DÍA DEL PADRE

Hoy celebramos en Guatemala “El Día del Padre”, como complemento del Día de la Madre que festejamos el 10 de mayo o el segundo domingo de ese mes. El Día del Padre es un día en el cual se festeja al padre de familia con la intención de honrar la paternidad y la influencia del padre en la vida de sus hijos. Porque así como se festeja el Día de la Madre, el 10 de mayo o el segundo domingo de ese mes, porque trae en su vientre a los hijos, en justicia que también se festeje al padre porque “algo” ha tenido que ver –al menos con el aporte de sus espermatozoides– para el nacimiento de los hijos y su mantenimiento y educación, la integración de la familia.

En muchos países del continente americano –como los Estados Unidos de América, México, Argentina, Perú, Paraguay– todos los años se celebra El Día del Padre el tercer domingo de junio, pero en Guatemala se festeja hoy, 17 de junio. En Bolivia y Honduras se festeja el 19 de marzo, Día de San José. En Brasil, en cambio, se celebra el segundo domingo de agosto; en la República Dominicana se celebra el último domingo de julio, en Guatemala y en El Salvador el festejo es el 17 de junio. En Chile, se festeja el tercer domingo de junio, pero la fecha nacional es el 19 de ese mismo mes. En Alemania, hay dos celebraciones asociadas con el Día del Padre. Por un lado Vatertag se celebra el 30 de mayo, día de la Ascensión de Jesús, y es fiesta nacional. Por el otro, Herrentag es una celebración tradicional consistente en hacer un viaje sólo de varones subiendo por una montaña con carros con vino o cerveza y abundante comida regional.

En Nicaragua, la primera celebración del Día del Padre nicaragüense fue el 23 de junio como de 1960  Como en el caso del Día de la Madre nicaragüense, hasta el año 2012 no existió ningún decreto legislativo o ejecutivo que fijase esta fecha como un merecido reconocimiento social y de promoción a la paternidad responsable. La celebración del Día del Padre es ocasión propicia para reforzar los valores y conductas de paternidad responsable, así como para destacar los buenos ejemplos de los padres responsables. Cada año el 23 de junio es la fecha escogida en Nicaragua para honrar, expresar cariño y reconocimiento social a los hombres que cumplen con sus responsabilidades familiares de padres. A aquellos hombres que están, o han estado, al lado de sus hijas e hijos apoyándolos efectivamente durante su desarrollo y crianza.

No se si por mera coincidencia, a partir de 1980 se asoció el 23 de junio como Día del Padre nicaragüense con la conmemoración del natalicio de Carlos Fonseca Amador (1936-1976), un profesor, periodista, político y revolucionario nicaragüense, principal fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), actualmente en el poder, que derrocó a la dictadura de la familia Somoza que comenzó en 1934 con el general Anastasio Somoza García y concluyó en 1979 con su hijo el general Anastasio Somoza Debayle. Fonseca Amador murió durante la insurgencia armada.

Sentados Rodrigo Aram Sayad Carrillo Waelti y Jorge Alejandro Palmieri García y de pié Alejandro Palmieri Waelti durante la fiesta en la Antigua por el matrimonio de la hija de unos queridos amigos.

Cuando me casé con mi amada e inolvidable esposa, Anabella Katherine Patricia Waelti Castejón, ella ya había sido casada en primeras nupcias y tenía un hijito de solo 3 años de edad, cuyo nombre es Rodrigo Aram Sayad Carrillo Waelti, quien desde entonces vivió más de diez años como si fuese hijo mío, y de hecho todo ese tiempo me llamó papá, y desde que nació Alejandro fueron hermanos inseparables, sobre todo durante los años que desempeñé el cargo de Embajador de Guatemala en México, asistían juntos al colegio y en diferentes oportunidades los cuatro fuimos de vacaciones al Caribe mexicano, a la isla de Cozumel y a Can Cun, y también a Miami. El tiempo ha transcurrido y aunque Rodrigo ya no me llama papá, porque el día que estábamos enterrando a su mamá en el Cementerio Las Flores llegó su papá biológico a buscarle para llevárselo, a pesar de que desde que Anabella y él se divorciaron y durante todos esos diez años en los que yo fungí como su legítimo padre, ninguno de los dos hizo ni el más mínimo esfuerzo por acercarse, y el padre no le compró ni un calcetín, ni le pagó los estudios, ni mucho menos cuidó de su salud. Y ese señor fue tan ingrato y tan cruel que desde que murió Anabella prohibió a Rodrigo relacionarse con Alejandro y conmigo, ni siquiera por teléfono, dejándole sin su madre (que había fallecido), sin su hermano menor y sin su padre adoptivo, lo cual Rodrigo solamente cumplió menos de un año, y nosotros no pudimos hacer nada para verle, a pesar de lo doloroso que fue la separación; pero Dios tarda pero no olvida, porque al cabo de ese tiempo Rodrigo comenzó a venir a menudo a visitarnos a escondidas de su progenitor, y desde entonces los tres hemos mantenido una estrecha y afectiva relación familiar, porque los dos hermanos se aman entrañablemente y yo amo como padre a ambos por igual porque para mí Rodrigo sigue siendo mi hijo. Ahora Rodrigo ya está casado y es padre de dos hijos –Mauricio y Daniela–, y Alejandro también está casado y es el afortunado padre de mi amado nieto Paolo Alejandro Palmieri Rodríguez. Me satisface decir que cuando vivíamos juntos, mientras mi amada Anabella todavía vivía (falleció a la edad de 33 años, de un cáncer linfático), mis enseñanzas y guía como padre fueron en base al amor y que el dinero no es lo más importante en el mundo, y que hay que dar a los demás todo lo que se pueda para recibir compensaciones, porque “quien no sirve a los demás, no sirve”.

Ser un buen padre no es cosa fácil, porque nadie nace sabiendo cómo debe hacerlo. ni hay escuelas en las que se enseñe cómo se debe ser. Pero cuando hay amor entre un padre y un hijo se simplifica todo. Es sabio que los hijos solamente comprenden a sus padres cuando ellos mismos se convierten en padres. Yo recuerdo con respeto a mi padre, desde luego, pero nunca me agradó su falta de ternura y su extremado mal carácter tanto con mi venerada madre como con sus ocho hijos, mientras se encontraba en la casa, porque en la calle todos sus amigos de El Peladero del Parque Centenario decían que era “muy simpático”. Pero cuando iba llegando a la casa, en el barrio de Jocotenango, cuando llegaba al parque Morazán, parece que sufría una transformación o metamorfosis como la del doctor Jekyll y el señor Hyde, de la novela de Robert Louis Stevenson,  publicada por primera vez en inglés en 1886, que trata acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, que investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde. El libro es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí. En psiquiatría, esto hace referencia al Trastorno disociativo de la identidad (anteriormente conocido como Trastorno de Personalidad Múltiple). No se debe confundir esta psicopatología con el Trastorno Bipolar, otro desorden psiquiátrico completamente distinto perteneciente a un grupo de enfermedades mentales conocidas como Trastornos del estado de ánimo, en el que se alternan fases de manía con fases de depresión que se observan en las personas maníacas depresivas. Así que lamento reconocer que a mi padre no le recuerdo con el amor con el que venero a mi madre, porque él fue francamente insoportable por su mal carácter y su violencia, por lo que tuve que huir de mi casa en dos oportunidades, una a la la agradable Pensión Prado, situada en la 6a calle entre 6a y 5a avenidas de la zona central, al al costado del parque Centenario, y otra en la que me fui con una bella cantante mexicana de la que me enamoré apasionadamente, hasta Panamá, donde la compañía de artistas quebró y ella fue repatriada a México por la Asociación Nacional de Actores (ANDA) y yo me quedé trabajando durante un año, aunque me partiera el alma alejarme de mi amorosa y abnegada madre.

Mis más cordiales felicitaciones a todos los padres del mundo, pero en particular a los de este continente, y de manera muy especial a los padres guatemaltecos, entre quienes me cuento yo y se cuentan también mi hijo por afinidad Rodrigo Carrillo Waelti y mi hijo Alejandro Palmieri Waelti, padre de mi amado nieto Paolo Palmieri Rodríguez.

3 GeneracionesTres generaciones: el abuelo, Jorge Alejandro Palmieri García, el padre, mi hijo Alejandro Palmieri Waelti y mi amado nieto, Paolo Alejandro Palmieri Rodríguez.

 Twitter: @jorgepalmieri