Amigos y cuates mexicanos

Entre las muchas cosas que me impresionan positivamente de México, la que más me impacta es la amistad que suelen brindar los mexicanos a sus amigos y, particularmente, a quienes catalogan como cuates. Porque debe hacerse una distinción: una cosa son los amigos y otra los cuates, que son los amigos íntimos. Yo estoy convencido de que tengo más amigos en México que en Guatemala. Sobre todo, estoy seguro que tengo más cuates mexicanos que guatemaltecos porque allá hay menos envidias y pequeñeces que aquí y más generosidad y amplitud en el trato amistoso.
Me sería imposible ponerme a recordar los nombres de todos los amigos y cuates que he tenido y aún tengo en México, pero hay ciertos personajes del mundo intelectual, político y artístico que no podría dejar de mencionar. Por ejemplo, en esta reciente visita que hice al Distrito Federal en compañía de mi hijo Alejandro, uno de los cuates a quienes llamé esta vez fue al famoso cantante popular Marco Antonio Muñiz, porque me había enterado de que hace poco tiempo sufrió un serio accidente automovilístico. Me causó mucho gusto escuchar su voz y me contó lo que sucedió: cuando salía de su casa en compañía de su esposa, uno de esos automovilistas pendejos, o borrachos, que no deberían tener licencia para conducir, embistió con tal impacto el automóvil Mercedes Benz de los Muñiz que prácticamente lo dejó inservible, imposible de reparar; y tanto Marco Antonio como su esposa sufrieron golpes de consideración, como un esguince que hace que le duela el pecho al hacer esfuerzos para cantar y por eso ha tenido que dejar de cumplir varios compromisos artísticos. Pero afortunadamente no pasó nada más. Marco Antonio sigue haciendo gala de su proverbial sentido del humor y cuando me dijo que le era difícil emitir su voz porque al llenar de aire el abdómen le dolía el pecho, por ganas de joder le pedí que me cantara unas cuantas notas para comprobarlo, y de inmediato se puso cantar una canción con toda la fuerza de su privilegiada voz. Yo conocí a Marco Antonio desde que formaba parte del inolvidable trío “Los Tres Ases” que cantaba todos los días en el inolvidable restaurante Uno Dos Tres, de gratísima recordación, propiedad de mi querido cuate Luis Muñoz, quien antes había sido cantinero del que entonces era el mejor restaurante de la ciudad de México, el Ambassador, de mi cuate catalán Dalmau Costa, quien en Barcelona había sido Jefe del Protocolo en tiempos del gobierno Republicano. Después de platicar sobre varios temas, Marco Antonio me preguntó cómo está la salud de nuestro mútuo viejo amigo Enrique (“Quique”) Larraondo, a quien le presenté en una ocasión que vino el trío “Los Tres Ases”, y desde entonces han cultivado una grata amistad y son cuates. Me pidió que saludara a “Quique” de su parte y por este medio lo hago con mucho gusto.
El domingo, al medio día, mi hijo Alejandro y yo fuimos a la casa de mi viejo y querido amigo y colega Jacobo Zabludovsky, en la preciosa callecita cerrada Sierra de la Breña, en Las Lomas, a corta distancia de la avenida Reforma, vecina a la residencia de la embajada de Guatemala que yo obtuve gratuitamente para nuestro país cuando fui embajador como un regalo de mi amigo el presidente José López Portillo. No podía pensar en visitar la ciudad de México y no saludar a mis amigos Jacobo Zabludovsky y su amada y encantadora esposa Sarita. Así que llamé por teléfono a su casa el domingo temprano, y al hablar con Jacobo nos invitó a llegar al mediodía porque desde hace más de 20 años tiene la costumbre de hacer open-house, o sea que abre las puertas de su casa para recibir a sus vecinos, amigos y cuates. Me dio mucho gusto volver a verles y comprobar que Jacobo ha recuperado por completo la salud después de haber sufrido dos cánceres: uno por un lunar en la cara y otro en la próstata. Jacobo tiene la misma edad que yo y sigue activo en el periodismo, pero ya no por televisión, medio en el cual fue la figura principal de México por sus programas diarios en Televisa, al grado que le calificaban como “el Walter Cronkite de México”. Ahora tiene un programa diario de radio de varias horas de duración, que es muy escuchado.
En la foto de abajo, tomada en un estudio de Televisa, estamos el gran periodista y querido cuate Jacobo Zabludovsky y yo, que era su corresponsal en Guatemala, en el programa noticioso “24 Horas”. Ambos tenemos la misma edad. Los open house dominicales de Jacobo son equivalentes a mis reuniones que llamo “Cofradías de los Viernes”, cuando acostumbro invitar a almorzar a algunos de mis cuates.

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El famoso pintor mexicano José Luis Cuevas hizo especialmente este dibujo para Jacobo Zabludovsky por ser un gran comunicador, y Jacobo me regaló esta fotocopia con la siguiente leyenda manuscrita: “Para mi querido amigo y compañero Jorge Palmieri con el afecto de Zabludovsky” y la he conservado colgada en mi estudio como un recuerdo de mi vieja amistad con ese ícono del periodismo latinoamericano.

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Este fue el más grande periodista mexicano, mi muy querido e inolvidable amigo José “Pepe” Pagés Llergo, director de la importante Revista política Siempre!

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A mi cuate “Pepe” no le gustaba firmar autógrafos ni, mucho menos, dedicar fotografías de él, pero abajo de esta foto escribió para mí lo siguiente: ?Para Jorge Palmieri, puente sobre el Suchiate por donde transitan lo mejor de la amistad y del talento de Guatemala y México. Fraternalmente. José Pagés Llergo”. Este es otro recuerdo muy grato que conservo en mi estudio porque su amistad siempre ha sido para mi un privilegio y motivo de satisfacción y orgullo.
Jacobo y yo heredamos de nuestro queridísimo cuate “Pepe” la costumbre de invitar a almorzar en su casa de la Colonia Polanco a algunos de sus amigos intelectuales, políticos y prominentes empresarios de México. Ahí nos juntábamos los viernes con personalidades como el Regente del Distrito Federal, ex gobernador del Estado de México y ex Secretario de Turismo Carlos Hank González; con Mario Moreno “Cantinflas”, con el simpático industrial textilero José “Pepe” Guindi; con el empresario José Represas; con el querido cuate el famoso “Tenor Continental” Pedro Vargas; con el compositor y cantante Roberto Cantoral, autor entre otras canciones de “El Reloj”, “Noche no te vayas”, “La Barca”, “Regálame esta Noche” y “El Triste”; con el inspirado poeta y periodista comunista Renato Leduc, autor del poema “El Tiempo”, al que le pusieron música y es una canción lindísima que grabaron Marco Antonio Muñiz y José-José; con el famoso y popular cantante chileno Lucho Gatica; con el industrial Roberto González, dueño de la fábrica de Maseca; con el inolvidable gran torero mexicano Silverio Pérez, “El Faraón de Texcoco”, mi muy querido cuate a quien el músico-poeta Agustín Lara escribió un bello paso doble en el que le llamó “tormento de las mujeres”; y muchos más
Las fotos siguientes fueron tomadas por mi hijo Alejandro ese domingo 06/06/07 en la residencia de mis queridos amigos los esposos Jacobo y Sarita Zabludovsky.

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Aquí vemos al famoso periodista mexicano con dos de sus vecinos en la callecita Sierra de la Breña.

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Dos viejos cuates y colegas periodistas, el mexicano Jacobo Zabludovsky y el guatemalteco Jorge Palmieri, en un cordial abrazo fraternal.

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En esta foto aparece también mi hijo Alejandro, mi gran compañero de viaje que, además, tomó todas las fotos en las que él no está.
Un amigo muy querido a quien siempre veo cada vez que llego a México es el licenciado Guillermo Cosío Vidaurri, una personalidad política de ese país, viejo militante del PRI, fue Presidente Municipal de Guadalajara y después Gobernador de Jalisco. También fue embajador de México en Guatemala y durante su brillante gestión diplomática se hizo merecedor del respeto, la simpatía, el aprecio y el afecto de la sociedad guatemalteca, que lamentó cuando dejó el cargo para regresar a su país. Por su medio he tenido el gusto de saludar personalmente en algunas oportunidades al licenciado Francisco “Pancho” Galindo Ochoa, uno de los políticos más influyentes y poderosos que ha habido en la historia contemporánea de México, quien durante algún tiempo fue jefe de prensa del gobierno de López Portillo pero lamentablemente por su avanzada edad está sufriendo serios quebrantos de salud. Pero por lo menos esta vez pude saludarle por teléfono gracias a Cosío Vidaurri.

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Como es su generosa costumbre, esta vez Cosío Vidaurri nos invitó a almorzar espléndidamente en el elegante y excelente restaurante Churchill, y se hizo acompañar por sus entrañables amigos y colegas el licenciado Roberto Torres Herrera, ex Magistrado del Tribunal Unitario de Distrito, y el doctor en Derecho, licenciado en Economía y licenciado en Ciencias Políticas Jorge Fernández Ruiz, miembro prominente del Instituto de Investigaciones de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien me merece mucho respeto y gran afecto. En estas dos fotos nos encontramos en la puerta del Churchill, entre los dos leones emblemáticos británicos. Esta primera foto fue tomada por mi hijo Alejandro.

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Esta fotografía no fue tomada por Alejandro porque él también posó en ella.
Para terminar, sólo quiero reiterar la enorme satisfacción que me produce tener en México tantos amigos y cuates a quienes trato de saludar cada vez que visito esa ciudad que me gusta tanto y en la que hice tan gratos recuerdos en las diferentes etapas de mi vida: las veces que estuve exiliado por vaivenes políticos en Guatemala; cuando era simplemente un turista en busca de diversiones y me divertí muchísimo; cuando fui aprendiz de play-boy pero nunca pude emular a mi cuate dominicano Porfirio Rubirosa; cuando fui cantante durante 1954 porque tuve que dejar las universidades en las que estudiaba en Washington cuando fue derrocado el gobierno del coronel Jacobo Árbenz y como los “liberacionistas” no me permitieron regresar a Guatemala, tuve que ganarme la vida de alguna manera y mi cuate Manuel Chávez (“Chavitos”), propietario del restaurante Chavez Place, que estaba situado en el Paseo de la Reforma, cerca de El Caballito, me contrató como cantante porque me había oído cantar algunas veces que andaba de parranda y creía que también podría hacerlo profesionalmente. ¡Esa experiencia me gustó muchísimo porque ganaba buena plata y me llovían como Maná del cielo las mujeres! Me acompañaba con sus guitarras el Trío de los Hermanos Lara y con su violín el ruso Elías Breeskin (papá de quien después fue la vedette y violinista Olga Breeskin). Recuerdo con satisfacción que algunas veces cuando yo estaba comenzando a cantar una de las canciones de Agustín Lara, mi cuate el músico-poeta veracruzano se levantaba tranquilamente de su mesa para ir a acompañarme al piano, lo cual siempre producía una gran emoción al público. Pero tuve problemas con la asociación de actores ANDA porque no tenía permiso para cantar profesionalmente y viví años inolvidables como periodista, escribiendo en la importante Revista política Siempre!, del cuate “Pepe” Pagés Llergo y trabajando con el cuate Jacobo Zabludovsky en el noticiario “24 Horas” de Televisa. Recuerdo también el tiempo en el que me retiré de las actividades periodísticas y me dediqué a vivir la experiencia de ser un drop-out medio hippy, y fumé marigüana muchas veces; y con varios amigos escritores, sociólogos y sicólogos y teólogos, encabezados por el doctor Salvador Roquet, creador de la Escuela de Psicosíntesis, comimos hongos alucinógenos en Huautla de Jiménez, en las montañas de Oaxaca, guiados por la sacerdotisa indígena María Sabina; y poco tiempo despues comí peyote en el desierto de San Luis Potosí con el famoso sociólogo y escritor brasileño-peruano Carlos Castaneda, autor de la serie de libros que comenzó con “Las enseñanzas de Don Juan” y “Viaje a Ixtlán”. Y, finalmente, recuerdo con profunda satisfacción y orgullo los años que tuve el honor de ser embajador de Guatemala en ese país en el que nacieron mis dos hijos mayores, fuera de matrimonio, Jorge y Juan Pedro (qepd). ¿Cómo podría no amar tanto como amo a ese país maravilloso en el que viví tantas inolvidables etapas de mi vida? Por eso es que no me canso de llamar a ese país “México lindo y querido”, como el título de la canción de Chucho Monge (no del maestro Cortázar como dije en otra ocasión por error de Marco Antonio Muñiz), que cantaba mi amigo Jorge Negrete, con quien nunca llegamos a ser cuates porque era demasiado arrogante. Pero muchos años después tuve un tórrido romance con la bella estrella cinematográfica Gloria Marín, quien anteriormente había sido su mujer. Ella vino a Guatemala para hacer una película producida por mi cuate Manuel Zeceña Diéguez y el entonces presidente de la República, mi cuate Julio César Méndez Montenegro, la cortejaba con poco elegante insistencia y todos los días le enviaba grandes arreglos de rosas al hotel donde se hospedaba y constantemente la llamaba por teléfono, pero ella no atendía las llamadas presidenciales, hasta que un día yo contesté una de tantas y le dije a mi viejo amigo Julio César que estaba perdiendo su tiempo y lo aconsejé que dedicara su tiempo a gobernar en vez de “cantinear”, que en Guatemala significa enamorar.

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