CRÓNICAS DEL VIAJE POR MIS 85 (3)

El domingo 10 de noviembre

La noche del sábado 9 de noviembre acordamos no levantarnos temprano a desayunar sino más tarde de lo normal para comer el “brunch” que es mezcla de desayuno y almuerzo en el restaurante “La Chimenea” del hotel Presidente InterContinental. Al entrar nos enteramos que, como promoción, ofrecían al mismo precio del menú del “brunch” de 750 pesos mexicanos (equivalentes a US$65) todo el champán Moët & Chandon Brut Imperial que los clientes pudiesen beber. Es lógico suponer que hicieron esa oferta con la esperanza que no iba a haber muchos clientes que se aprovechasen de la ganga para consumir tanta cantidad de esa deliciosa bebida espumosa compuesto de una mezcla de uvas escogidas de las especies Pinot Noir y Chardon y Chardonay fabricada en la zona de Champaña, en el noroeste de Francia, aunque ya era conocido por los romanos que lo denominaban vinum titillum. Por eso es que se llama champán, por su denominación de origen, o champaigne, en inglés, pero en español debe decirse champán. Y llamarle champaigne cuando se habla español es una cursilería. Esta bebida es una rica expresión de frutas maduras con toques exóticos de miel, y un estilo afrutado fuerte, con un acabado liso. Graduación: 12% Vol. Cada botella tiene un contenido de 75 Cl. Esta bebida espumante es un coupage especial de las tres variedades de uva construidas alrededor de la estructura del Pinot Noir. El champán Moët & Chandon Néctar Imperial es 50-60% Pinot Noir, de 20 a 30% Pinot Meunier, un 10% Chardonnay y un 10-20% vinos de reserva. Fue diseñado para preservar el sabor fresco de champaña, al tiempo que ofrece una dulzura sutil, donde aproximadamente 200 crus componen este vino base. Es un champán depurado, y carnal a la vez, cuya riqueza se vuelve sensualidad, de profundo color oro. En el siglo XV ya era conocido por este nombre en París, aunque no en su región de origen donde el término champagne designaba tierras baldías. Durante el siglo XVII se popularizó el consumo de estos vinos en las cortes inglesa y francesa gracias al impulso de algunas familias de esta región. Hacia 1660 comenzó a embotellar poco antes de terminar la primera fermentación para conservar mejor sus aromas, pero a consecuencia de ello aparecen las burbujas, sobre todo en los vinos pálidos, de baja graduación y embotellados en el equinoccio de primavera. Esta efervescencia fue una fuente de preocupaciones para los productores que lo denominaron “vino del diablo” y “salta-tapones”, por las botellas estalladas y los tapones que saltaban por la presión de las burbujas.De no haber sido por la popularidad que llegó a tener en Inglaterra este vino burbujeante, se hubiera abandonado esta forma de producción. En 1670 el monje dom Perrignon, de la abadía benedictina de Hautvillers, introdujo una serie de cambios, tales como la selección de la uva, el corcho cónico sujeto con una grapa metálica y las botellas de vidrio más grueso. A pesar de los muchos esfuerzos del monje el origen de las burbujas continuó siendo un misterio hasta que Louis Pasteur estudió la fermentación en el siglo XIX. Hay evidencias de que la primera firma de champán la fundó Nicolas Ruinart en 1729 en Épernay: maison Ruinart. A lo largo del siglo XVIII, el champán comenzó a adquirir renombre internacional, gracias a la promoción hecha por productores como Claude Moët o Florenz-Louis Heidsieck. En el siglo XIX se añadieron productores como la familia Bollinger o Pierre-Nicolas-Marie Perriet-Jouët. Algunas damas continuaron la labor de producción tras la muerte de sus esposos, entre otras la señora Pommery, la Sra. Terrier y la señora viuda de Clicquot (esta última fue conocida como la “Grande Dame de Champagne”), que también contribuyeron a la notoriedad de esta bebida. Incluso el Marqués de Talleyrand (Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord) lo describió como el “vino de la civilización”. Estoy seguro que la empresa del restaurante “La Chimenea” no esperaba que llegasen al brunch clientes que bebieran esa cantidad de champán, como lo hicieron mis queridos amigos Roberto López Villatoro, su hermano Julio César (“Checha”), diputados por Huehuetenango, y mi amado hijo Alejandro Palmieri Waelti, porque entre los tres consumieron seis botellas. Creo que de haberlo sabido no hubiesen hecho esa promoción.

Como resultado de haber bebido esas seis botellas de champán como si se hubiese tratado de un vulgar fresco de súchiles, a la hora de salir del hotel rumbo a la Plaza Monumental, todos menos los hermanos López Villatoro abordamos un pequeño bus que nos habría de transportar a la ida y al regreso. Pero los huehuetecos no lo sabían y nos separamos. En conclusión, al no encontrarnos (porque estábamos en la parte trasera del hotel) ellos tomaron un taxi para la plaza pero cuando llegaron a la Plaza Monumental, ya Aura, Luis, Stuardo, Alejandro y yo ya habíamos entrado y ellos no tenían sus entradas, porque yo las tenía, y no pudieron entrar y tuvieron que regresar al hotel, y cuando nosotros regresamos nos explicaron lo que les había sucedido.

De las seis botellas que bebieron, si se toma como base que cada botella cuesta en el mercado cerca de US$60, el restaurante salió perdiendo porque eso significa que consumieron el equivalente a US$360 en champán y pagaron por el brunch y la bebida solo el equivalente a US$195. Estoy seguro que la empresa del restaurante “La Chimenea” no esperaba que llegasen clientes que en el brunch como bebieron en esa ocasión mis queridos amigos el licenciado Roberto López Villatoro (apodado “El rey del tenis” por la periodista Sylvia Gereda Valenzuela de Torrebiarte, porque le ganó a la fábrica Cobán una licitación de zapatos tenis que él trajo de la China), su hermano Julio César (“Checha”), diputado del partido UNE y mi hijo Alejandro. Yo no bebí champán no solo por el precio sino porque no quería correr el riesgo de emborracharme y dormirme durante la corrida de toros, sino porque no quería incrementar sin el grado de glucosa en mi sangre. En pocas palabras, porque soy diabético.

Foto tomada en el restaurante “La Chimenea” del hotel Presidente. En esta foto, mi hijo Alejandro Palmieri Waelti seguido por nuestra querida amiga Aura Ruiz (“La Muñecona”) y nuestro amigo español Luis Castro. Enfrente, sonrientes, como siempre, el licenciado Roberto López Villatoro y su hermano el diputado Julio César (“Checha”) de los mismos apellidos. Esta foto fue tomada antes de que bebieran seis (6) botellas de champán Moët & Chandon brut Imperial.

En el transcurso del brunch les estuve apresurando a terminar el consumo de Champán Moët & Chandon Brut Imperial porque el punto siguiente del programa era asistir a la tercera corrida de toros de la Temporada Grande de 2013-1014 en la Monumental Plaza México, que comenzaría a las 4 y 30 en punto con el tradicional “paseíllo” que consiste en que todos los que van a participar en la corrida “parten plaza”, momento en el cual comienza a sonar una pasodoble interpretado por la banda de la plaza y se escucha un coro impresionante que grita al unísono “Ooooolé!”. Adelante en el paseíllo va siempre el Alguacil, que ceremoniosamente pide permiso a los jueces de lidea para abrir la puerta de los corrales para que comience la corrida. Atras caminan muy ceremoniosamente los matadores programados para ese día con sus respectivas cuadrillas entre las cuales están los banderilleros. Y la corrida de ese día ofrecía ser muy buena porque encabezaba el cartel el rejoneador (que torea a caballo) Emiliano Gamero y nada menos que el matador español Julián López “El Juli”, catalogado actualmente como uno de los mejores del mundo, seguido por el “hidrocálido” (o sea nacido en en estado de Aguas Calientes) Joselito Adame y el torero mexicano nacido en Querétaro Héctor Octavio García González “El Payo”, de 27 años de edad, a quien ya había visto torear varias veces.

El cartel de la tercera corrida de la temporada grande

El “paseíllo” con el que principia el espectáculo taurino

El rejoneador Emiliano Gamero 

Julián López “El Juli”

Sentados en nuestro tendido de sombra, yo, mi hijo Alejandro y nuestro amigo el empresario español Luis Castro.

Stuardo Juárez, Aura Ruiz, yo y mi hijo Alejandro Palmieri Waelti 

El Juli seguía citando al toro que no le envestía

La plaza monumental estaba completamente llena cuando comenzó a anochecer. Pero nosotros optamos por comenzar a retirarnos.

Ya estaba comenzando a anochecer

Cuando ya estaba comenzando a anochecer, el torero Joselito Adame –que hasta ese momento era el triunfador de la corrida porque había cortado dos orejas de uno de los toros que le tocó en suerte– estaba toreando el que se suponía que sería el último toro de la tarde, pero nosotros, que somos unos “villamelores” (ignorantes en tauromaquia), ya nos queríamos salir a tomar el pequeño autobús que nos debía regresar al hotel, donde ya nos estaba esperando el querido “Pepo” Toledo Ordóñez, quien viajó el domingo 10 para poder compartir con nosotros el almuerzo de mi cumpleaños, programado para el lunes 11, el cual iba a tener lugar en el excelente restaurante Pujol, clasificado con cinco estrellas y reconocido por el diario Wall Street Journal como “el mejor de México” y por la crítica gourmet clasificado como el 17 por la acreditada lista de S. Pellegrino, entre los 50 mejores restaurantes del mundo, y para evitar tener que salir al mismo tiempo que la enorme cantidad de público, decidimos salirnos de la Plaza Monumental. Y por eso fue que nos perdimos ver el toro de regalo de El Payo, que resultó ser el mejor toro de la tarde y al cual el matador le cortó las dos orejas. Eso nos demostró que, parafraseando al recordado locutor Abdón Rodríguez Zea –que decía que un juego de béísbol solo termina después del último out–, la corrida de toros no termina sino hasta que matan y devuelven al corral al último toro. Espero poder contarles mañana lo que hicimos después de la corrida. Continuará.

Twitter @jorgepalmieri