Perdonen mi retraso involuntario para continuar con mis agradecimientos por la inmerecida distinción que me ha conferido la Fundación Mario Monteforte Toledo al otorgarme la Orden que lleva el nombre de ese prolífico novelista que da nombre a la fundación, así como también por la asistencia de numerosos queridos amigos, entre ellos algunas distinguidas personalidades del país, cuya lista me sería imposible tratar de recordar, al acto que tuvo lugar el jueves 26 del mes pasado en el Centro Cultural de la Embajada de México que ostenta el nombre de nuestro ilustre compatriota el poeta, escritor y crítico de arte Luis Cardoza y Aragón, pero no he podido continuar ese relato antes de ahora debido a la profunda emoción que sentí, el stress me produjo, y, sobre todo, el desarrollo de las XXX Olimpíadas que se están desarrollando en Londres –las cuales me tienen muy entretenido y no creía que iba a vivir para llegar a verlas, pero ahora estoy convencido que no veré las próximas dentro de cuatro años. Les ruego su comprensión.
Después de leer unas palabras de agradecimiento a la Fundación Mario Monteforte Toledo en general y a mi querido amigo el empresario y escultor José “Pepo” Toledo Ordóñez en particular, porque estoy convencido de que todo esto se debe a su amistad y generosidad, así como su asistencia al numeroso público, para no aburrir a la concurrencia con la narración pormenorizada de mi larga trayectoria periodística –porque habría sido como una de esas interminables telenovelas que son llamadas “culebrones”–, continué con un discurso improvisado y al comenzar se me quebró la voz de la emoción cuando dije que cometí el pecado de tratar de destacar como periodista en este país en el que imperan la envidia, la descalificación y la intolerancia, sobre todo cuando el tema a tratar se refiere a sectores de poder, ya sea el militar como el político o el económico. ¡La intolerancia de estos sectores ha sido tradicionalmente enorme! Mientras tanto se iban proyectando imágenes de algunos significativos episodios de mi vida e hice hincapié en que en Guatemala no se puede vivir del periodismo… ¡pero sí se puede morir por el hecho de ser periodista! Digo que se puede morir, primero y principal, debido a los sueldos de miseria que me pagaron las empresas de los medios de comunicación, los cuales no son suficientes para sobrevivir decorosamente. ¡Mucho menos cuando uno trata de vestir bien y pretende ser un sibarita para vivir, comer y beber! Y eso fue cuando me pagaron, porque para poder desarrollar mi vocación periodística tuve que soportar escribir gratis en el antiguo Nuestro Diario, en Prensa Libre, en El Gráfico, en La Razón, en La Nación, en La Hora, en Impacto y en Siete Días, y también produje y presenté –también gratis desde luego– programas en las radiodifusoras Panamericana, Radio Ciro’s y Emisoras Unidas. Y cuando por fin logré que en algunos medios me pagaran algo por mis colaboraciones, los sueldos fueron realmente miserables. Para darles un ejemplo, en Prensa Libre, después de escribir gratis durante varios años diariamente una columna, lo más que me llegaron a pagar mensualmente fue Q100.00 de aquellos tiempos, o sea que me pagaban el equivalente a Q. 4.16 por columna. A pesar de que mis columnas –Escena por Apuntador, en la que agregaba una sección de notas cortas denominada Chojín y Buenos días, que firmaba con mi nombre– eran de lo más leído del periódico, con lo cual, naturalmente, contribuía a aumentar el tiraje de ejemplares. Pero en 1967 fui demandado ante el Juzgado Sexto de Primera Instancia de lo Criminal, acusado de haber cometido los delitos de “injurias vertidas por la prensa” contra un malhechor internacional de nacionalidad italiana de nombre Orazio Cultreri Bucceri, quien se hacía pasar por “doctor” aunque sólo había sido paramédico o enfermero en el aeropuerto de Milán, de donde fue expulsado después de haber sido acusado de participar en tráfico de drogas con unas azafatas de una compañía aérea. Ese sujeto vino a Guatemala después de haber sido expulsado por las autoridades de migración y de policía de Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y México. Pero aquí encontró acomodo con algunos amigos suyos que le creían lo que él decía y obtuvo la franquicia del concurso de Miss Universo y el de Miss Guatemala, pero supe que organizaba cenas privadas que compartían las jóvenes y bellas candidatas a quienes él hacía desfilar en traje de baño ante personas adineradas de avanzada edad. Cuando esto llegó a mi conocimiento, por medio de una de las candidatas, comencé a hacer una investigación del comportamiento que había tenido en los países donde había estado, y recibí alarmantes reportes de las dependencias de migración y de policía. ¡Era un pájaro de cuentas! México fue el último país del cual lo habían expulsado y cuando ya estaba sentado en el avión en el que iba a ser repatriado a Italia, rompió un vidrio del asiento que ocupaba con lo que podría causar la despresurización y los pilotos rehusaron transportarlo, y entonces México lo expulsó en otro avión a Guatemala. Yo publiqué los informes oficiales que obtuve en mi investigación, pero en un juicio de imprenta contra mí, acusado de los delitos de injuria y difamación. Asesorado por abogados inescrupulosos que vieron la posibilidad de que si ganaban el juicio penal contra mí, por Injurias y Difamación, posteriormente podrían entablar una demanda millonaria por la rama Civil por Daños y Perjuicios contra la empresa de Prensa Libre. Fue integrado un Tribunal de Honor y el juicio tuvo lugar en la Sala de Audiencias de la Corte Suprema de Justicia el miércoles 29 de septiembre de 1967. El Tribunal de Honor me declaró culpable porque el Código Penal establece en los artículos 161 y 162 del Código Penal lo siguiente: Articulo 161.- “Es injuria toda expresión o acción ejecutada en deshonra, descrédito menosprecio de otra persona. El responsable de injuria será sancionado con prisión de dos meses a un año”. Y “Artículo 162.- “Al acusado de injuria no se le admitirá prueba sobre la verdad de la imputación.”
¡De nada sirvieron los numerosos reportes oficiales de los países donde ese italiano había estado y fue expulsado! Fui declarado “autor responsable del delito de injurias” y sentenciado a cuatro meses de arresto menor conmutables en su totalidad a razón de cincuenta centavos diarios y el juez dispuso que siguiese gozando de libertad, pero con la prohibición de volver a referirme al mismo tema. El artículo 35 de la Constitución no valió nada.
Esta fue la portada del diario Prensa Libre al día siguiente del juicio. El resultado causó verdadera indignación general, pero fue evidente que mis jóvenes abogados no se habían percatado del absurdo contenido de los artículos 161 y 162 del Código Penal. Como puede verse, estoy en la tribuna señalando con el dedo al mafioso italiano Oracio Cultreri Buccelli, quien me demandó penalmente acusándome de difamación por haberle desenmascarado de las fechorías que hizo en otros países antes de venir a Guatemala. En otra de las fotos puede verse al ciudadano Jorge Toriello Garrido, ex miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno, declarando a mi favor y encarando al abogado de Cultreri. En la otra foto están los miembros del Jurado de Imprenta que me condenó.
No está de más agregar que, efectivamente, después de mi condena en el juicio por la Rama Penal, varios abogados plantearon una demanda millonaria en nombre de Orazio Cultreri contra la empresa de Prensa Libre por Daños y Perjuicios, por haber sido el medio en el que publiqué los antecedentes de ese individuo. Ante lo cual el abogado que tenía entonces Prensa Libre, quien se decía “mi amigo”, sugirió al director, mi también supuesto “amigo” Pedro Julio García, que me destituyera para marcar distancia conmigo y alegar que yo había publicado sin su conocimiento todo lo que publiqué, aunque la verdad era que en ese periódico no se podía publicar ni una sola palabra sin la autorización del director o del jefe de redacción y él personalmente revisaba todo lo que yo publicaba. Porque no es verdad que solamente los gobiernos militares o dictaduras civiles autoritarias ejercen censura, sino lo hacen también las propias empresas periodísticas. Ahora probablemente menos que entonces. Para mi sorpresa, mi “amigo” Pedro Julio García le hizo caso y me dijo que no me iban a publicar ningún artículo más, a pesar de que había colaborado gratis con ese periódico desde su primer número, y tuve que buscar otro medio para poder seguir desarrollando mi vocación. Poco tiempo después encontré acomodo en El Gráfico, en el cual tuve experiencias que más adelante narraré. A manera de posdata les cuento que pocos días antes de morir, Pedro Julio García vino a visitarme y me pidió que le perdonara por esa acción que había tomado por consejo de su abogado. Y con lágrimas en los ojos me relató que recientemente ese mismo abogado le había traicionado a él en un asunto delicado de interés económico. Y concluyo informándoles que ante la peligrosa situación que estaba enfrentando Prensa Libre por culpa de ese comprobado aventurero, las autoridades del gobierno del licenciado Julio César Méndez Montenegro lo capturaron un día y le expulsaron del país rumbo a la República Dominicana, de donde poco tiempo después también fue expulsado y se fue a Puerto Rico, donde un día fue asesinado en la calle, aparentemente por la mafia italiana. (Continuará)
Twitter: jorgepalmieri