Para festejar adecuadamente mi 84 cumpleaños, el jueves 8 de noviembre volé a la Ciudad de México acompañado de mi estimado amigo Stuardo Juárez Charchalac, miembro de la Cofradía de los Viernes, quien amablemente me hace el favor de servirme como secretario particular porque por mi avanzada edad y la diabetes ya me cuesta mucho leer la letra pequeña en los formularios migratorios y de aduanas que hay que llenar. Salimos del aeropuerto La Aurora a las 4 de la tarde y aterrizamos a las 5 y 30 en la terminal aérea Benito Juárez del Distrito Federal. Para ello tuvimos que presentarnos en la terminal aérea de Guatemala con dos horas de anticipación. El tiempo de vuelo es poco. Sin embargo, es muy largo el tiempo que transcurre en los trámites migratorios y aduanales en la terminal mexicana. No porque los trámites en sí tomen mucho tiempo, sino porque las distancias que hay que recorrer son muy largas y hay tantos visitantes que a los funcionarios de migración y aduana les toma mucho tiempo atenderlos. Y después toma mucho tiempo el traslado al hotel, entre tanto tránsito. A nosotros nos tomó más de una hora el trayecto. Quiere decir que desde de salimos Guatemala, para poder llegar al hotel Presidente InterContinental nos tomó cerca de 6 horas. ¡Es equivalente a volar a New York!
Lobby y recepción del hotel Presidente InterContinental
Hice con tiempo las reservaciones en el hotel Presidente InterContinental porque yo no puedo pensar en hospedarme en ningún otro hotel que no sea éste, porque es mi favorito desde hace muchos años y en el que me he hospedado desde su fundación como hotel Presidente Chapultepec, cuando formaba parte de la compañía Nacional Hotelera que fundó mi querido amigo catalán César Balsa. Desde el ingreso al hotel es muy agradable porque los encargados de la recepción son eficientes y serviciales. Pero como había varias personas haciendo cola en la recepción, nos atendió de inmediato en su escritorio una encantadora señorita Subgerente y me causó una grata sorpresa cuando me informó que por instrucciones del gerente del hotel, señor Guillermo Valencia, en vez de darme una simple habitación, por la misma tarifa me harían lo que se llama un “up-grade” para una suite. Me dieron la suite 4014, situadaen el piso 40, como es natural. Lo primero que pensé fue qué iba a hacer en caso de que se produjese un temblor. Y después de pensarlo llegué a la conclusión que me quedaría tranquilo, no haría absolutamente nada, sino encomendarme a Dios, porque ni modo de bajar por las escaleras 40 pisos para llegar a la calle. Además, me han asegurado que su estructura es a prueba de sismos por su base, sus pilotes, su placa de fundación y por sus profundas columnas. De manera que esas noches dormí con confianza y tranquilidad.
Vista desde mi suite en el 40 piso al Auditorio Nacional, al Campo de Marte, segundo piso del periférico… y la densa capa de smog. Esa noche había una larga cola para asistir a un concierto del cantante Alejandro Fernández, “El Potrillo”.
Una vez en la suite, llamé por teléfono a una encantadora y querida compatriota que radica en el Distrito Federal, con quien había concertado previamente una cita para ir a cenar y me dijo que pasaría por nosotros al hotel en su vehículo. Ella sugirió que fuésemos a cenar al restaurante “Dulce Patria”, que se especializa en platos mexicanos gourmet y últimamente se ha hecho muy famoso, pero me advirtió que era indispensable hacer una reservación.Sin embargo, ella, el licenciado Juárez y yo nos nos corrimos el albur de ir a ese restaurante a pesar de que no teníamos reservación previa. No obstante, nos atendieron de inmediato y nos dieron una mesa a los pocos minutos. El lugar es minimalista (sin mucha decoración), el ambiente es frío, y la comida es poco menos que mediocre. Además, es muy caro. Afortunadamente, la compañía de esa guapa y encantadora compatriota nos fue muy grata. Después de la cena ella nos hizo el favor de irnos a dejar al hotel y se fue a su casa, situada muy cerca, en la agradable zona de Polanco.
Enorme escultura metálica en la parte trasera del Presidente InterContinental. Me pregunto qué dirían al verla los críticos de las esculturas de Pepo Toledo.
A la mañana siguiente, después de desayunar chilaquiles verdes con pollo en el restaurante “Flores y Frutas”, situado en el mezanine del hotel, pedimos un taxi del hotel para ir al fabuloso Museo Nacional de Antropología, que se encuentra a muy corta distancia, y pregunté cuánto me cobraría. El precio que me dieron fue de $200 pesos, lo que me pareció muy caro y no lo acepté creyendo que me estaba pasando de listo. Y le dije al licenciado Juárez que mejor tomáramos un taxi callejero con taxímetro para que no nos cobre tan alto un taxi de sitio. Y así fue, pero tuve la desagradable sorpresa que al llegar a nuestro destino y preguntar al chofer cuánto le debía, el chofer sinvergüenza me vio cara de baboso y me cobró $250, o sea $50 más de lo que me había pedido el chofer del taxi del hotel porque nos había llevado a dar vueltas por los alrededores hasta que el taxímetro marcó esa cantidad. Así que después de todo no fui tan listo como había creído. No cabe duda de que para un visitante desaprensivo es muy fácil caer de pendejo en México.
Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México
El Museo Nacional de Antropología es una de las visitas obligatorias en la Ciudad de México. La obra arquitectónica es una de las más emblemáticas del Distrito Federal y me atrevo a décir que de todo el país y aún de América Latina. Fue construído por el genial arquitecto, escultor e intelectual mexicano Pedro Ramírez Vazquez, autor de importantes obras en México, como la nueva Basílica de Guadalupe y el Estadio Azteca, y en otras partes del mundo.
Pedro Ramírez Vazquez es arquitecto egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde también impartió cátedra como maestro. En 1968 fue, además, Presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos que se celebraron en la Ciudad de México, colaborando en el diseño de la imagen gráfica de los juegos, entre los cuales estuvo su póster y emblema. Fue ganador del Premio Nacional de Bellas Artes en 1973.
En la entrada principal del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México
Nuestro propósito era ir a ver la exposición del Mundo Mexica, como se llamaron los pueblos que se habían asentado en el Altiplano Central Mexicano después de haber abandonado Tula. Los arqueólogos sitúan a esta época como Posclásico Tardío (1300-1521 d.C).
En la entrada hay una explicación del Mundo Mexica
Maqueta de los palacios de la capital mexica o azteca, construída sobre una isla sobre una laguna, como puede verse en el plano de arriba.
El asombroso Calendario Azteca tallado en piedra
Posando al lado del gigantesco Calendario Azteca de piedra
Impresionante pantera de piedra
Réplica del Penacho de Moctezuma
Se conoce como Penacho de Moctezuma a un tocado de plumas de quetzal engarzadas en oro y piedras preciosas que actualmente se encuentra en el Museo de Etnología de Viena (Austria), que según se cree usaba como corona el emperador Moctezuma Xocoyotzin (1466-1520), aunque no hay certeza histórica de ello, ni existe ninguna prueba de su antigüedad. Incluso ha sido cuestionado que realmente sea un atavío para la cabeza. A lo largo de varios siglos, la pieza ha cambiado de dueños en varias ocasiones hasta parar en Viena. Se dijo que el emperador Moctezuma se la había regalado al conquistador Hernán Cortés, ya sea como prueba de amistad o de sumisión, o que se la había dado para que se la regalara al rey Carlos I. Durante el siglo XX fue parte de una campaña nacionalista promovida desde el gobierno mexicano para exaltarla como una pieza que debe ser devuelta a México que a pesar de las investigaciones actuales se sigue presentando como tal. Hace algunos años había sido retirada de la exhibición en Viena porque se estaba deteriorando, pero fue restaurada y nuevamente se encuentra en exhibición. El gobierno mexicano no pierde la esperanza de que algún día no lejano pueda ser devuelta a México por el gobierno de Austria. Tiene una altura de 116 cm y un diámetro de 175 cm. El centro del penacho está hecho con plumas azules del ave xiuh totol, y tejuelos de oro en forma de medias lunas con piedras preciosas. Sigue una zona rosa de plumas de tlauquechol y otra zona de plumas marrones de cuclillo, de donde sale una hilera de plumas verdes de quetzal, algunas de hasta 55 cm. de largo. Sigue otra zona también de plumas de quetzal. En total tiene más de 400 plumas de quetzal. A pesar de que en la actualidad está muy deteriorado, su valor estimado por el gobierno austriaco es de 50 millones de dólares. La historiadora e investigadora mexicana Carmen Cook de Leonard afirma que no se trata de una pieza única e irremplazable sino que es solo uno de muchos penachos que poseía Moctezuma, quien utilizaba diferentes ornamentos como este en las ceremonias. Según esta teoría, Hernán Cortés entabló pláticas con Moctezuma para convencerle de convertirse a la religión católica monoteísta y a ser vasallo del rey Carlos I. Esto concientizó a Moctezuma de la guerra que se aproximaba y probablemente para comprar tiempo para organizarse para enfrentar a los españoles, dio a Cortés este penacho junto con otras 158 piezas como regalo para su rey, Carlos I. Así, estas piezas fueron inventariadas y enviadas a Europa, a Alemania, donde en ese momento residía el rey. La pieza fue olvidada y muchos años después fue descubierta, restaurada y utilizada como símbolo del Museo de Etnología de Viena. (Continuará)
Twitter: @jorgepalmieri