A partir de la tarde del 28 de febrero próximo pasado, ya es efectiva la abdicación o renuncia del alemán Joseph Ratzinger al Pontificado de la Iglesia católica, pero, por disposición propia, continuará empleando el nombre de Benedicto XVI; y ya se ha trasladado al palacio papal de descanso en Castelgandolfo, en la costa italiana, donde permanecerádurante dos semanas antes de regresar a la Ciudad del Vaticano para recluirse en un monasterio donde vivirá confinado y alejado de todo tipo de actividades públicas, tanto religiosas como políticas y sociales. A pesar de lo cual, por su propia disposición continuará llamándose Benedicto XVI y será considerado “Papa Emérito”. El primero que ha habido en la historia. Naturalmente, su intempestiva renuncia ha causado un revuelo mundial y todo tipo de suspicacias y comentarios porque ha sido el único pontífice que ha renunciado durante los últimos 600 años, y se rumora con insistencia que su renuncia no fue en realidad totalmente “voluntaria”, como se dijo, sino fue causada porque a su avanzada edad y su cansancio físico le ha tocado enfrentar el período más difícil de la Iglesia en su historia de más de dos mil años, por el alto grado de corrupción, el lavado de dinero en el banco Vaticano, los incontables casos de pedofilia y homosexualismo que en altos círculos del Vaticano, según la información contenida en los documentos secretos que robó su mayordomo, Paolo Gabriele, la persona más cercana a él, sobre la corrupción, las luchas despiadadas por las ambiciones, las intrigas, la hipocresía y los turbios enredos de facciones y dignatarios en el seno de la curia de Roma, enemistados por razón la permanente lucha por el control del poder. Por lo cual considero que son ingenuos quienes puedan creer que su renuncia fue totalmente voluntaria y sin el conocimiento y el respaldo de las demás autoridades de la Iglesia católica. Se dice que su renuncia no debe de extrañar porque la renuncia del pontífice y de los obispos en general está contemplada en la legislación de la Iglesia a partir de 1983, aunque esto no se daba antes. Ni es creíble que haya renunciado porque le dijo en una entrevista al periodista Peter Seewald que tenía tan poco apego al poder y a la notoriedad que estaba dispuesto a renunciar si llegase un momento en el que no tuviese las condiciones físicas, intelectuales y anímicas para ejercer el papado adecuadamente. Lo cual se interpretó como una alusión velada a su antecesor que no renunció a pesar de que prácticamente se encontraba incapacitado para caminar y desempeñar su labor. No creo que pueda ser fácil renunciar “voluntariamente” a ser una de las figuras mundiales más poderosas no sólo por ser el patriarca de la Iglesia católica y jefe del gobierno de la Ciudad del Vaticano, sino también por la inmensa fortuna económica que incluye numerosas empresas altamente remunerativas. Entre las que destacada el Banco Vaticano que tienes nexos con el banco Ambrosiano y una fábrica de armamentos y otra de barcos de guerra.
Antes de haber asumido el papado, el cardenal Joseph Ratzinger logró limpiar a la Iglesia de los teólogos de la liberación y fue un duro crítico de algunos aspectos del estado en el que se encontraba la Iglesia, como que en un libro titulado La sal de la Tierra publicó lo siguiente: “Quizás ha llegado la hora de decir adiós a la idea de la cultura católica tradicional. Quizás estemos frente a una época nueva y diferente de la historia de la Iglesia donde la cristiandad se habrá de caracterizar de nuevo por la parábola de la semilla de mostaza, en la que la Iglesia subsistirá en pequeños e insignificantes grupos que, no obstante, habrán de librar una intensa lucha contra el mal a fin de traer el bien a este mundo… No veo ciertamente conversiones masivas al cristianismo ni retorno al histórico paradigma… La decadencia de la Iglesia y el cristianismo están ahí… Es preciso reconocer que el cristianismo es irreconocible. Su sentido original ya no es entendido como lo era en sus orígenes… Y sería indudablemente falso esperar que una especie de cambio histórico pudiera tener lugar y que la fe se volviera de nuevo un gran fenómeno de masas en gran escala que dominara la historia.”
De manera que el cardenal Ratzinger ya sabía que accedía al papado de un catolicismo en picada. También sabía mucho de lo que ocurría en el Vaticano. Pero no se atrevió a limpiar la basura que allí había, como tampoco el difunto Juan Pablo II tuvo el valor de hacerlo. Por eso es lamentable lo que realmente ha venido sucediendo desde 1962, año del glorioso y nunca bien ponderado Concilio Vaticano II. La verdad, la triste verdad, es que no son los fieles quienes están llevando a la Iglesia al desagüe, sino los papas, los cardenales, los obispos y los curas.
Lamentablemente, Juan Pablo II sucumbió ante su lucha anticomunista porque, siendo polaco, había sufrido su país por causa del comunismo y estaba empeñado en luchar para que desapareciera de la faz de la tierra y se dejó dominar por la influencia de las dos congregaciones más influyentes y adineradas que sustituyeron a los jesuitas: 1) la Legión de Cristo, fundada por el infame sacerdote mexicano Marcial Maciel, quien antes había sido el fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón y la Virgen de los Dolores, congregación que luego de incontables peripecias debidas a la vida irregular y hasta criminal del fundador, pasó a denominarse Legión de Cristo, y en 1951 se transformó en el movimiento de apostolado Regnum Christi (Reino de Cristo). El padre Maciel fue acusado formalmentepor muchos miembros de la congregación y estudiantes de los establecimientos educativos de los legionarios de Cristo de cometer abusos sexuales a partir de 1997, aunque hay constancia de la existencia de quejas desde los años cuarenta, según ha publicado el diario español El País. En 2006, como resultado de un proceso canónico interrumpido, el Vaticano indicó el retiro de Maciel del ministerio sacerdotal. En 2009 saltó a la luz la noticia de que Maciel era padre de una joven española. A través de un comunicado en febrero de 2010, la Legión de Cristo reconoció las acusaciones de abuso sexual a menores y se desvinculó de su fundador. Los legionarios de Cristo eran propietarios del mayor número de universidades y colegios en México y el resto de América Latina; y 2) el Opus Dei (“Obra de Dios”) fundada en 1928 por el sacerdote español Josémaría Escrivá de Balaguer, a quien Juan Pablo II canonizó en el 2012. Según el Anuario Pontificio de 2011, el Opus Dei cuenta con 2.015 sacerdotes en el mundo y un total de 88.245 miembros, por lo que se deduce que 86.230 son laicos. El 55% de los miembros del Opus Dei son mujeres y cerca del 90% viven en Europa y América Latina. El patrimonio de la prelatura está estimado en un mínimo de 2.800 millones de dólares.
La Iglesia católica estima que todavía hay cerca de 1 mil 200 millones de católicos en el mundo, mayoritariamente en América Latina, y en particular en Brasil, pero es un hecho innegable que en el transcurso de los últimos años ha venido sufriendo una fuerte merma, como consecuencia del crecimiento de las iglesias protestantes neo pentecostales.
Benedicto XVI dijo adiós en el palacio de Castelgandolfo
Este insólito acontecimiento ha producido una enorme serie de comentarios alusivos, entre los que destaca estebrillante artículo del novelista y periodista peruano-español Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, publicado el 24 del mes en curso en el diario español El País con el cual concuerdo totalmente porque he llegado a las mismas conclusiones que él.
El hombre que estorbaba
PIEDRA DE TOQUE. Benedicto XVI trató de responder a descomunales desafíos con valentía y decisión, aunque sin éxito. La cultura y la inteligencia no bastan para enfrentar el maquiavelismo de los intereses creados.
Le ha tocado uno de los períodos más difíciles que ha enfrentado el cristianismo en sus más de dos mil años de historia.
Aunque concebidos siempre dentro de la ortodoxia cristiana pero con un criterio muy amplio, sus libros y encíclicas desbordaban a menudo lo estrictamente dogmático y contenían novedosas y audaces reflexiones sobre los problemas morales, culturales y existenciales de nuestro tiempo que lectores no creyentes podían leer con provecho y a menudo —a mí me ha ocurrido— turbación. Sus tres volúmenes dedicados a Jesús de Nazaret, su pequeña autobiografía y sus tres encíclicas —sobre todo la segunda, Spe Salvi, de 2007, dedicada a analizar la naturaleza bifronte de la ciencia que puede enriquecer de manera extraordinaria la vida humana pero también destruirla y degradarla—, tienen un vigor dialéctico y una elegancia expositiva que destacan nítidamente entre los textos convencionales y redundantes, escritos para convencidos, que suele producir el Vaticano desde hace mucho tiempo.
A Benedicto XVI le ha tocado uno de los períodos más difíciles que ha enfrentado el cristianismo en sus más de dos mil años de historia.
La secularización de la sociedad avanza a gran velocidad, sobre todo en Occidente, ciudadela de la Iglesia hasta hace relativamente pocos decenios. Este proceso se ha agravado con los grandes escándalos de pedofilia en que están comprometidos centenares de sacerdotes católicos y a los que parte de la jerarquía protegió o trató de ocultar y que siguen revelándose por doquier, así como con las acusaciones de blanqueo de capitales y de corrupción que afectan al banco del Vaticano.
El robo de documentos perpetrado por Paolo Gabriele, el propio mayordomo y hombre de confianza del Papa, sacó a la luz las luchas despiadadas, las intrigas y turbios enredos de facciones y dignatarios en el seno de la curia de Roma enemistados por razón del poder. Nadie puede negar que Benedicto XVI trató de responder a estos descomunales desafíos con valentía y decisión, aunque sin éxito. En todos sus intentos fracasó, porque la cultura y la inteligencia no son suficientes para orientarse en el dédalo de la política terrenal, y enfrentar el maquiavelismo de los intereses creados y los poderes fácticos en el seno de la Iglesia, otra de las enseñanzas que han sacado a la luz esos ocho años de pontificado de Benedicto XVI, al que, con justicia, L’Osservatore Romano describió como “un pastor rodeado por lobos”.
Pero hay que reconocer que gracias a él por fin recibió un castigo oficial en el seno de la Iglesia el reverendo Marcial Maciel Degollado, el mexicano de prontuario satánico, y fue declarada en reorganización la congregación fundada por él, la Legión de Cristo, que hasta entonces había merecido apoyos vergonzosos en la más alta jerarquía vaticana. Benedicto XVI fue el primer Papa en pedir perdón por los abusos sexuales en colegios y seminarios católicos, en reunirse con asociaciones de víctimas y en convocar la primera conferencia eclesiástica dedicada a recibir el testimonio de los propios vejados y de establecer normas y reglamentos que evitaran la repetición en el futuro de semejantes iniquidades. Pero también es cierto que nada de esto ha sido suficiente para borrar el desprestigio que ello ha traído a la institución, pues constantemente siguen apareciendo inquietantes señales de que, pese a aquellas directivas dadas por él, en muchas partes todavía los esfuerzos de las autoridades de la Iglesia se orientan más a proteger o disimular las fechorías de pedofilia que se cometen que a denunciarlas y castigarlas.
Tampoco parecen haber tenido mucho éxito los esfuerzos de Benedicto XVI por poner fin a las acusaciones de blanqueo de capitales y tráficos delictuosos del banco del Vaticano. La expulsión del presidente de la institución, Ettore Gotti Tedeschi, cercano al Opus Dei y protegido del cardenal Tarcisio Bertone, por “irregularidades de su gestión”, promovida por el Papa, así como su reemplazo por el barón Ernst von Freyberg, ocurren demasiado tarde para atajar los procesos judiciales y las investigaciones policiales en marcha relacionadas, al parecer, con operaciones mercantiles ilícitas y tráficos que ascenderían a astronómicas cantidades de dinero, asunto que sólo puede seguir erosionando la imagen pública de la Iglesia y confirmando que en su seno lo terrenal prevalece a veces sobre lo espiritual y en el sentido más innoble de la palabra.
Joseph Ratzinger había pertenecido al sector más bien progresista de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II, en el que fue asesor del cardenal Frings y donde defendió la necesidad de un “debate abierto” sobre todos los temas, pero luego se fue alineando cada vez más con el ala conservadora, y como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) fue un adversario resuelto de la Teología de la Liberación y de toda forma de concesión en temas como la ordenación de mujeres, el aborto, el matrimonio homosexual e, incluso, el uso de preservativos que, en algún momento de su pasado, había llegado a considerar admisible.
Sus ideas, alineadas con el ala más conservadora, hacían de él un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha convertido la Iglesia
Esto, desde luego, hacía de él un anacronismo dentro del anacronismo en que se ha ido convirtiendo la Iglesia. Pero sus razones no eran tontas ni superficiales y quienes las rechazamos, tenemos que tratar de entenderlas por extemporáneas que nos parezcan. Estaba convencido que si la Iglesia católica comenzaba abriéndose a las reformas de la modernidad su desintegración sería irreversible y, en vez de abrazar su época, entraría en un proceso de anarquía y dislocación internas capaz de transformarla en un archipiélago de sectas enfrentadas unas con otras, algo semejante a esas iglesias evangélicas, algunas circenses, con las que el catolicismo compite cada vez más –y no con mucho éxito— en los sectores más deprimidos y marginales del Tercer Mundo. La única forma de impedir, a su juicio, que el riquísimo patrimonio intelectual, teológico y artístico fecundado por el cristianismo se desbaratara en un aquelarre revisionista y una feria de disputas ideológicas, era preservando el denominador común de la tradición y del dogma, aun si ello significaba que la familia católica se fuera reduciendo y marginando cada vez más en un mundo devastado por el materialismo, la codicia y el relativismo moral.
Juzgar hasta qué punto Benedicto XVI fue acertado o no en este tema es algo que, claro está, corresponde sólo a los católicos. Pero los no creyentes haríamos mal en festejar como una victoria del progreso y la libertad el fracaso de Joseph Ratzinger en el trono de San Pedro. Él no sólo representaba la tradición conservadora de la Iglesia, sino, también, su mejor herencia: la de la alta y revolucionaria cultura clásica y renacentista que, no lo olvidemos, la Iglesia preservó y difundió a través de sus conventos, bibliotecas y seminarios, aquella cultura que impregnó al mundo entero con ideas, formas y costumbres que acabaron con la esclavitud y, tomando distancia con Roma, hicieron posibles las nociones de igualdad, solidaridad, derechos humanos, libertad, democracia, e impulsaron decisivamente el desarrollo del pensamiento, del arte, de las letras, y contribuyeron a acabar con la barbarie e impulsar la civilización.
La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia que parece haberle rodeado en estos últimos años es sin duda factor primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación por los valores éticos y vocación por la cultura y las ideas. (Fin del artículo de Mario Vargas Llosa)
En elPeriódico de Guatemala del 22 de febrero se publicó esta nota titulada “Pontificados más largos y más cortos de la historia”, la cual reproduzco a continuación:
Aunque en este cuadro solamente hay al final una mención del papa Juan Pablo I, que estuvo olamente 33 días al frente de la Iglesia y de gobierno de la Ciudad del Vaticano, su breve paso por el pontificado es de suma importancia, porque se ha venido diciendo en numerosas investigaciones y publicaciones que no murió de muerte natural, sino fue asesinado con veneno por elementos que no estaban de acuerdo con sus ideas y su comportamiento personal que rechazaba el boato y desde que se sentó en el trono de san Pedro pidió actuar con humildad y observó insólita sencillez. Tras su elección, tomó una serie de decisiones tendientes a hacer más humano al Papa, admitiendo públicamente que se ruborizó cuando Pablo VI le nombró Patriarca de Venecia. Fue el primer Papa moderno en hablar en singular utilizando “yo” en lugar del plural mayestático “nosotros”, como si cada vez que hablasen lo hacen en nombre de Dios, aunque las grabaciones oficiales de sus discursos fueron reescritas de un modo más formal por algunos de sus ayudantes más tradicionalistas, que reincorporaron el plural mayestático en notas de prensa y en las noticias del diario L’Osservatore Romano.
La imperial Silla Gestatoria cargada por los sedarios
También fue el primero que rechazó usar la imperial Silla Gestatoria, hasta que le convencieron de que era necesario para que los fieles pudiesen verle. Pero de hecho él fue el último papa que la usó porque fue sustituida por medios más modernos, como el “papa movil” de Juan Pablo II, y la posterior plataforma rodante que también prefirió Benedicto XVI. La Silla Gestatoria es una silla con travesaños en ambos lados que permite levantarla y llevarla en hombros como las largas andas que cargan los “cucuruchos” de Guatemala durante la Semana Santa, y que tenía como único fin transportar al sumo pontífice de tal forma que los fieles lograran tener una vista amplia del santo padre. Es una silla que cargan en andas comolos fieles católicos cargan a Jesucristo, a su madre y a los santos durante las procesiones. Fue usada como tal por última vez por el “Siervo de Dios” Juan Pablo I ya que el Beato papa Juan Pablo II cuando se encontraba ya muy limitado por la edad y por la enfermedad decidió ser transportado en una plataforma móvil sobre la que se colocaba una silla que era llevada por los sedarios, esta vez no en hombros, sino rodando. Su santidad Benedicto XVI ha decidido continuar con la adaptación realizada por su predecesor inmediato aunque prefiere ir de pié en vez de sentado. Aquí dejo varias fotografías de ambas de estos instrumentos que tienen el mismo objetivo, cada uno con sus pro y sus contras.
Juan Pablo I eligió como lema de su papado la expresión latina Humilitas (“humildad”), lo que se reflejó en su polémico rechazo de la regia coronación y uso de la tiara papal en la ceremonia de entronización, sustituyéndola por una simple investidura, en contra de lo prescrito por la Constitución Apostólica Romano Pontifici Eligendo, promulgadaen 1975 por el papa Pablo VI. Pero su humildad era tan extremista y extravagante que un día salió en bicicleta a recorrer la Ciudad del Vaticano. Lo cual le valió la firme oposición de los tradicionalistas que decían que la liturgia de la Iglesia católica ha sido parte esencial en el éxito de esa religión.
Una de sus declaraciones de más impacto y repercusión en la prensa que mereció duras críticas de los tradicionalistas fue que “Dios es Padre y, más aún, es madre”, refiriéndose a Isaías 49:14-15 que compara a Dios con una madre que no olvida a su hijo Sion.
Juan Pablo I sentado en el trono de san Pedro
Juan Pablo I, nacido con el nombre de Albino Luciano, fue el papa número 163 de la Iglesia católica y soberano de la Ciudad del Vaticano desde el 26 de agosto de 1978 hasta su muerte ocurrida 33 días después. Fue el sucesor de Pablo VI, quien nació con el nombre de Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini y fue el papa No. 262 de la Iglesia católica y soberano de la Ciudad del Vaticano desde el 21 de julio de 1963 hasta su muerte, ocurrida en el palacio de Castelgandolfo el 6 de agosto de 1978. En Italia es recordado con los apelativos de Il Papa del Sorriso (“El Papa de la sonrisa”) e Il Sorriso di Dio (“La sonrisa de Dios”) porque tenía una sonrisa permanente. Fue elegido en la cuarta votación del cónclave inusualmente breve, de hecho el más corto del siglo XX . Había sido el Patriarca de Venecia, siendo así el tercer Patriarca de Venecia en ser nombrado Papa, tras Giuseppe Melchiore Sarto, elegido en 1903 con el nombre de Pío X y Angelo Giuseppe Roncalli, elegido en 1958 como Juan XXIII. Escogió el nombre de Juan Pablo I, convirtiéndose en el primer Papa en la historia con un nombre compuesto, gesto con el que pretendía honrar a sus dos predecesores, Juan XXIII, que le nombró obispo y Pablo VI que le nombró Patriarca de Venecia y cardenal. Asimismo, fue el primer Papa que usó el ordinal “primero” en su nombre de pontífice. Se llegó a pensar que su elección fue debida a la división que se produjo entre miembros de distinta ideología dentro del Colegio Cardenalicio: los conservadores y “curialistas” apoyaban al cardenal Giuseppe Siri, quien defendía una interpretación más conservadora, o incluso una corrección draconiana de las reformas del Concilio Vaticano II; y quienes defendían el Evangelio de la Liberación y una interpretación más liberal de las reformas del Concilio Vaticano II, y otros cardenales italianos que apoyaban al cardenal Giovanni Benelli, pero éste no obtuvo los votos suficientes por sus tendencias “autocráticas”. Pero por un motivo o el otro se llegó a creer que fue asesinado, había sido envenenado por una moja que le llevó una taza de té una noche antes de ir a descansar y por la mañana se descubrió su defunción.
El cardenal Karol Wojtila felicitando a Juan Pablo I después de haber sido electo . Quién iba a decirle que él iba a ser su sucesor con el nombre de Juan Pablo II en honor a él.
Entre los cardenales procedentes de fuera de Italia, que estaban perdiendo influencia en un Colegio cardenalicio cada vez más internacionalista, había figuras como la del cardenal Karol Wojtila, obispo de Cracovia (Polonia). En los días posteriores al cónclave, los cardenales declararon con satisfacción que habían elegido al “candidato de Dios”. Pero se hizo de importantes enemigos cuando propuso ciertas extravagancias, como tomar una serie de decisiones que hiciesen “más humano” al Papa. También fue el primero en rechazar el uso de la “Silla Gestatoria” hasta que sus consejeros le convencieron de que era indispensable para que los fieles pudieran verle. Motivo por el cual aceptó ser llevado en hombros, lo cual rechazó firmemente su sucesor Juan Pablo II, quien después del atentado que sufrió empleaba el llamado “Papa Móvil”. Juan Pablo I eligió como lema de su papado la expresión latina Humilitas (“humildad”), lo que se reflejó en su polémico rechazo de la acostumbrada regia coronación llena de boato y el uso de la tiara papal en la pomposa ceremonia de entronización, sustituyéndola por una simple investidura en contra de lo prescrito por la Constitución Apostólica Romano Pontifici Eligiendo promulgada en 1975 por Pablo VI. Una de sus declaraciones, de gran repercusión en la prensa, fue cuando dijo que “Dios es Padre y, más aún, es madre”, refiriéndose a Isaías 49:14-15 que compara a Dios con una madre que no olvida a su hijo Sion. Este comentario lo hizo durante su Ángelus del 10 de septiembre de 1978, en el que también pidió orar por los Acuerdos de Camp David en Estados Unidos de América. Con lo que evidenció que era partidario del bloque estadounidense en la llamada Guerra Fría con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), mientras que en el Vaticano había un fuerte sector que propiciaba un acercamiento pacífico con la URSS. Esa lucha ha venido siendo permanente entre quienes eran abiertamente anticomunistas o por lo menos partidarios de la Glasnost y Perestroika de Mijail Sergueievich Gorbachov, último dirigente de la URSS.
Los cardenales comenzarán a reunirse a partir del lunes 4 de marzo, peroel Cónclave para elegir al nuevo sucesor de san Pedro no comenzará sino en una semana o dos. Sin embargo, es probable que la elección será rápida porque la Iglesia católica deberá tener un nuevo Papa antes de que comience la Semana Santa. Por lo que, aunque se jure por toda la Corte Celestial, no es sensato creer que todavía que no se está desarrollando una campaña de proselitismo entre los cardenales con mayores posibilidades de suceder a Benedicto XVI , o por lo menos decidir de qué país podría surgir ese nuevo Papa. Hay importantes motivos para sospechar que éste pudiese ser de origen brasileño dado que es el país del mundo con mayor número de católicos y, además, porque en el transcurso de este año tendrá lugar allá un importante acontecimiento católico a nivel mundial. Lo que es más probable es que esta vez el Papa no será otro italiano, ni tampoco será un estadounidense. También se ha dicho que podría ser un cardenal africano. El hecho es que ya ha comenzado la lucha por adueñarse el poder pontificio. Porque esa lucha se viene desarrollando permanentemente. No ocurrió únicamente en la terrible época de los papas de la familia Borgia.
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