militar Mariscal Zavala, patrocinado con millones de quetzales proporcionados por el coronel Hugo Tulio Búcaro García, ex ministro de Finanzas a quien Lucas despidió del cargo y expulsó a patadas de Casa Presidencial por un desfalco que hizo, y la complicidad de ciertos altos jefes militares traidores, entre quienes el general Manuel Benedicto Lucas García –hermano del mandatario derrocado, que a la sazón era Jefe del Estado Mayor del Ejército, en su autobiografía titulada Memorias (Imprenta “Casa del Arte”, noviembre 2012)– acusa al coronel Héctor Montalván, Jefe del Estado Mayor Presidencial (EMP) y pariente político del coronel Búcaro García.  

Sospecho que el juez Gálvez no se va a atrever a cerrar el caso contra estos militares para no desafiar a las presiones nacionales e internacionales que hay para que se les juzgue y se les condene a la cárcel, pero me parece injusto que así sea por el hecho de haber servido a la patria en circunstancias en que tuvieron que luchar por preservar la institucionalidad del Estado y la soberanía nacional. Ojalá que al expresar su fallo el juez lo haga con alto grado de sindéresis y absoluto apego a las leyes y a la justicia.        

Al general Ríos Montt se le acusa de haber cometido supuestos genocidios que realmente no existieron y masacres en 267 casos en el denominado Triángulo Ixil situado en el departamento de Quiché, de acuerdo a 84 testimonios, 66 informes forenses y 15 peritajes presentados por los fiscales del Ministerio Público (MP). Hubo una época durante el enfrentamiento armado interno que en el que esa zona se habían concentrado las fuerzas guerrilleras, donde contaban con el apoyo del Comité de Unidad Campesina (CUC), brazo armado de la subversión, y de algunos sacerdotes católicos, como el padre Makena (o McKena), quien dejó los hábitos y la prédica del cristianismo para empuñar el fusil y fue uno de los responsables de que miles de campesinos de esa zona hayan huido de Guatemala y buscado refugio en territorio mexicano sin que lo hubiesen advertido a tiempo los servicios de Inteligencia militar de Guatemala, cuando yo desempeñaba el cargo de embajador en México.

Cuando me enteré por la prensa mexicana de que miles de campesinos guatemaltecos habían huido de Guatemala y se habían refugiado en Chiapas, y los periódicos izquierdistas dijeron que estaban huyendo de la represión del Ejército, solicité a mi amigo el presidente José López Portillo que me facilitara un helicóptero para volar de inmediato a esa zona para hablar con esos campesinos y averiguar por qué habían huido de Guatemala y se habían refugiado en México. Al llegar al lugar donde estaban refugiados cientos de campesinos guatemaltecos, les pregunté por qué lo habían hecho y me respondieron que huían de la guerra y no solo de los militares, sino también de los guerrilleros, porque el ejército les reprimía si descubría que habían ayudado a los guerrilleros, pero los guerrilleros les obligaban a darles alimentos y a ayudarles y reclutaban a los niños menores de 15 años a quienes entrenaban para que se convirtieran en guerrilleros. Y me comentaron que el cura Makena (o MacKena) era colaborador de la guerrilla y les había aconsejado huir de Guatemala e irse a México. Entre los numerosos refugiados había muchos ancianos y muchas mujeres y niños, y todos coincidían en que no querían regresar a Guatemala hasta que no terminara el enfrentamiento armado interno. Y ahora resulta que acusan al general Efraín Ríos Montt de haber masacrado a niños, pero no toman en cuenta que esos pudieron haber sido niños a quienes habían reclutado los guerrilleros, como se puede ver en este interesante YouTube del telenoticiario Guatevisión que fue presentado en descargo por los abogados defensores de los militares acusados de haber cometido masacres siguiendo los planes militares denominados Operación Sofía, Plan Victoria 82 y Firmeza 83.

[youtube]cDjyTs0y1Gs[/youtube]

 ¿Vieron ustedes cómo las guerrillas entrenaban a niños menores de 15 años?

A continuación permítanme reproducir este interesante artículo del columnista de Prensa Libre Alfred Kaltschmitt:

Ríos de Montt-aje feos 

Las maniobras políticas son tan viejas como los graderíos donde se reunían los pensadores más influyentes de la humanidad. No hay maniobra en el arsenal político que no haya sido ya elucubrada por esos pensadores. Su influencia se extiende hasta el día de hoy. De hecho, uno de ellos, Nicolás Maquiavelo, escribió una obra en 1520 titulada Del Arte de la Guerra, que es parte fundamental de la estrategia política que tiene a Efraín Ríos Montt sentado en el banquillo de los acusados, en un juicio “maquiavélicamente” promovido por los “mercenarios” a los que alude Nicolás en esta obra. 

 

 

 

ALFRED KALTSCHMITT

La verdad no importa en este juicio porque el montaje es político. Como actor durante la guerra, yo formo parte de la historia de la región ixil. Estuve en la guerra asistiendo a los damnificados y desplazados por el conflicto armado. Y lo pude hacer porque la “política” de Estado —léase emanada del mismo Ríos Montt— era “asistir, ayudar y reubicar a todas las familias afectadas. El artículo 14 de su estatuto de gobierno era proteger los derechos humanos.

Durante todo el gobierno de Ríos Montt se llevaron a cabo estas actividades. Cientos de aldeas reconstruidas, campos de refugiados que se volcaron por miles al enterarse de que había amnistía. Toneladas de comida, ropa, herramientas de labranza, semillas, láminas, asistencia médica. Esto no es paja retórica. Es verdad absoluta comprobada, registrada. Una política de Estado que emanaba desde arriba hacia abajo.

Se quiere hacer ver que la guerra fue unilateral. No es así. Eran decenas de miles de alzados en armas, que secuestraban, pedían rescate, quemaban municipalidades, incendiaban los registros, asesinaban a diplomáticos y empresarios, destruían infraestructura, demandaban dinero, asaltaban. Qué ridículo es tratar de cambiar la verdad histórica!!!

Que algún oficial, en el calor de una operación táctica, con soldados muertos en el campo de batalla, decidiera llevar a cabo diversas acciones en un momento dado, es totalmente diferente a que se quiera hacer creer que “obedecía” una orden emanada de la cadena de mando de “matar indiscriminadamente” a civiles.

Cualquiera que lee en los cientos de reportes cifrados de los destacamentos al puesto de mando del Plan Sofía puede leer que se respetaba a la población civil, que se les ubicaba y conducía a los campos de refugiados. Cientos de informes que están a la mano para que cualquiera pueda leer. En ninguno de ellos se encuentra orden alguna de matar hombres, mujeres y niños.

Resulta que no hubo guerrilla ahora! Fueron unos santos y solo existen diablos verdugos militares a los cuales, por cadena de mando ahora hay que juzgar y encarcelar. Los guerrilleros pueden beneficiarse de todos los desmadres, delitos, asesinatos, destrucciones que hicieron, pero los militares no! Porque fíjese que los crímenes de lesa humanidad no están incluidas en la Ley de Reconciliación. ¡Qué desfachatez!

Y en cuanto a pruebas, están utilizando la Memoria Histórica REHMI, documento que “expresamente” se prohíbe en los acuerdos de paz utilizar en un juicio. Hasta la misma fiscal Claudia Paz y Paz escribió en su libro “que en el Triángulo Ixil no hubo genocidio”. Ella sabe perfectamente que la definición de genocidio solo puede ser la misma que tiene la Convención, y no se puede dar otra definición.

Que quede claro que esto es una confabulación mercenaria de un grupo de exguerrilleros y simpatizantes cuya intención es abrir la caja de Pandora con el “primer caso de la condena de un militar”, para continuar hasta el mismo presidente de la República cuando era el comandante Tito. Qué circo. Qué vergüenza. (Fin del artículo de Alfred Kaltschmitt)

MI COMENTARIO

Dios y mis lectores saben que el general José Efraín Ríos Montt nunca ha sido “santo de mi devoción” y que le he criticado muchas veces desde que era “presidente” de facto. En primer lugar no le tenía simpatía por haber asumido la jefatura del gobierno de facto que surgió a raíz del golpe de Estado fraguado por el partido Movimiento de Liberación Nacional (MLN) representado por el bachiller Lionel Sisniega Otero y el propio general Ríos Montt en calidad de “delegado militar” del licenciado Mario Sandoval Alarcón, quienes se reunían a planificar un golpe de Estado en casa del general Ernesto Sosa Ávila, uno de los cuñados de Ríos Montt, golpe que un grupo de oficiales jóvenes llevaron a cabo con el propósito de exigir al presidente constitucional de la República, general Fernando Romeo Lucas García, que anulara las elecciones presidenciales que se habían llevado a cabo dos semanas antes, para impedir que asumiera la Presidencia de la República quien legítimamente las había ganado, el general Ángel Aníbal Guevara Rodríguez, debido a viejos rencores personales de parte del capitán Rodolfo Muñoz Piloña, uno de los cabecillas de los alzados, porque cuando el general Guevara era comandante del Mariscal Zavala le había negado permiso para viajar a Brasil.

Yo era embajador plenipotenciario y extraordinario en México y desde el momento que se produjo el golpe de Estado contra el presidente legalmente establecido, general Fernando Romeo Lucas García, llamé por teléfono al ministerio de Relaciones Exteriores, que acababa de asumir el hasta entonces viceministro, licenciado Alfonso Alonso Lima, mi supuesto viejo “amigo” y  compañero de militancia en el Partido Revolucionario durante el nefasto gobierno de la mal llamada Liberación Nacional, y le dije que por su medio presentaba mi renuncia irrevocable porque no podía estar ni un día más en ese cargo representando al gobierno de facto, después de que éste había derrocado al gobernante que me había nombrado. Alonso Lima me pidió que presentara mi renuncia por escrito para poder darle trámite, lo cual hice por medio de una carta de la cual conservo una copia que publicaré en un libro sobre mis aventuras durante mi larga vida, el cual deseo escribir y publicar antes de partir al viaje sin retorno. Ojalá todavía tenga tiempo porque ya cumplí 84 años de edad y comprendo que me resta poco tiempo de vida. Pero como pasaron varios días sin que me notificaran que habían aceptado mi renuncia, insistí por teléfono y Alonso Lima me pidió que reconsiderara mi renuncia y permaneciera en el cargo tres meses más “mientras escogían a mi sustituto”. Yo me negué rotundamente a hacerlo insistiendo en que no podía representar al gobierno que había surgido del golpe de Estado contra quien me había nombrado y que iba a proceder a dejar la embajada a cargo del ministro Consejero, mayor Alfonso Prera Sierra, en calidad de Encargado de Negocios. Como consecuencia, al día siguiente enviaron a un contralor de la Contraloría General de Cuentas a investigar si no me había robado nada de la residencia que me había donado el presidente José López Portillo. Y cuando éste reportó que todo estaba en orden, porque hasta las plumas de los cojines de los sillones eran de cisne, como decía el inventario, el gobierno de facto “canceló” mi nombramiento de embajador por medio de un acuerdo presidencial y me enviaron un telegrama dándome tres días de plazo para desalojar la residencia de la embajada. Sin embargo, el gobierno de facto no devolvió la casa que yo había obtenido sin que le costara un solo centavo a Guatemala. Como en tan poco tiempo no me era posible recoger mis cosas y embalarlas para regresar a Guatemala y, además, mi amada esposa Anabella estaba ya muy enferma por la enfermedad de Hodgkin, y solicité que me dieran un plazo de quince días para desalojar la casa. Entonces el jefe del personal de la Cancillería me envió otro telegrama diciéndome escuetamente que “por razones humanitarias” me daban un máximo de diez días para salir de la casa. ¡Me echaron de la casa que yo había obtenido para Guatemala! Me dolió tanto esa actitud tan mezquina e ingrata que llamé por teléfono al canciller Alonso Lima y al Jefe del Personal de la Cancillería para mentarles a sus respectivas madres. ¡Lo cual me dio mucho gusto! Así fue como aprendí lo mal que paga la patria a quien le sirve. Por eso fue que cuando el ingeniero Álvaro Colom fue declarado presidente electo y lo primero que hizo fue llamarme por teléfono para decirme que su primer nombramiento era designarme embajador en México de nuevo, le contesté que estaba loco, porque no estoy dispuesto a volver a servir al país en ningún cargo.

Aunque el general Ríos Montt tomó parte en las reuniones para la conspiración contra el gobierno de Lucas García en representación militar del licenciado Mario Sandoval Alarcón, no tuvo nada que ver directamente en el golpe, pero por la Radiodifusora Nacional TGW fue convocado por los jóvenes oficiales a presentarse en el Palacio Nacional y al asumir el mando de facto, lo primero que hizo fue perseguir al bachiller Sisniega Otero y al licenciado Danilo Roca, quienes se habían presentado en la TGW para informar sobre el golpe, y alejó de su lado a los dirigentes del partido Democracia Cristiana Guatemalteca Marco Vinicio Cerezo Arévalo y Alfonso Cabrera Hidalgo quienes le habían postulado como candidato presidencial en 1974, diciendo que no quería a “politiqueros” a su lado. Y no cumplió el compromiso de entregar el poder al licenciado Sandoval Alarcón, quien se encontraba estratégicamente en Houston cuando ocurrió el golpe, esperando que al regresar sería recibido victorioso por el pueblo en el aeropuerto y llevado en hombros al Palacio Nacional. No contaba con que Ríos Montt se iba a quedar con el mandado traicionándole a él y a Sisniega Otero.

Pocos días después de que se integró el triunvirato con los coroneles Horacio Maldonado Schaad y Luis Gordillo Martínez, Ríos Montt les dio un golpe también a ellos al eliminarles de la junta de gobierno, se hizo llamar “presidente de la República” y se impuso la misma banda presidencial que había usado cuando fue presidente el general Kjell Eugenio Laugerud García. Y vestido con el uniforme de chapulin verde olivo, dictaba órdenes a cuales más arbitrarias, violaba flagrantemente los derechos humanos de cualquiera, e imponía los tristemente famosos Tribunales de Fuero Especial en los cuales los jueces no podían ser vistos por los acusados y sus abogados y en ello colaboraban con él en calidad de presidente del Consejo de Estado el ingeniero Jorge Serrano Elías y como asesor en los Tribunales de Fuero Especial el licenciado Juan José Rodil Peralta. Y encima de eso, todos los domingos había una insoportable cadena nacional de radio y televisión para que Ríos Montt predicara moral como pastor de la Iglesia Verbo.

No regresé inmediatamente a Guatemala porque primero tuve que llevar a mi amada esposa Anabella al hospital Metodista de Houston, donde fue atendida por los doctores De Backy y Rafael Espada, quienes al ver las radiografías de sus pulmones me dijeron francamente frente a ella que no iba a tener más de un año de vida y me aconsejaron que si le había prometido hacer algún viaje que se lo cumpliera sin demora, porque no podríamos posponerlo. Anabella se frotó las manos y alegremente me dijo: “¡Las islas griegas! ¡Me has prometido que me vas a llevar a las islas griegas!” Como podrán comprender, hice todos los arreglos necesarios para hacer el viaje al mar Egeo y mandamos a Guatemala a la casa de sus abuelos a nuestros hijos Rodrigo y Alejandro. ¡Y nos fuimos a las islas griegas! Estuvimos por allá como tres semanas, hasta que estando en la isla Santorini me dijo que ya se sentía muy cansada y quería regresar al lado de nuestros hijos y de sus padres. Pero que antes quería pasar a Roma para despedirse del papa Juan Pablo II. Así que llamé por teléfono al cardenal Antonio Casaroli, Secretario de Estado del Vaticano, y le informé de la situación para que nos concertara una cita con el papa. Regresamos a Roma y vimos al papa, quien nos invitó a almorzar en su palacio de descanso en Castelgandolfo. Todavía después llevé a Anabella dos días al bellísimo hotel San Pietro in Positano, en la Costa de Amalfi, porque me parece que es el hotel más romántico del mundo. Y regresamos a Guatemala, donde al poco tiempo ella falleció prematuramente, a la temprana edad de 34 años.

Perdónenme esta larga disquisición que me salió del alma, porque creo que desde entonces le he guardado un rencor personal al general Ríos Montt por todos los problemas que me causó. Pero he comprendido que aparte es una cosa y aparte es otra. No puedo permitir que ese recuerdo me impida desear que no se cometa una injusticia con él y los demás militares que cumplieron con su deber al defender la institucionalidad del país cuando los guerrilleros, patrocinados por el gobierno comunista de Fidel Castro, trataban de imponer en nuestro país otro régimen satélite de Cuba, como Nicaragua. Estoy convencido de que las fuerzas de seguridad del Estado cumplieron con su deber al luchar contra la insurrección guerrillera. Y no me cansaré de decir que en Guatemala no hubo genocidio porque no existió el propósito de extinguir a ninguna raza o etnia, ya que fueron indígenas quienes combatieron a indígenas. Soldados indígenas pelearon contra guerrilleros indígenas, aunque estos eran dirigidos por ladinos comunistas. La Constitución de la República que estaba vigente ordenaba a los militares defender la institucionalidad del Estado y la soberanía del país y hacer lo que haya sido necesario para impedir que se apoderara del país un movimiento subversivo con una ideología que entonces estaba prohibida en la Carta Magna. En consecuencia, opino que el general Efraín Ríos Montt y todos los militares que lucharon contra la guerrilla cumplieron con su deber constitucional. ¡Y la patria les está pagando mal por ello! ¡No hay derecho!

Parece un chiste de mal gusto que los valientes soldados de un ejército que en el campo de batalla ya había ganado la guerra a las guerrillas y firmó el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, obviamente con la correspondiente amnistía –porque si no hay amnistía no hay acuerdo de paz que valga–, ahora se pretenda meterles a la cárcel. ¡Qué mal paga la patria! Si no hay amnistía para los militares, ¿por qué sí la hay para los guerrilleros que andan tan campantes? Ellos están muy tranquilos sin que la Fiscal General del Ministerio Público, licenciada Claudia Paz y Paz, les moleste en lo más mínimo, a pesar de que destruyeron tanta infraestructura del país, pusieron una bomba frente al Palacio Nacional que mató a muchos inocentes, secuestraron a muchas personas para extorsionarlas, como a los periodistas Pedro Julio García y Álvaro Contreras Vélez y a la señora Olga Alvarado de Novella y asesinaron cobardemente a muchas gentes ajenas al enfrentamiento armado interno, entre ellos al periodista Isidoro Zarco Alfasa y a los embajadores de Alemania y los Estados Unidos.  Por eso, repito, la patria paga mal a quien le sirve. ¡No es justo!

 Twitter: @jorgepalmieri