Mi querida perra Lola
Lamentablemente, durante la madrugada del día de mi regreso de New York, a donde fui a festejar mi 83 cumpleaños el 11/11/11 acompañado de unos queridos amigos, me llamó por teléfono mi hijo Alejandro para darme la triste noticia de que murió Lola, nuestra muy querida perrita de raza Cocker Spaniel que durante cerca de siete años fue más que nuestra mascota, nuestra compañera, y se había hecho merecedora de nuestro cariño. Como comprenderán, la noticia me entristeció y me hizo llorar. La pérdida de un ser querido siempre causa dolor, aunque no sea humano. Sobre todo que desde que se casó Alejandro ella fue mi única compañera. Me acompañaba amorosamente a todas partes de mi casa y, como reloj, me recordaba la hora de desayunar, de almorzar y de cenar. Y por las noches, cuando yo veía televisión en la sala, siempre estaba echada a mis pies, esperando la hora de subir a dormir. Sólo tenía que decirle “¡Bueno!” para que se levantara como rayo para seguirme hasta mi habitación, donde se acostaba a dormir en la alfombra que hay al lado de mi cama. Y cuando yo estaba en el escritorio, escribiendo, se echaba a prudente distancia, pero siempre donde pudiera verme, y yo a ella. No creo que necesito decir más para explicarles la enorme tristeza, tan profunda, que me ha causado su muerte. Por eso no he tenido deseos de escribir todavía sobre las gratas experiencias que viví en ese inolvidable viaje a “la gran manzana“. Pero voy a comenzar a hacerlo mañana o pasado.
A Lola le había salido un tumor en la traquea que, no obstante el peligro que entrañaba realizar una operación en ese lugar, aceptó operarla mi querida amiga y excelente cirujana veterinaria Vivian Ruth Marroquín López, la misma que es escritora, actriz y no sé cuántas cosas más. Vivian obtuvo un éxito insólito primero con su libro titulado Siendo puta me fue mejor, un inusitado éxito de librería que ya ha tenido varias ediciones, y luego con su segundo libro titulado Ni cabrón ni bonito… simplemente caballero, cuyo lanzamiento se hará mañana. Afortunadamente, la operación fue exitosa y Lola pronto se recuperó al extremo que logró vivir sin problemas durante varios meses, para felicidad de nosotros y de los amigos que visitan nuestra casa, a quienes siempre recibía alegremente cuando llegaban. En especial a mis queridos amigos Neto Villa y Guayo Palomo que la acariciaban todos los días al venir a tomar un trago conmigo por la tarde, así como también todos los habituales asistentes a los almuerzos de La Cofradía de los Viernes. Y Francisca, mi empleada. Y algunas otras personas que la conocieron y la quisieron. Pero el tumor que le extirparon resultó ser canceroso e invasivo y al cabo de pocos meses le salió otro en el mismo lugar que creció con mucha rapidez, tal como Vivian Marroquín nos había anticipado. Pero esta vez llegamos a la conclusión de que volver a operarla sería cruel y en vano porque el cancer ya le había afectado los pulmones y le costaba demasiado respirar. Nos causaba mucha tristeza ver los esfuerzos que hacía la pobre para respirar.
Cuando salí para Nueva York le dije a mi querida amiga Aura Ruiz, a quien afectuosamente llamamos “La Muñecona“, que temía que Lola no iba a sobrevivir el tiempo de mi ausencia y que era probable que al regresar me encontraría con la triste noticia de su muerte. ¡Y así fue! A mi hijo Alejandro le tocó la triste responsabilidad de tener que llevarla de emergencia, a las 3 de la madrugada, a la clínica veterinaria Animal Planet y Vivian Marroquín fue tan amable que se levantó a esa hora para atenderla amorosamente, como lo hizo siempre, lo cual le agradezco inmensamente. ¡Pero todo fue en vano! Practicarle la Eutanasia fue un acto misericordioso. ¡Era demasiado lo que estaba sufriendo la pobrecita!
Tras su muerte, solicité a mi amiga Vivian que la hiciera incinerar y mandó el cadáver a la empresa Incinera Vet del Médico Veterinario Janio Rolando Johnston S., donde Lola fue cremada el 15/11/20 a las 10:31 horas, según el certificado No. 0118 que que extendió, en el cual hace constar que la perra raza Cocker Spaniel, color beige, de 8 años de edad, de 23 libras de peso y de nombre Lola, fue incinerada. Cuando me devolvieron sus cenizas las hice esparcir en el pequeño jardín de atrás de mi casa.
Desde niño, yo siempre he tenido varias perras como mascotas, entre las cuales recuerdo los nombres de dos de raza Samoyed que se llamaban una Nube y otra Nieve, que ganó un premio internacional por su categoría, y murió un día que salió corriendo detrás de mi carro y al atravesar la avenida La Castellana, donde yo entonces vivía, fue atropellada por una camioneta urbana, otra era de raza Pastor alemán que por su belleza la bautizamos con el nombre Belleza, que murió en la residencia del embajador de Guatemala en México por haber mordido una lagartija en el jardín; y antes que Lola la preciosa perrita mezcla de razas Cocker con Poodle que se llamaba Puchis, la cual era muy pequeña, muy blanca, muy bonita, muy simpática, muy inteligente y muy entendida, y vivió 13 años. A todas ellas las he querido mucho y me ha causado mucha tristeza cuando han muerto. Algunas personas adquieren una nueva mascota tan pronto se muere la que tenían, pero yo creo que si bien se puede sustituír al animal, no es endosable el amor que se les tiene y ellos nos han tenido. Y hay otras personas que dicen que cuando se muere su mascota no van volver a tener otra para no tener que sufrir cuando muera. Pero es que el amor, cuando se pierde, o cuando muere el ser querido, tiene que hacernos sufrir. Es una regla inapelable de la vida. Quizás algún día me anime a sustituir a mi querida Lola, si es que aún me queda vida para hacerlo, pero, mientras tanto, mientras ese momento llega, si acaso llega, estoy triste, muy triste, por la muerte de mi querida Lola porque me hace mucha falta.
P.D.: Les ruego perdonar el error que hay en las suscripciones donde dice equivocadamente en el pie de foto “Mi querida parra Lola” en vez de decir Mi querida perra Lola, como debió ser. Comprendan por favor que fue un lapsus lamentable.