Cuando se llega a viejo, como yo, y se presiente que ya está próximo el día que vamos a decir adiós a esta vida, revisamos los recuerdos que más nos han impactado en el pasado y, como si nuestra mente fuese una pantalla cinematográfica, nos vienen a la memoria ciertos hechos que nos han causado fuertes impresiones. Y uno de los recuerdos más impactantes en mi memoria ocurrió el 27 de junio de 1954 -hoy hace 53 años- cuando derramé unas lágrimas, con profunda tristeza y decepción, al saber que, sorpresivamente, contra todo lo que se había esperado de él, el coronel Jacobo Árbenz Guzmán, a quien se llamaba ?El Soldado del Pueblo? y fue uno de los protagonistas de la insurrección militar y cívica del 20 de octubre de 1944, la chispa que encendió la Revolución guatemalteca, había renunciado al cargo de Presidente Constitucional de la República.
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Escena de la toma de posesión del cargo de Presidente Constitucional de la República del coronel Árbenz que tuvo lugar el 15 de marzo de 1951. Están en la fotografía: el doctor Juan José Arévalo Bermejo, hasta ese momento Presidente de la República, el Presidente del Poder Legislativo y Congreso de la República licenciado Roberto Alvarado Fuentes y el Presidente del Poder Judicial y Corte Suprema de Justicia, licenciado Arturo Herbruger Asturias.
Jacobo Árbenz Guzmán nació en Quezaltenango el 14 de septiembre de 1913, fue hijo del ciudadano suizo Jacobo Arbenz, y de dóña Octavia Guzmán. Hizo sus estudios de primaria en Quezaltenango. En 1932 ingresó a la Escuela Politécnica con el número 497 como cadete pensionado. Fue alumno distinguido, llegó a ser sargento primero y abanderado además de destacar como excelente deportista, principalmente en el boxeo. Se dedicó al estudio de los problemas sociales, políticos y económicos. Contrajo matrimonio con la señora salvadoreña María Cristina Villanova, miembro de una familia adinerada, pero había sido desheredada por su padre por casarse con Árbenz. Durante la noche del 19 de octubre de 1944 y la mañana del 20 fue uno de los protagonistas de la insurrección contra el gobierno espurio del general Federico Ponce Vaides, lo cual le hizo formar parte, con el ciudadano Jorge Toriello Garrido y el mayor Francisco Javier Arana, de la Junta Revolucionaria de Gobierno, hasta que se celebraron elecciones libres en las que Arévalo obtuvo el 85% de los votos y fue proclamado presidente electo el 16 de febrero de 1945, para el período 1945-1951 cuando entregó el mando al coronel Jacobo Árbenz Guzmán, quien fue declarado presidente electo el 14 de noviembre de 1950 por una amplia mayoría y asumió la Presidencia el 15 de marzo de 1951. Su período constitucional debió concluir en el año 1957.
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Era buena la propaganda del gobierno, pero no logró que muchos anticomunistas dejaran de preocuparse por el creciente auge del comunismo en el país.
Yo estaba estudiando entonces en la universidad de Georgetown, en Washington D.C., pero también tenía las atribuciones de Agregado de Prensa en la embajada de Guatemala que estaba a cargo del ministro consejero, Alfredo Chocano, como encargado de negocios desde que el licenciado Guillermo Toriello Garrido había dejado de ser embajador ante la Casa Blanca para venir a hacerse cargo de la Cancillería o ministerio de Relaciones Exteriores. Por eso fue que encabezó la delegación guatemalteca a la X Conferencia Interamericana que tuvo lugar en Caracas (Venezuela) el 4 de marzo de 1954, en la cual el Secretario de Estado John Foster Dulles acusó al gobierno de Árbenz de ser la ?cabeza de playa? o ?punta de lanza? en América del comunismo internacional e invocó el Tratado de Río de Janeiro para decretar la muerte del gobierno que presidía el coronel Árbenz Guzmán.
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Para orquestar su “Operación Éxito” contra el gobierno de Árbenz, Allan Dulles, director de la CIA, hizo que el Departamento de Estado nombrara embajador en Guatemala a John Peurifoy, ex embajador en Grecia que era apodado “El carnicero de Grecia”, un gangster, un pistolero sin escrúpulos, y se las arreglaron para comprometer en el proyecto al arzobispo de Nueva York, Cardenal Francis Spellman, quien a su vez obtuvo el apoyo del Arzobispo de Guatemala, Mariano Rosell y Arellano, a quien no le importó usar al Cristo Negro de Esquipulas como bandera para promover la oposición al gobierno arbencista. Recién llegado a Guatemala, Peurifoy invitó a cenar en la embajada a los esposos Árbenz, y dijo al presidente que “el problema no era la United Fruit Company, sino que había comunistas en Guatemala a quienes tenía que eliminar” Y uno de ellos era el más cercano asesor de Árbenz, José Manuel Fortuny, Secretario General del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista).
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José Manuel Fortuny, Secretario General del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista) y el más cercano e influyente asesor del coronel Árbenz y de su esposa María Cristina Vilanova de Árbenz, con quien algunas malas lenguas lo ligaban sentimentalmente sin motivo.
A pesar de que todas estas acusaciones fueron negadas siempre por Árbenz y su gobierno ?y aún siguen siendo negadas por los obcecados izquierdistas- la verdad es que también lo creíamos quienes, a pesar de ser revolucionarios y partidarios de Árbenz, no teníamos inclinación ni simpatía por el marxismo y no soportábamos la prepotencia con la que actuaban la mayoría de los comunistas nacionales y extranjeros que ocupaban altas posiciones en el gobierno. Con excepción de unos pocos de ellos, como el profesor Víctor Manuel Gutiérrez, quien siempre observó un comportamiento sencillo y cordial. Pero aunque se hayan tenido simpatías por la Revolución de Octubre, en general, y por el coronel Árbenz, en particular, no se puede negar que durante esos días el gobierno tenía inclinación al marxismo y numerosos comunistas estaban ocupando posiciones de poder con actitudes realmente insoportables que justificaban que los anticomunistas echaran mano de los recursos a su alcance para tratar de derrocar al régimen y expulsar del país al comunismo internacional. Quien lo niegue es porque es un fanático marxista o porque es un obcecado que se niega a reconocer lo que entonces era la realidad de nuestro país. Estoy convencido de que de haber continuado con el mismo ritmo la influencia comunista, Guatemala habría llegado a ser el primer país gobernado por los comunistas en el continente americano.
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El Secretario de Estado John Foster Dulles estaba enfermo de apasionamiento contra el gobierno de Guatemala que presidía el coronel Jacobo Árbenz y no desperdiciaba ninguna oportunidad para acusarlo de ser la cabeza de playa del comunismo internacional que había que derrocar.
Durante muchos días todo el eficiente personal de la embajada de Guatemala en Washington habíamos trabajado sin descanso, y con mucha tensión, porque era muy difícil la situación debido a que pocos días antes había comenzado la invasión al territorio nacional a través de la frontera de Honduras de los miembros del llamado ?Ejército de la Liberación? comandado por el coronel Carlos Castillo Armas e integrado por unos 400 mercenarios campesinos y unos cuantos ladinos anticomunistas que contaban con el apoyo financiero y político del gobierno de los Estados Unidos de América por medio del embajador John Peurifoy, el siniestro Allan Dulles, director de la Agencia Central de Intelligencia (CIA por sus siglas en inglés), y de la United Fruit Company , de la cual eran accionistas el Subsecretario de Estado, John Moors Cabot, y su hermano Thomas, quien en 1948 había sido presidente de esa compañía bananera, y un pariente cercano de estos, John Cabot Lodge, embajador ante las Naciones Unidas, y dos altos funcionarios que habían sido abogados de la compañía: el Secretario de Estado John Foster Dulles y su hermano, Allan, director de la CIA. Además, contaban con la complicidad servil de los gobiernos de Nicaragua (donde fueron entrenados algunos ?liberacionistas? y que gobernaba el dictador general Anastasio Somoza García); el gobierno de Honduras, presidido por el licenciado Juan Manuel Gálvez, ex abogado de la UFCO en ese país; el gobierno de El Salvador que presidía el coronel Oscar Osorio; del dictador de Venezuela, general Marcos Pérez Jiménez, quien proporcionó las armas y municiones; y el dictador de la República Dominicana, generalísimo Rafael Leónidas Trujillo.
En la embajada de Guatemala en Washington tuvimos que hacer constantes gestiones ante la Organización de Naciones Unidas (ONU) de Nueva York, donde en la sesión del 25 de junio de 1954 el Consejo de Seguridad declinó ejercer jurisdicción para conocer la denuncia de agresión denunciada por Guatemala, y de los once miembros que lo integraban, cinco votaron en contra de que se oyera la denuncia: Brasil, Colombia, Estados Unidos, Turquía y China; cuatro votaron en favor: Líbano, Dinamarca, la URSS y Nueva Zelandia; y dos se abstuvieron: el Reino Unido y Francia. Y se resolvió que de acuerdo al espíritu del artículo 48 de la Carta de Naciones Unidas, la denuncia debía ser hecha en la Comisión Interamericana de Paz de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde el 26 de junio presentamos la solicitud al presidente de la comisión, licenciado Luis Quintanilla, embajador de México, quien se comprometió a que el día siguiente, 27 de junio, iba a encabezar una comisión para visitar Guatemala e investigar in situ lo que estaba ocurriendo y exigir el inmediato cese de hostilidades. Pero cuando Dulles se enteró de ese proyecto de viaje, mañosamente convocó a la Comisión de Paz para el día 27 y la visita a nuestro país fue pospuesta para el 28. Pero jamás se llevó a cabo porque Árbenz renunció la noche del 27 a las 21 horas y ya no había nada más que hacer. Si se hubiese aguantado 24 horas más, probablemente la Comisión Interamericana de Paz de la OEA habría logrado el propósito de imponer un alto al fuego y detener la invasión.
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Toda historia tiene dos versiones que dependen de la perspectiva con que se analicen y el Instituto de Investigaciones Económicos y Sociales (IIES) de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala ha editado la revista El Guatemalazo, con una narración parcializada de lo sucedido a cargo del destacado escritor izquierdista uruguayo Gregorio Selser. Es interesante conocer también esta versión de los hechos.
Para atender nuestras responsabilidades, en tan difíciles circunstancias, en la embajada de Guatemala en Washington trabajamos sin descanso, día y noche, comimos sándwiches y dormimos poco. Pero como a las 6 de la tarde del 27 de junio tuve mucho sueño y me sentí demasiado cansado, por lo que decidí ir a mi departamento a descansar y darme una ducha. Y así lo hice.
Cuando regresé a la embajada, después de haber dormido una hora y de haberme dado un baño, escuchamos el sorpresivo discurso plañidero del llamado ?soldado del pueblo? y, al igual que los demás compatriotas, lloré de tristeza y decepción. ¡No podía creerlo! No podía comprender cómo era posible que un militar a quien creía un hombre valiente y patriota fuese capaz de renunciar en vez de encabezar a los pocos militares que aún le eran leales ?porque los había, como lo demostraron los patojos cadetes el 2 de agosto- y con los obreros y campesinos le habrían acompañado a enfrentarse a los invasores y rechazarlos. Sobre todo después de haber pronunciado pocos días antes un discurso demagógico en el que juró que Castillo Armas no entraría a Guatemala ?ni este 25, ni el próximo, ni el siguiente, ni el otro?.
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“El Soldado del Pueblo” ente los micrófonos de la cadena nacional de radio, desde su despacho en el Palacio Nacional, leyó el plañidero discurso de renuncia que le escribió el “camarada” Fortuny y después se fue a solicitar asilo diplomático en la embajada de México, al costado del Palacio.
Pensé que en caso extremo, un militar pundonoroso debió haber hecho lo mismo que hizo el presidente brasileño de tendencia fascista Getulio Vargas, quien después de haber gobernado varios períodos, y haber jurado que sólo muerto saldría de la presidencia, cuando llegó el momento de la verdad, en agosto de 1954, se disparó un balazo en el corazón. Y el pueblo brasileño, que le estaba rechazando porque le creía involucrado en un asesinato, le admiró y eligió como sucesor a Juscelino Kubitschek que era partidario suyo. O lo que hizo el presidente socialista de Chile, doctor Salvador Allende, quien también había dicho que sólo muerto lo sacarían del Palacio “La Moneda” y el 11 de septiembre de 1973 se suicidó en su despacho con la ametralladora que poco tiempo antes le había regalado su amigo el dictador comunista cubano Fidel Castro.
Después de renunciar a la Presidencia y solicitar asilo político en la embajada de México, donde fue obligado a permanecer durante más de dos meses junto con numerosos asilados, cuando finalmente obtuvo un salvoconducto para salir del país Árbenz fue humillado en el aeropuerto al tener que desnudarse para que unos cobardes “liberacionistas” comprobaran que no sacaba dinero ni unas joyas de Tiffany de Nueva York que había comprado para que las luciera su esposa. Pero no las compró con su propio dinero, sino con dinero del Estado. No obstante lo cual, el gobierno del “huevos tibios” Ramiro Deleón Carpio las sacó de las bóvedas del Banco de Guatemala y las devolvió a la viuda de Árbenz.
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Ante esa situación, tan desesperada, Árbenz pensó que lo mejor sería renunciar a la Presidencia de la República y depositar el mando en el Jefe de las Fuerzas Armadas, su amigo y compañero en la Ecuela Politécnica, coronel Carlos Enrique Díaz (apodado ?Pollo triste?), y en vista de que no tenía la capacidad para improvisar un discurso de renuncia, o escribirlo, pidió a Fortuny que lo escribiera, en el cual anunció su caprichosa decisión de depositar el mando en el coronel Carlos Enrique Díaz, jefe de las Fuerzas Armadas, a pesar de que con ello rompía el proceso constitucional que establecía que en una situación como esa debía sustituirle el Presidente del Congreso, que entonces era el mayor Marco Antonio Franco, un joven revolucionario miembro prominente del partido Acción Revolucionaria (PAR). Fortuny escribió un discurso poco afortunado y plañidero que Árbenz ni siquiera se tomó el cuidado de revisar suficientes veces para leerlo correctamente. Por eso tartamudeó y cometió errores cuando lo leyó ante los micrófonos de la cadena nacional de radio.
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La “Operación Exito” se desarrolló de acuerdo a los planes de los estrategas de la CIA hasta que lograron que Árbenz renunciara primero y después su sucesor, el “Pollo Triste” Carlos Enrique Díaz, quien nunca se había caracterizado precisamente por su inteligencia y talento.
Se dirá que el sacrificio de Árbenz habría sido inútil y que una confrontación armada podía causar mucho derramamiento de sangre y la muerte de numerosos compatriotas, pero así es como se construye el espíritu patriótico de un país, con sangre y fuego. En última instancia, Árbenz debió haberse suicidado, como lo hizo en Brasil el presidente Getulio Vargas después de haber gobernado de 1930 a 1945 y de haber vuelto a ser electo para otro período de 1950 a 1955 y juró que sólo muerto saldría de la presidencia; y, el 24 de agosto de ese año, se disparó un balazo en el corazón. O como lo hizo el presidente de Chile, doctor Salvador Allende, que se suicidó con la ametralladora que le regaló durante su visita el dictador comunista cubano Fidel Castro cuando se levantó en armas el general Augusto Pinochet.
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La CIA hizo un gran despliegue de elementos para lograr el derrocamiento de Árbenz, inclusive el embajador Peurifoy “convenció” a altos jefes militares para que no fueran a darle apoyo cuando llegara el momento.
Después de que el coronel Díaz asumió el cargo, se le ocurrió la idea hablar con el embajador de los Estados Unidos, John Peurifoy, para preguntarle qué podría hacer para que Castillo Armas y sus hombres no continuaran su invasión a Guatemala. Y el embajador yanqui, quien había sido uno de los organizadores de la “Operación Éxito”, le respondió que el gobierno estadounidense estaría dispuesto a apoyarle y proporcionarle ayuda económica si su gestión comenzaba por capturar y eliminar a una lista que le proporcionó de 25 presuntos comunistas, pero Díaz se negó a hacerlo, y Peurifoy le dijo que tendría que renunciar también, ante lo cual Díaz no hizo honor a su apellido porque sólo fue presidente durante un día.
Parte de lo más importante y delicado del qué hacer que estaba a mi cargo en la embajada de Guatemala en Washington era atender a los periodistas de todo el mundo que querían estar informados de lo que estaba sucediendo en Centroamérica y de lo iba a hacer el gobierno de Guatemala para enfrentar y expulsar a los invasores en defensa de la soberanía nacional y la estabilidad del régimen del coronel Árbenz que había sido elegido por el pueblo con aplastante mayoría de votos sobre los demás candidatos, entre quienes quedó en segundo lugar el general e ingeniero Miguel Ydígoras Fuentes.
¿Por qué renunció el coronel Árbenz? Sencillamente porque pocos días antes había comisionado a su entrañable conmilitón, amigo y ?centenario? en la Escuela Politécnica, el Inspector del Ejército, coronel Anselmo Getellá, a visitar todas las zonas militares y cuarteles para consultar cuál era la actitud de los comandantes ante la amenaza de la invasión. Y cuando Getellá regresó de su viaje le informó que todos los comandantes le habían respondido ?¡Que Árbenz se vaya a la mierda!? porque ellos no iban a defender a los comunistas. La drástica respuesta desmoronó por completo la moral del ?soldado del pueblo? que confiaba en la lealtad y el firme apoyo de sus compañeros y sabía que su gobierno no podría resistir la invasión sin el Ejército porque no tenía aviones para atacar a los dos aviones P-47 -llamados popularmente ?sulfatos? por el susto que causaban- que ametrallaban y bombardeaban la capital, uno piloteado por el costarricense-norteamericano Jerry Delarme y el otro por el guatemalteco Rodolfo Mendoza, ni tenía armas y municiones suficientes para armar a los obreros y campesinos que eran leales a la Revolución, pero no estaban debidamente entrenados.
Después de pasar encerrado en su despacho todo el día 27, Árbenz tomó la decisión de renunciar porque creyó que si no lo hacía podría provocar una intervención militar de los Estados Unidos que costaría mucha sangre y muchas vidas, y se daría una reacción que podría desencadenar una dictadura militar que cancelaría las conquistas revolucionarias. Y, en efecto, después hubo una larga dictadura militar de 31 años hasta que se hizo cargo del gobierno de facto el general Oscar Humberto Mejía Víctores, quien impulsó que una asamblea Constituyente redactara una nueva Constitución y se diesen elecciones libres que en 1985 dieron como resultado que asumió la Presidencia de la República el licenciado Vinicio Cerezo Arévalo, candidato postulado por el partido Democracia Cristiana Guatemalteca.
Habría sido mejor para Árbenz pasar a la Historia como el brasileño Getulio Vargas o el chileno Salvador Allende pero, evidentemente, no estaba hecho de la misma madera y prefirió renunciar cobardemente con un discurso mediocre y plañidero, pedir asilo político en la embajada en México, donde permaneció junto a cientos de otros asilados durante más de dos meses y después fue desnudado y humillado al abandonar el país.
Sin descontar el cruel y largo peregrinaje por muchos países que tuvieron que sufrir posteriormente con su esposa y sus tres hijos, Arabella, Leonora y Jacobo. Hasta morir prácticamente solo y abandonado, borracho, en una tina llena de agua caliente, en su sencilla vivienda en la Ciudad Satélite del Distrito Federal de México, sin la presencia y el amor de su esposa que se había ido a El Salvador, ni de su bella hija Arabella que varios años antes se había suicidado de un balazo, drogada con LSD, en Bogotá (Colombia); ni de su otra hija, Leonora, que sufrió padecimientos mentales hasta que murió en un hospital siquiátrico de San José de Costa Rica; ni tampoco de su hijo Jacobo que residía en Costa Rica pero se aventuró a venir a Guatemala para ser candidato presidencial del partido Democracia Cristiana aprovechando que lleva el mismo nombre que su padre. ¡Pobre Árbenz! ¡Más le habría valido morir peleando, valientemente, en defensa de la soberanía nacional y de su gobierno! ¡Que en paz descanse!