El poeta, periodista, ensayista, catedrático universitario, conferencista y novelista Marco Antonio Flores, “El Bolo”, autor de la novela Los Compañeros.
Foto de elPeriódico
El escritor Marco Antonio Flores, apodado “El Bolo”, autor de la novela Los Compañeros, que introdujo a las letras nacionales a la narrativa coloquial, irreverente y escatológica, murió la tarde del viernes pasado por complicaciones pulmonares como consecuencia de un accidente automovilístico que sufrió durante el pasado mes de junio en la carretera de Santa Rosa. Debido al percance, estuvo recluido en estado crítico durante más de un mes en la sección de Servicio Intensivo del hospital Roosevelt, de donde sus hijas le sacaron cuando ya no tenía curación posible, para trasladarle a su casa para que falleciera en su cama. No digo que murió, porque los autores como él no mueren aunque fallezcan, ya que sus obras son la estela que dejan de su trayecto por la vida.
Él mismo escribió sobre su muerte en uno de sus más emblemáticos poemas: “Jamás sabré que he muerto cuando muera/ jamás delataré todo el silencio/ que envolverá mi voz a la llegada./ jamás sabré si regresó la noche/ y la luna bañó de nuevo el campo,/ si mi ausencia total aún la explotan/ con pedazos de cielo ennegrecido/ si mis escombros los han hecho lodo/ si llorarás mi ausencia y mi agonía/ si son las bestias las que se alimentan/ de mis entrañas, o sin son los hombres/ nunca sabré, pues me habré muerto todo”. Me han dicho que estas palabras fueron leídas por su hija Alejandra poco antes de trasladar el cadáver de la casa funeraria a su incineración.
Esto escribió en su poema titulado “Oda a mi muerte”: “Voy a morir despacio en medio día/Cuando no sienta el galopar de venus/Voy a morir despacio y sin espuelas/Y el corazón colgado en la agonía”.
Publicó más de 30 títulos en diferentes géneros. Estos son algunos de ellos:
En poesía: La voz acumulada (1964), Viento Norte (1964), Muros de luz (1968), La derrota (1972), Crónica de los años de fuego (1993), Persistencia de la memoria (1992), Un ciego fuego en el alma (1995) y La estación del crepúsculo (2002).
En novela: Los Compañeros (1976), En el filo (1993), Los muchachos de antes, (1996), Las batallas perdidas (1999), Viaje hacia la noche (2012) (Su última obra publicada)
En cuento: La Siguamonta (1993) y Cuentos completos (1999).
En crónica histórica: Fortuny, un comunista guatemalteco (1994).
En teatro: Entremés para cantar (1972), El entrenador (1997).
Ensayo: Poetas guatemaltecos del siglo XX (2000).
Iniciación: “Me presenté a mí mismo hace un momento,/con qué amabilidad reconocí mi voz/reconocí mi mano, mi esperanza,/ mi profunda quietud de ser un hombre/. Contemplé mi figura transitoria/ parsimoniosamente, eternamente;/me vi, me conocí, me di un abrazo,/ me preparé una copa en bienvenida,/ me invité a sentarme. Me miraba./miraba mi ropaje ennegrecido por la angustia,/miraba mis ojeras más negras que la noche del hastío,miraba mi sillón y mis espaldas, mis lentes, mi ilusión y mis espaldas, mis lentes, mi ilusión, mi sexo, mi odio,mis dedos extendidos que gritaban, mi loca poesía: mi delirio y me reconocí: había llegado”.
En ámbitos de confianza solía relatar lo cruel y triste que había sido su infancia por el frío comportamiento, irresponsabilidad e indiferencia de su padre, uno de los dos hermanos sastres que tuvieron una sastrería que se llamaba Flores Taylors. Es indudable que a ello se debe este fragmento de uno de sus poemas. “Sastre mi abuelo/por parte de padre, sastre mi abuelo/ >por parte de madre, sastre mi padre/, sastre mi tío, costurera mi mamá. Yo aquí, zurciendo, bordando, bordoneando/estos poemas en vez de trabajar./Soy un desastre”.
En otra de sus obras escribió que no entendía cómo había llegado a ser lo que era dijo: “No sé cómo fui. Aún ahora no me lo explico. No sé por qué no puedo entender cómo fui. Por más que tengo recuerdos de mi niñez y juventud, no me comprendo, no sé por qué actuaba como lo hacía”.
Marco Antonio Flores falleció cuando tenía solamente 76 años de edad porque nació en 1937 y falleció la tarde del viernes 26 de julio recién pasado. Según él mismo explicaba, su apodo de “Bolo” no se debía a que fuese un borracho, sino porque se caía mucho cuando jugaba fútbol. Y me lo demostró las veces que vino a compartir mi mesa, mis comidas y mi vino, porque fue sumamente parco para beber. Sin embargo, hubo una época en su vida durante la cual se hizo acreedor al apodo y solía visitar constantemente las cantinas.
A principios de la década de los sesenta inició en el teatro su trayectoria literaria, con su poemario La voz acumulada, publicado en 1964, con el cual se integró a la llamada “Generación comprometida”, que también integraban los poetas Roberto Obregón y Otto René Castillo. Con Muros de luz (1968) y La Derrota (1972) se convirtió en una de las voces importantes de la poesía centroamericana.
Marco Antonio —“El Bolo”– Flores fue poeta, periodista, narrador, ensayista, catedrático universitario y uno de los novelistas más importantes y polémicos de las letras guatemaltecas. En el año 1967 fue galardonado con el Premio Centroamericano de Poesía, y en el año 2006 recibió el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, y en 1972 fue finalista del Premio Seix Barral de novela, considerado uno de los más importantes para la narrativa en español.
Los Compañeros
A principios de la década de los sesenta, inició su militancia política dentro de la izquierda como activo colaborador de los guerrilleros subversivos. Aunque creo que tenía las mismas atribuciones urbanas que tuvo el escritor y periodista Mario Roberto Morales y no participó en la lucha armada. Fue perseguido por su participación en el movimiento estudiantil durante las llamadas “Jornadas del 62” contra el gobierno del general e ingeniero Miguel Ydígoras Fuentes, lo cual le hizo abandonar Guatemala y refugiarse primero en Cuba, y después en Praga, donde realizó estudios teatrales. Para entonces ya era un convencido marxista-leninista que creía que la única solución posible para la problemática Guatemala era el comunismo. A su regreso a Guatemala fue apresado junto al genial poeta Otto René Castillo, otro compatriota que ya se había entregado por completo a la subversión. Posteriormente volvió al exilio y vivió en México y Europa, como corresponsal de la agencia de noticias cubana Prensa Latina.
Fue su experiencia en la militancia subversiva que inspiró Los compañeros, escrita entre 1970 y 1972 y, en sus propias palabras, “es una novela que relata el fracaso de la primera experiencia guerrillera en Guatemala”. Rompiendo de manera tajante con la narrativa del realismo social, aún en boga en la época, la historia es testimonio desde adentro, crudo y sin ningún tipo de concesiones, sobre la vivencias de una generación que quiso cambiar las estructuras de injusticia y dominación del país por medio de la lucha armada. En el departamento de la querida colega y amiga, la valiente periodista Irma Flaquer, en la 7ª. calle y 3ª avenida de la zona 1, quien murió vilmente asesinada y posteriormente desaparecida sin que se sepa a ciencia cierta por cual de los dos bandos del conflicto la mató, varias veces nos contó “El Bolo” el proyecto de su novela “Los Compañeros”, y ambos le aconsejamos que no la publicara todavía, sino que esperara un poco de tiempo a que bajaran las pasiones porque por su contenido le podrían matar tanto el ejército como los guerrilleros, recuerdo que un día él me respondió: “Lo mismo te podría decir a vos, que por tus artículos periodísticos te pueden matar cualquiera de las dos facciones, porque a veces le tirás a los guerrilleros y a veces al ejército, por lo cual más te valdría callarte un poco o irte del país”. Esa fue la primera vez que alguien me aconsejó alejarme por un tiempo de Guatemala porque me podría asesinar cualquiera de los dos bandos para echarle la culpa al otro. La segunda vez me lo aconsejó Carlos Manuel Pellecer, la tercera vez el doctor Juan José Arévalo cuando regresó de ser embajador en Israel, y la cuarta vez me lo dijo el entonces presidente de la República, mi amigo el general Fernando Romeo Lucas García, quien me expresó: “Mirá, vos le tirás muy duro a veces a los guerrilleros, pero otras veces también le tirás muy duro al ejército. Y ambos bandos están muy nerviosos y no vaya a ser que alguno de los dos te mate para echarle la culpa al otro bando. Mejor andate por un tiempo de embajador hasta que se calmen un poco las aguas”. Y esta cuarta vez me convencí de que los cuatro tenían razón. Y me fui a México con un “puente de plata” que me tendió mi amigo el presidente Lucas García, con el cargo de embajador para salvarme la vida. Lo recordamos un día que “El Bolo” vino a almorzar a mi casa, hace un par de años y le agradecí el buen consejo que me dio y le felicité por el éxito de su novela Los Compañeros.
Los Compañeros fue la primera novela que se hizo en Guatemala sobre el tema de la lucha armada, aunque no era estrictamente sobre esta actividad. Era primero una catarsis, una crítica acerca de lo que había sido el evidente fracaso del movimiento guerrillero. Pero esta obra tiene un sentido personal, una búsqueda de explicarse las razones del fracaso del sueño en el que estaban inmersos. “La novela es un trabajo crítico, nacido del desencanto, respecto de mi propia experiencia”, explicaba el autor en una entrevista periodística. Y en confianza hablaba con dureza de la lamentable incapacidad de los “comandantes” de las fuerzas guerrilleras subversivas para derrotar al ejército. Algunas veces platicamos en mi casa sobre este tema del cual yo tenía una opinión contraria, muy firme y definida a la de él. Él respetaba mi opinión, pero continuaba sosteniendo su ideología marxista-leninista a pesar de comprender que ésta ya había fracasado en el mundo. Que la URSS ya estaba comenzando a desmoronarse y que Cuba era la expresión más concreta del fracaso.
Pero más allá del contenido político, su novela también sorprendió por la crudeza escatológica de su lenguaje y por su experimentación formal, que por un lado la coloca en el panorama de la nueva narrativa latinoamericana y, por otro lado, agrede y sacude el reposado y provinciano ambiente de las letras nacionales.
La novela “es una descarga, una catarsis, una búsqueda de un lenguaje distinto. La idea era encontrar un lenguaje literario en la expresión coloquial de un país como este”, comentó el autor.
Flores realizó, además, una peligrosa labor de agitación política en el país. Fue fundador de la revista Alero de la Universidad de San Carlos, en la que dio cabida a una generación de escritores izquierdistas que renovaron las letras nacionales en la década de los años setenta, entre ellos: Ana María Rodas, Enrique Noriega y Luis Eduardo Rivera. Instituyó también en esa época los talleres literarios donde se han formado varios de los escritores más reconocidos de los últimos 30 años.
A mediados de la década de los años noventa, fundó la revista La Ermita, en la que publicó importantes trabajos de reflexión y de creación literaria. El último número de dicha publicación apareció en mayo pasado, y con él inauguraba una nueva época de la revista, cuya presentación preparaba en el momento en que ocurrió el accidente automovilístico que a la postre le costó la vida por las complicaciones que le produjo el golpe. La psicóloga Alejandra Flores, una de sus hijas, informó que después del accidente había sido llevado de emergencia a la unidad de Servicios Intensivos del hospital Roosevelt, con varias costillas rotas y un pulmón perforado, pero después sufrió dos neumonías consecutivas, por lo que decidieron sacarle del hospital y llevarle a su casa, pero que él en ningún momento perdió el sentido del humor.
“La gente se muere, ni modo. No hay nada que hacer. Todos tenemos que pasar por ello, así que uno medita, lo acepta, se conduele, sufre y pega de gritos. Pero nada cambiará el hecho de que todos tenemos que morir”, escribió en Viaje hacia la noche, su última novela (2012).
“Los escritores que supieron decir su verdad no mueren, solo desaparecen físicamente, pero trascienden en sus letras, se quedan para siempre”, expresó el escritor Fernando Ramos en su brillante artículo alusivo publicado en el diario Prensa Libre titulado “El Bolo viajó hacia la noche”.
La obra literaria de El Bolo, en casi todos los géneros, lo sitúa en esa posición. Escribió teatro, columnas de opinión, cuento, novela, poesía y todo lo que pudiera hacerse con palabras. Además, fue catedrático.
Obras que publicó:
Los Compañeros (1976) En el filo (1993) Los muchachos de antes (1996) Las batallas perdidas (1999) Viaje hacia la noche (2012)
Varias opiniones sobre su fallecimiento
“Es uno de los escritores más representativos de Guatemala. Fue muy activo políticamente y promovió a diversos escritores. Fui a visitarlo al hospital unos días antes, y aún conservaba su sentido del humor”. ENRIQUE NORIEGA, poeta.
“Marco Antonio Flores habrá desaparecido físicamente, pero queda muy fuertemente sembrado en la historia de la literatura guatemalteca. Es un autor de esos que vos leés y que después ya no sos la misma persona. Era un irreverente, como él decía: se cagaba en todo el mundo”. ANA MARÍA RODAS, poeta.
“Ha sido uno de los escritores más importantes en la literatura nacional, porque a partir de su obra cambia el modo de enfrentar la narrativa. Él recogió la lección de Joyce, Woolf y Faulkner. Aplicó una subversión del tratamiento del tiempo, del espacio, distanciándose del realismo, del criollismo, del naturalismo”. DANTE LIANO, escritor y académico.
“Afortunadamente nos dejó una obra no solo de gran calidad, sino que abundante. A raíz del trabajo editorial construimos una gran amistad. Su poesía completa es la historia de la segunda mitad del siglo XX de Guatemala en verso. Es una manera de conocernos a nosotros mismos”. RAÚL FIGUEROA SARTI, editor.
Me uno solidariamente a la justa condolencia de su esposa Aura Marina, de sus hijas, Alejandra y Eugenia y de sus nietos Antonio y Alejandro, en particular, y de las letras nacionales en general. Que descanse en paz mi amigo Marco Antonio “El Bolo” Flores.
Twitter: jorgepalmieri