Muerte de un Justo

El mismo día que el ingeniero José Rubén Zamora, presidente de El Periódico, decidió dejar de publicar mis columnas, yo había enviado por correo electrónico, para que fuese publicada, una columna en la cual me refería al impresionante artículo que, con afortunada inspiración, de profundo amor fraternal, publicó el miércoles 7 de febrero, en ese mismo diario, donde de un tiempo a esta fecha está colaborando como columnista, el talentoso abogado Acisclo Valladares Molina, titulado ?Al momento de la muerte?, relativo al reciente fallecimiento del doctor Armando Sandoval Alarcón, su entrañable cuñado o hermano político, estimado amigo mío, el cual me conmovió de tal manera que no pude contener el irrefrenable deseo de referirme a él con sincero encomio. Pero mi comentario ya no pudo ser publicado en ese medio, en el cual escribí todos los días, de lunes a sábado, durante diez años, cobrando el miserable salario mensual de Q.5 mil, lo cual equivale a que por cada columna me pagaban solamente la ridícula suma de Q.208.33 menos el IVA, o sea que sólo me quedaban Q.186.01 porque todos los días me descontaban Q.22.32 del IVA. Sin embargo, Zamora no tuvo la caballerosidad, ni la simple atención de comunicármelo personalmente o aunque hubiese sido por medio del director, mi amigo el excelente periodista Juan Luis Font, ni -¡mucho menos!- enviarme posteriormente una nota agradeciéndome los diez años de valiosa colaboración porque, aunque le duela, no podrá negar que llegué a ser el columnista más leído de ese periódico y hasta del país. Pero no se le puede pedir caballerosidad a quien, evidentemente, no es un caballero.

Por eso me es grato publicarla hoy en esta página web donde no tengo que depender de los vaivenes de los variables estados de ánimo y del mal carácter de ese individuo que, sinceramente, me alegra haber dejado de tener que relacionarme con él porque cada vez que me llamaba por teléfono por cualquier motivo me daban ganas de mandarlo por un tubo y cortarle la comunicación. Espero que jamás tendré que volver a escuchar su voz. Entre todos los dueños o directores de los medios de comunicación en los que he colaborado en más de medio siglo, él ha sido el más insoportable. Quizás algún día no lejano tendré oportunidad de referirme a ese señor con más amplitud. Desde hace mucho tiempo he venido anunciando que antes de morir quiero escribir un libro de mis experiencias sobre la libertad de expresión en Guatemala, pero creo que por este medio sería mejor que en un libro porque, desafortunadamente, en nuestro país multiétnico y multicultural quienes saben leer no tienen la buena costumbre de leer libros.

Pero volviendo al artículo de mi amigo el licenciado Acisclo Valladares Molina, comienzo por decirle con toda sinceridad que es uno de esos artículos que a cualquier periodista le habría gustado escribir, porque es una crónica emotiva del más trascendental acontecimiento en la vida del doctor Armando Sandoval Alarcón, el cual, como debería ser siempre, se desarrolló con la mayor discreción y sencillez, sin aspavientos de ninguna clase, porque principia diciendo que solamente fueron publicadas en la prensa escrita una esquela de familia, una juvenil y otra en ese mismo medio. Y sigue diciendo: ?Estuvieron en su sepelio quienes debían estar, la familia, unidísima familia, por cierto, y muchísimos hombres y mujeres de bien, pobres y ricos, sin ningún tipo de distingo?. Y agregó: ?Su muerte, la de un justo, rodeado de su esposa y de sus hijos, reconfortado por los sacramentos de la Iglesia, cierra un capítulo importante de nuestra historia?. Comparto su reflexión porque siempre he sabido que la muerte es el acontecimiento más seguro, inevitable y trascendental en nuestra vida y de ella nadie se escapa ni goza de inmunidad.

Sin embargo, me permito contradecirle cuando dice que en su sepelio estuvieron quienes debían estar, porque, lamentablemente, no pudimos estar algunas personas que, como yo, hubiésemos querido acompañar a Armando Sandoval Alarcón en la ceremonia final de tanta trascendencia en su vida, para poder expresar nuestra sincera condolencia a nuestra querida amiga Lucía, su amada esposa, a sus hijos, a su venerable suegra, la incomparable y querida Mariíta, a sus entrañables hermanas, viejas amigas mías y de toda mi familia, a sus cuñados, quienes me merecen afecto desde hace muchos años, y a todos sus demás parientes. Porque, como sigue diciendo Acisclo –y hago mías sus palabras– ?Armando Sandoval Alarcón fue definido en su lucha e hizo posible la Guatemala democrática que se construye, lo que no se hubiese dado de haber triunfado el comunismo. Fue eso sí -?aunque parezca paradoja– un anticomunista de izquierda. Sensible a los problemas de los más necesitados y con una proverbial actitud de servicio?. Lo cual me consta, porque en así le ví desenvolverse en los diferentes cargos públicos que desempeñó en el gobierno del coronel Carlos Castillo Armas y, posteriormente, como embajador en algunos países en los cuales fue exitosa su gestión diplomática.

Para concluir, dice Acisclo: ?Me alegro de que a su muerte se hayan producido tan sólo esas únicas esquelas puesto que siempre abominó de la insolencia del pisto, característica que es propia de las absurdas manifestaciones de dolor comprado. Sobró amor en su entierro y el reconocimiento sordo del deber cumplido. La posibilidad de que pueda construirse una Guatemala democrática ?lo que implica necesariamente el debido respeto y potección de la propiedad privada- no se hubiese dado sin la lucha que Armando Sandoval Alarcón librara en su momento. Murió este en su casa, apaciblemente y rodeado de los suyos, como mueren los justos?. Comento: ¡qué bien!, así mismo quisiéramos expirar muchos de nosotros. Le deseo que le vaya bien en ese viaje final, en el cual de nada sirven los pasaportes diplomáticos ni las influencias.

A todo lo cual únicamente me resta agregar: ¡que descanse en la paz!

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