1) Un aplauso para Pérez Molina
Una de las primeras medidas que ha asumido el nuevo gobierno, además de resucitar “La Granadera” cuando el Presidente de la República llega a algún lugar público o cuando sale de él –lo cual me parece discutible porque Guatemala no es una monarquía, ni se debe alimentar el culto a la personalidad– fue ordenar que ya no ondeen más en la Casa Presidencial, el Palacio Nacional y demás intalaciones oficiales, las banderas de las diferentes etnias que conviven en nuestro país, como lo había establecido el desgobierno de Álvaro Colom Caballeros y la tristemente recordada Sandra Torres Casanova de Colom. Hago un paréntesis para explicar que digo “de Colom” porque estoy plenamente convencido de que su mundialmente famoso “divorcio” fue una simple payasada para burlar la prohibición constitucional que no le permitía ser candidata presidencial, pero ellos continuaron reuniéndose en su casa de Likin, en la playa del Océano Pacífico, y ahora él ya declaró a los medios que “va a tratar de recuperar su hogar” y de hecho ya regresó al condominio “Los Maderos II”, por la carretera a El Salvador en el cual viven juntos. Es verdad que Guatemala es un país multiétnico y pluricultural y que el artículo 58 de la Carta Magna titulado Identidad Cultural establece que “se reconoce el derecho de las personas y de las comunidades a su identidad cultural de acuerdo a sus valores, su lengua y sus costumbres”, pero eso no significa que cada una de esas etnias y sus culturas sea soberana y tenga derecho a tener una bandera propia, diferente a la bandera nacional, que es azul, blanco y azul, con el escudo de armas en medio. Pero algunos de los dirigentes del régimen anterior, conscientes de su falta de calidad política, creyeron conveniente seguir el consejo maquiavélico que dice “Divide y vencerás” y propició la división de los guatemaltecos entre pobres y ricos, quichés, cakchikeles, chincas y cuanto hay, en vez de propiciar la unidad nacional. Por ese motivo es que pido un aplauso para el nuevo gobierno. Y conste que no lo digo por lambisconear.
2) No, no es “irrelevante”
El presidente de la República, general Otto Pérez Molina, declaró a los medios de comunicación que “es irrelevante” que cuando se escucha el Himno Nacional se haga el saludo con el puño sobre el corazón o con la mano abierta, como ha sido establecido y acostumbrado desde hace mucho tiempo. De lo contrario, basta simplemente en posición respetuosa, firmes, sin ponese la mano abierta en el pecho. Pero no es verdad que sea “irrelevante” saludar con el puño o con la mano abierta, como ha dicho el novel mandatario. La mano empuñada ha sido el símbolo de la “mano dura” que nos ofrecía –o con la que nos amenazaba– durante su primera campaña electoral (que en mala hora ganó Colom), pero no es la mejor forma de hacer el saludo cuando se está vestido de civil. Es como si cuando está uniformado de militar hiciese el saludo con el puño en la visera del quepis, en vez hacerlo como está establecido, con la mano abierta en la visera. No hay que ser tan ttestaduro.
3) Por su parte la Vicepresidenta
En contraste con esa actitud típicamente chafarotesca de “ese macho es mi mula”, la Vicepresidenta Roxana Baldetti Elías, después de haber participado en una reunión con elementos de prensa que le hicieron esa observación, publicó en su Twitter “he decidido cantar el Himno Nacional con la mano abierta, por lo que guardaré mi puño por cuatro años”. No Roxana, no es así la cosa. No debe dejar de empuñar la mano cuando canta el Himno Nacional solamente por el hecho de estar desempeñando actualmente el cargo de Vicepresidenta de la República, sino porque esa no es la forma debida de hacerlo. La felicito por publicar en su Twitter que va a dejar de empuñar la mano, pero es muy lamentable que haya agregado que así lo hará solo durante los cuatro años que, si Dios no dice otra cosa, estará al frente de la Vicepresidencia de la República. La arrogancia es insoportable en los altos funcionarios públicos.
4) Otra vez Taracena
El controversial jefe de la bancada de diputados del agonizante partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), Mario Taracena Díaz-Sol, ha vuelto a las andadas. En la primera sesión plenaria de esta séptima legislatura, faltó al respeto al Presidente de la Junta Directiva y le agredió lanzándole a la cara los papeles y los lápices que tenía sobre su escritorio y le quitó el micrófono de un jalón, además de increparle en un tono por demás irrespetuoso e insensato. El motivo de su comportamiento a todas luces indebido fue que, según dijo, el presidente de la Junta Directiva, Gudy Rivera, miembro del partido Patriota, le negaba el derecho a hacer uso de la palabra. Y en base a su creencia de que “diputado que permite que le veden el derecho de la palabra no merece ser diputado”, reaccionó en esa forma. Lo cual no es insólito en él, porque ya lo había hecho de diferentes formas en otras oportunidades durante su larga permanencia en el Congreso de la República. Pero aunque es repudiable que actúe en esa forma, hay que reconocer que eso mismo o cosas peores acontecen constantemente en todos los parlamentos del mundo. Taracena Díaz-Sol no es el único diputado en el mundo que pierde la compostura y reacciona de manera indebida. Lamentablemente, hay patanes en todas partes del mundo que recurren a la violencia oral o física en vez de hablar. Sin embargo, reconozco que también se le debió conceder la palabra porque está en su derecho de expresar sus opiniones. Y si acaso estaba violando algún punto del Reglamento Interno del Congreso, se le debió sancionar o decírselo con toda claridad. Porque si bien es cierto que se hizo odioso durante el régimen pasado, cuando su partido era el oficial, no está bien tampoco que ahora los diputados del actual partido oficial le traten de la misma manera. Si los diputados quieren ser respetados, deben darse a respetar. Y lo mismo vale para todos los funcionarios públicos. ¡Y vale también para todas las personas particulares habidas y por haber!
Twitter: @jorgepalmieri