MISCELÁNEA DEL 11/1/16

No soy monedita de oro

Cuando al ministro de Relaciones Exteriores, licenciado y embajador Carlos Raúl Morales Moscoso, se le ocurrió la idea de conferirme la Orden del Quetzal en el grado de Gran Cruz, como reconocimiento a mis setenta años de dedicarme al periodismo y expresar mis pensamientos y sentimientos sobre muchas cosas que ocurren, le advertí que temía que si lo hacía iba a provocar que ciertas voces envidiosas fuesen a expresar vituperios contra él por haberlo propuesto, contra el actual gobierno por haberme concedido tan honroso reconocimiento y que iban a aprovechar la ocasión para manifestar de nueva cuenta su antipatía contra mí porque no soy monedita de oro para caerle bien a todos, como cantó mi amigo el compositor mexicano Cuco Sánchez.

Porque yo sé muy bien que no he sido perfecto a lo largo de mis 87 años de vida, que he tenido defectos y que he causado disgustos a muchos que no han estado de acuerdo con mis opiniones, pero creo que de eso a calificarme de pendejo hay una gran distancia.

Durante la mañana del vienes 8 del mes en curso tuvo lugar la ceremonia en las instalaciones de la Cancillería y mi primera grata sorpresa fue percatarme de que habían asistido muchas personas distinguidas del país. La concurrencia no solo fue numerosa, sino muy selecta. Sinceramente, me impresionó mucho ver entre esa numerosa concurrencia a personas muy importantes que no es fácil que asistan a ese tipo de actividades. Desde luego, me emocionó muchísimo la condecoración, pero también me impresionó la asistencia de esas personalidades. En efecto, la guinda del pastel fue ver ahí reunidas a tantas personas tan importantes, que me emocionaron con un nutrido aplauso que no tengo palabras para describir. Hubo un momento en que llegué a creer que ya había muerto, que ya no estaba vivo porque no me parecía posible que en mi propio país se me tratase de esa manera.

Pero, tal como lo había anunciado, cuando se publicó el hecho en el noticiario de Guatevisión y en las páginas de elPeriódico –que por cierto fueron los únicos medios de comunicación que lo informaron, a pesar de que mi viejo amigo y estimado colega Mario Antonio Sandoval, presidente de Guatevisión y vicepresidente de Prensa Libre estuvo presente en el acto e hizo cola para felicitarme y tomarse una foto conmigo–, surgieron de las cloacas de la tradicional envidia chapina unas voces con duros vituperios contra el gobierno por haberme otorgado la condeciración y, –naturalmente— contra mi en lo personal y como periodista con siete décadas de experiencia, poniendo en entredicho mi inteligencia, mi preparación, mi capacidad y productividad periodística de tantos años y calificándome de derechista, servidor de los militares… ¡y uno me calificó hasta de pendejo al decir que ahora a cualquier pendejo se le da la Orden del Quetzal! Ante lo cual, como cualquier guatemalteco comprenderá, lo único que queda en este país donde abundan la mediocridad, la envidia, la incomprensión, la falta de respeto y la intolerancia, es responder: “barajo mi trecho y reviro en contra”. Porque sería inútil tratar de entablar una constructiva discusión con detractores de esa calaña que en España serían calificados de gilipoyas. Y en cualquier parte del mundo merecen ser calificados de badulaques. ¡Y, desde luego, en México de pendejos!

Sin embargo, les confieso que lograron su malévolo propósito si lo que quisieron lograr con eso fue hacerme sentir mal y deprimirme durante un rato. La envidia y el veneno de esas personas caló en mi espíritu que estaba muy sensible y orgulloso tras la impresionante ceremonia de la imposición de la Orden del Quetzal de manos de un gran Canciller como lo es el licenciado y embajador Carlos Raúl Morales.

Si bien la honrosa condecoración se me había subido un poco a la cabeza, se me bajó de golpe y porrazo con los comentarios venenosos. Las diatribas que se publicaron debajo de mi crónica del acto publicada ayer en elPeriódico me devolvieron a la triste realidad guatemalteca. En nuestro país es imprudente levantar la cabeza de la maleza de la mediocridad porque –como me dijo mi admirado y querido amigo Miguel Ángel Asturias– siempre hay alguien con una guadaña que le guillotina la cabeza a uno. ¡Qué tristeza!

Que con su pan se lo coman. Yo me siento agradecido, satisfecho y orgulloso por la honrosa condecoración y por la simpatía y el aplauso que he recibido tanto de mis amigos que estuvieron presentes como de muchas otras personas que me lo han comunicado posteriormente. Muchas gracias a todos. Y muchas gracias también a los hijos de la chingada detractores y autores de las diatribas que han evitado que la Orden del Quetzal se me suba a la cabeza más que el cóndor y el águila real.

 

Twitter@jorgepalmieri