Extensa lista de presidentes militares con mano dura (3)

Jorge Ubico: prototipo de mano dura
En vista del fracaso del cuartelazo del general Manuel Orellana Contreras, del cual se dijo que fue autor intelectual su hijo, Manuel Orellana Cardona, el 31 de diciembre de 1930 el Congreso Nacional nombró presidente provisorio al primer designado a la Presidencia de la República, licenciado José María Reina Andrade, apodado cariñosamente ?Reinita? por su avanzada edad, su baja estatura, su cuerpo menudo y sus manos temblorosas; usaba barba de perita despoblada todo lo cual inspiraba ternura a quienes le veían con cumbo y levita traslapada y un bastón con pomo de plata. El 2 de enero de 1931 fue convocado al recinto del Congreso para ser juramentado y el 4 convocó a las elecciones que, por imposición del general Jorge Ubico Castañeda, candidato del Partido Liberal, se llevaron a cabo los días 6, 7 y 8 de febrero. El abogado y notario José María Reina Andrade fue el primer guatemalteco que desempeñó los tres poderes del Estado en diferentes épocas, porque antes había sido presidente del Organismo Judicial y Corte Suprema de Justicia y del Poder Legislativo, y llegó a ser nombrado Presidente provisorio del Poder Ejecutivo por haber sido el primer designado a la presidencia de la República gracias al apoyo del Partido Liberal Progresista. Pero, lamentablemente, en el desempeño de ese cargo fue un pelele porque obedecía las órdenes del general Jorge Ubico, quien desde hacía mucho tiempo venía ambicionando ser Presidente de la República, pero todavía no lo había logrado.
Jorge Ubico era realmente un civil adinerado y mimado, con vocación militar, muy elegante y distinguido, que desistió de estudiar en la Escuela Politécnica y no obtuvo el diploma de bachiller en el Instituto Central para Varones, y en nada de lo que trató de trabajar había tenido éxito, pero por influencias y conexiones de su papá, llegó a ostentar el grado de general de división.

En esta foto fuma un cigarrillo con su inseparable boquilla mientras inspecciona las instalaciones de la Feria de Noviembre que se celebraba en homenaje a su cumpleaños, y, como siempre, está rodeado de militares. Atrás de él está el general Daniel Corado, su ministro de la Guerra.
Ubico era sumamente desconfiado y para asegurarse de que Reina Andrade no iba a traicionarlo cuando ya estuviese en la Presidencia, hizo nombrar segundo designado a uno de sus incondicionales, el general José Reyes, un viejo militar de escasos conocimientos y sin ninguna cultura, a quien también hizo nombrar ministro de la Guerra para que pudiese derrocar a ?Reinita? en el caso que no obedeciera sus órdenes. Asimismo, le impuso como secretario al licenciado Adán Manrique Ríos, quien también era su incondicional, y por su medio ejercía el mando desde su residencia ubicada en la 14 calle entre 3ª y 4ª avenidas de la zona central. Al mismo tiempo, hizo nombrar Director de la Policía a otro ubiquista, el general Roderico Anzueto, hizo que cambiaran a los comandantes de los cuarteles que había en la capital: Fuerte de Matamoros, Castillo de San José y Guardia de Honor. Quería estar totalmente seguro que esta vez sí iba a ser electo Presidente de la República después de haber fracasado las dos veces que lo había intentado antes, la primera en marzo de 1922, cuando compitió con el general José María Orellana y la segunda en diciembre de 1926 cuando ganó el general Lázaro Chacón. Y como no quería correr riesgos y era muy impaciente, hizo que Reina Andrade adelantara la fecha de las elecciones para el 9 de febrero de 1931 y adelantó también el día de su toma de posesión para el 14 de febrero en vez del 15 de marzo para su primer período constitucional que debió terminar el 15 de marzo de 1937, pero burlándose de que la Constitución vigente prohibía la reelección, se hizo reelegir para un segundo período que debió terminar el 15 de marzo de 1943 y aún para un tercer período que habría terminado en 1947, de no haber sido porque en junio de 1944 el pueblo comenzó a manifestar su descontento y rechazo a su ya insoportable dictadura y su gobierno restringió las garantías constitucionales, por lo que 311 ciudadanos patriotas firmaron un memorial pidiéndole que las restableciera y como no lo hizo hubo manifestaciones de protesta, y el 25 de junio el gobernante ordenó a la Caballería disolver por la fuerza una manifestación de maestras y maestros y la profesora María Chinchilla recibió un balazo que la mató, lo cual la convirtió en mártir y enardeció al pueblo.
Entonces se produjo una huelga de brazos caídos y el comercio cerró sus puertas mientras manifestaban por la sexta avenida numerosas mujeres vestidas de negro. Durante la mañana del 1 de julio, se presentaron al despacho presidencial, en el Palacio Nacional, tres viejos generales sin ninguna significación: Federico Ponce Vaides, Buenaventura Pineda y Eduardo Villagrán Ariza. Al verles llegar el dictador creyó que el motivo de su visita era pedirle su renuncia, la cual ya había escrito y firmado, y les gritó enfurecido a sus visitantes: ?¡Ya sé a qué vienen! ¡Pues aquí tienen esta mierda!? y les lanzó a los pies la renuncia que había preparado la noche anterior. Los tres generales quedaron estupefactos porque en realidad esa no era la razón de su visita, sino llegaban a expresarle su solidaridad al dictador. Uno de ellos estuvo a punto de hacer la aclaración, pero uno de los hermanos Melgar, que era su secretario privado y un político maquiavélico, les hizo señas que no explicaran nada sino recibieran la renuncia porque comprendía que la situación ya era insostenible y creía que él podría dominar con su inteligencia a los tres generalotes ignorantes y burdos. Una persona que presenció esa escena contó que vio rodar lágrimas de los ojos de Ubico al retirarse del despacho. Pocos días más tarde abordó un avión comercial con rumbo a Nueva Orleáns, pero antes de que el avión levantara vuelo le dijo al único de sus ayudantes de su Estado Mayor que llegó a despedirle, el capitán Eduardo Weymann Guzmán: ?Deciles a esos cabrones que se cuiden de los comunistas y de los cachurecos?.
En Nueva Orleáns vivió exiliado únicamente dos años, porque el 14 de febrero de 1946 murió solo, triste y abandonado a la edad de 68 años, en la misma ciudad estadounidense en la que había muerto su rival y antecesor el general Lázaro Chacón, quien se rumoreó que habñia sido envenenado por Ubico para sustituírle. Sus restos fueron enterrados en esa ciudad hasta que fueron repatriados el 14 de agosto de 1963 y sepultados en el Cementerio General de esta ciudad.

Para agrandar la foto:
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Así se veía a sí mismo el “general” Ubico, como si en verdad fuese un general de división, pero en realidad no lo era. Le fascinaba usar vistosos uniformes llenos de entorchados y se prendía en el pecho medallas que no había ganado y llevaba siempre en su mano el chafarote o espadón militar. Pero era un coqueto que se maquillaba la cara para que le vieran más joven. Creía que se parecía a Napoleón Bonaparte y le gustaba mucho que lo retrataran de perfil.
Jorge Ubico Castañeda nació en la ciudad de Guatemala el 10 de noviembre de 1878 y fue hijo del abogado Arturo Ubico Urruela, descendiente de aragoneses, y de doña Matilde Castañeda, mujer bella e inteligente de familia criolla. Sus padrinos de bautizo fueron el general Justo Rufino Barrios y su esposa, doña Francisca Aparicio Mérida. Era miembro de una familia de ?alta sociedad?, muy adinerada e influyente. Hizo sus primeros estudios en un colegio de kindergarten, en 1885 ingresó al Liceo Pedagógico del educador Sóstenes Esponda y después al Instituto Central para Varones.
Desde niño quiso ser militar y cuando tenía sólo 16 años ingresó como cadete a la Escuela Politécnica con el número 692, pero permaneció menos de un año y medio debido a que no soportó los acostumbrados ?bautizos?, porque durante uno de ellos un cadete le golpeó los testículos con una toalla mojada y el dolor fue tan grande que le hizo huir de la Escuela Politécnica saltando la pared y acudió a un médico que descubrió que el golpe le había destrozado un testículo, por lo que se negó a regresar, por lo cual fue dado de baja el 7 de julio de 1895.
Después de fugarse de la Escuela Politécnica volvió al Instituto Central para Varones, pero no logró terminar sus estudios de bachillerato y se dedicó a practicar el boxeo, la esgrima, la natación y el ciclismo. En las fiestas de agosto de 1896 ganó una carrera de ciclismo.
El 4 de marzo de 1905 contrajo matrimonio con la bella y distinguida señorita de “alta sociedad” Marta Lainfiesta Dorión, pero nunca tuvo hijos como consecuencia de haber perdido un testículo.
En noviembre de 1896 logró obtener un empleo en el Banco de Guatemala, que abandonó para dedicarse a la agricultura, empresa en la cual tampoco tuvo éxito. En vista de sus constantes fracasos, gracias a la influencia de su padre y al hecho de ser ahijado de ?El Reformador?, el 19 de abril de 1907 fue nombrado Jefe Político de Alta Verapaz, y en 1911 fue trasladado con el mismo cargo a Retalhuleu, donde puso de relieve su implacable mano dura para combatir a los malhechores y abigeos (ladrones de ganado), algunos de ellos mexicanos. Llegó a tener un odio enfermizo por los mexicanos, al extremo que cuando era Jefe Político de Retalhuleu envió un telegrama al presidente Orellana que decía: ?Informo que hoy fusilamos a dos abigeos. Con el agravante de ser mexicanos?. Pero por su insaciable ambición de poder seguía soñando con ser militar porque se había dado cuenta de que el pueblo les tenía más respeto y temor a los militares que a los civiles. Además, siempre quiso llegar a ser Presidente de la República y no descansó hasta lograrlo.
El 18 de marzo de 1819 fue designado a integrar la Comisión de Guerra en la Asamblea Nacional Legislativa y el 11 de diciembre de 1921 asumió el cargo de ministro de la Guerra a pesar de no ser militar de carrera, aunque llegó a tener el grado de general de división porque era militar ?de dedo? que ascendió por la influencia y conexiones de su padre. El 24 de septiembre de 1897 le dieron los despachos de subteniente de infantería; el 10 de agosto de 1900 los de capitán; el 8 de marzo de 1901 los de comandante; en 1906 el grado de coronel de estado mayor, sin haber hecho los estudios de estado mayor; después le dieron el grado de general de brigada, hasta que, finalmente, el 27 de mayo de 1922 la Asamblea Nacional lo ascendió a general de división.
Su gobierno fue despótico y tiránico como pocos. En eso competía con los otros dictadores centroamericanos: el general Maximiliano Martínez de El Salvador, el general Tiburcio Carías Andino, de Honduras, y el general Anastasio Somoza García, de Nicaragua. Todos ellos eran presidentes con mano dura, unos desalmados dictadores. Ubico era un fascista sin saberlo porque ignoraba lo que era el fascismo. Simpatizaba con Benito Mussolinni y Hitler y desconfiaba del gobierno de los Estados Unidos de América y del presidente Roosevelt, a quien llamaba despectivamente ?El cojo? porque padecía de polio. Tenía una red de espionaje en toda la República que le mantenía informado hasta de las mayores intimidades de todas las personas. Los ?orejas? eran voluntarios serviles que le llevaban información sobre todo lo que creían que podía interesarle y las delaciones le mantenían al tanto de la vida y milagros de todos.
No había separación de poderes porque él ejercía los tres al mismo tiempo, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Nadie podía expresarse con libertad si en alguna forma contradecía las disposiciones del dictador, porque sufría las consecuencias que muchas veces no se limitaban a una apaleada y encarcelada con torturas, o el exilio, sino podía costar la vida al atrevido. Las personas que no le agradaban eran asesinadas por medio de la aplicación de la criminal ?ley fuga?. Abofeteaba en público a quienes le daba la gana, como le sucedió un día al destacado abogado H. Abraham Cabrera Cruz. Los indígenas estaban obligados a trabajar en las carreteras sin paga alguna, no obstante lo cual quemaban incienso al tirano cuando pasaba velozmente tripulando su motocicleta por las empolvadas carreteras de terracería, y cuando visitaba los pueblos. Los indios le reverenciaban y le llamaban ?tata presidente?.
Los periodistas que no se limitaban a expresar solamente alabanzas al dictador y, por el contrario, se atrevían a criticarle, tenían que huir pronto del país e irse al exilio si no querían que su cadáver apareciese en cualquier camino después de haber sido torturado. Ubico tenía fobia por los intelectuales, a quienes hacía vigilar y perseguía. Desconfiaba de cualquiera que visitara México porque decía que ese país era un nido de comunistas peligrosos.
Las mujeres que le atraían estaban expuestas a que las mandase a llamar con policías secretos y les hiciese proposiciones sexuales que muchas tenían que aceptar para no enojarle. Se mantenía estudiando panfletos sobre pociones afrodisíacas para reforzar su sexualidad y las preparaba en su laboratorio pero antes de beberlas se las hacía probar a sus empleados. Para corroborarlo les recomiendo leer el libro “El dictador y yo” de mi recordado amigo Carlos Samayoa Chinchilla, quien entonces trabajaba en la Secretaría de la Presidencia a cargo del licenciado Ernesto Rivas (“Rivitas”), el hombre de más confianza de Ubico. Ambos tuvieron que ser alguna vez sus conej¡llos de indias.
Hubo un caso sonado de un abogado que estaba recién casado y cuya esposa era muy atractiva y le gustó al dictador y lo mandó a llamar para decirle que quería que realizara un trabajo secreto en el extranjero, pero tenía que viajar solo, y le proporcionó el pasaje para Los Angeles, California, y le dijo que después le enviaría las instrucciones para su misión, pero lo que realmente quería era alejarle para que dejase sola y desamparada a su mujer y él tuviese oportunidad de acosarla. El abogado se cansó de esperar las instrucciones que nunca llegaron y cuando trató de regresar al país, el cónsul de Guatemala no le dio visa. Porque no hay que olvidar que en aquellos tiempos los guatemaltecos necesitábamos visa para entrar a nuestro propio país, porque así controlaban que no vinieran los indeseables o sus potenciales enemigos.
Todos los años había una celebración nacional por el cumpleaños del dictador, el 10 de noviembre, y afuera de la Casa Presidencial se formaban largas colas para entrar a felicitarle y darle la mano. Para uno de sus cumpleaños se hizo regalar por la Asamblea Nacional un collar de oro, platino, esmaltes y piedras preciosas valorado en Q50 mil de aquellos días, cuando los quetzales eran dólares y los dólares valían más que ahora; y otros años la Asamblea Legislativa destinó Q200 mil como “humilde regalo por sus muchos sacrificios en beneficio de la Patria”. Además de esos regalitos, su sueldo mensual era de Q.11,790, que ahora sería equivalentes a mucho más. Pero todo era poco para satisfacer la inmensa vanidad y las ansias de poder del dictador que prácticamente era dueño de Guatemala porque se tenía que hacer todo lo que él quería. ¡Y pensar que todavía hay quiénes suspiran por ese tiempo y les gustan las dictaduras! Hay guatemaltecos que tienen vocación para soportar dictaduras militares con gobernantes con manos duras. ¡Qué tristeza!

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