Dos días después de la visita del Presidente José López Portillo a la residencia de la Embajada en la calle Goethe para comer un tamal guatemalteco, volé a Guatemala y almorcé con el Presidente de la República, General Romeo Lucas García, para informarle del generoso ofrecimiento que me hizo mi amigo el mandatario mexicano. Al General Lucas le impresionó mucho el espontáneo ofrecimiento y me preguntó: “¿Y a vos qué te parece?”, a lo que yo le respondí: “Que si lo acepto, el gobierno de Guatemala debería reciprocarlo dando a México una casa para sus oficinas, porque ahora están en una casa alquilada propiedad de Rosita Marzano en la Avenida Las Américas y 18 calle de la zona 14″. El Presidente Lucas no titubeó para contestarme: “¡Muy buena idea! ¿Cómo podríamos proceder para decirselo al Embajador de México, General Rafael Macedo Figueroa?” A lo que le contesté: “Simplemente hay que decírselo para ver si está de acuerdo en quedarse con esa casa para sus oficinas”. Lucas me contestó: “¡Hecho! ¡Encargate de eso!” Por lo que al terminar de comer el caquik acostumbrado fui a buscar al Embajador Macedo Figueroa a la magnífica residencia de la Embajada mexicana en la zona 10 para informarle del asunto. A él le pareció un canje excelente, nada más que hacía falta que yo encontrara en el Distrito Federal una casa apropiada para la residencia del Embajador de Guatemala.
Y tan pronto regresé a la Ciudad de México redoblé esfuerzos con mi amada esposa para buscar la casa apropiada y que estuviese ubicada en una zona distinguida de la ciudad, donde estaban la casi totalidad de residencias de los embajadores acreditados en México. La primera que nos gustó estaba en la Avenida Las Palmas, frente a una iglesia católica y era de un licenciado Valverde. El precio que ese señor pedía por su casa era de 11 (once) millones de pesos mexicanos.
Al día siguiente visité al Presidente López Portillo en su despacho en Los Pinos, y cuando le dije el nombre del dueño de la casa en Las Palmas se sonrió al decirme: “Ese abogado fue mi compañero en la universidad. Ten cuidado con él porque es un tramposo”. Y también ese mismo día almorcé con mi amigo el licenciado Delfín Sánchez Juárez, biznieto del Benemérito de las Américas don Benito Juárez, y ex embajador de México en Guatemala, con quien hicimos una buena amistad cuando estuvo en Guatemala durante el gobierno del licenciado Julio César Méndez Montenegro. Durante el almuerzo le conté de mis negociaciones con el licenciado Valverde y Delfín se rió y me dijo exactamente lo mismo que me había dicho antes el Presidente López Portillo. “¡Ay Palmis! ¡Con quién te fuiste a meter!”, me dijo. (El licenciado Sánchez Juárez me llamó “Palmis” porque cuando estuvo de embajador en Guatemala había leído en mis columnas en Prensa Libre que mi querido amigo “El Gran Moyas”, Miguel Ángel Asturias, me había bautizado como “Palmis”). Y agregó: “¡Ese Valverde siempre ha sido un tramposo! Lo conozco bien porque fuimos compañeros en la universidad. Pero te quiero decir otra cosa: si acaso llegas a hacer esa compra, cuando vivas en esa casa vas a maldecir el día que la compraste porque las campanas de la iglesia no te dejarán dormir. ¡Comienzan a repicar desde muy temprano! Te lo digo porque yo vivo muy cerca y estoy pagando caro la política liberal de mi bisabuelo contra la iglesia católica. ¡Te juro que no me dejan dormir las malditas campanas!”.
Pocos días más tarde subió el precio mundial del petróleo por disposición de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y en México los precios de todo se fueron a las nubes. En efecto, cuando volví a hablar con el licenciado Valverde, los 11 millones de pesos que originalmente me había pedido se convirtieron en 25 (veinticinco) millones. De lo cual informé de inmediato a mi amigo el Presidente López Portillo, quien se rió al decirme: “¿No te lo dije? ¡Ese tipo es un tramposo empedernido! ¡No sabe ser de otra manera!”. Pero luego se puso serio y me dijo: “Te ruego que le contestes de mi parte que es un tramposo, lo cual no me sorprende en lo más mínimo, pero que ya no nos interesa comprar su casa ni que nos la venda en los 11 millones que originalmente había pedido. ¡Ten paciencia! Sigue buscando y te aseguro que pronto encontrarán otra casa mejor. Les voy a mandar a una amiga mía que es corredora de bienes raíces y estoy seguro de que ella te encontrará la casa que les va a gustar.” El día siguiente me buscó en mi oficina una señora muy distinguida que se identificó como la corredora de bienes raíces de la que me había hablado el Presidente López Portillo y la llevé a la espantosa casa de la calle Goethe para que comprendiera la desesperante situación en la que estábamos y ella me aseguró que me comprendía y en pocos días nos llevaría a ver una casa apropiada.
Dos días más tarde me llamó por teléfono para informarme que creía haber encontrado la casa ideal para la Embajada de Guatemala en las Lomas de Chapultepec y que pasaría a buscarnos para llevarnos a verla. La casa era de una familia de industriales de apellido Huerta, que había constuído esmeradamente un hijo de ellos, que era arquitecto, y estaba situada en la encantadora callecita Sierra de la Breña, en las Lomas de Chapultepec, justamente a la vecindad de la casa de mi entrañable viejo amigo y colega periodista Jacobo Zabludovsky. Desde la entrada nos fascinó la propiedad. Prácticamente ya no era indispensable verla completa porque lo poco que vimos al principio nos convenció. Hicimos todo el recorrido de inspección y nos convencimos de que esa casa sería ideal para residencia de la Embajada de Guatemala. Hablamos con los señores Huerta, que eran unos españoles muy agradables, y nos pidieron $22 (veintidos) millones de pesos mexicanos por su casa. Cerca de un millón de dólares al cambio de aquel tiempo. La corredora de bienes raíces les pidió que rebajaran $2 millones y contestaron que iban a pensarlo y nos darían su respuesta unos días más tarde. Cuando salimos pensamos que ojalá no fuésemos a perder esa casa por haber pedido la rebaja y cruzamos los dedos. Esa misma tarde platiqué con mis amigos y colegas periodistas Pepe Pagés Llergo, director de la Revista Siempre! y Jacobo Zabludobsky y cuando les conté el proceso de la negociación, ambos me dijeron que era una tontería haber pedido rebaja porque nos exponíamos a perder esa magnífica casa. En esos días yo todavía creía en las supuestas apariciones de la Vírgen de Guadalupe al indio Juan Diego, y Anabella y yo fuimos a la basílica a pedirle que hiciera el milagro de que nos dieran esa casa. Al día siguiente me llamó la señora Emma de Huerta para darme la buena noticia que sí nos harían la rebaja que pedíamos, pero con la condición de que nosotros pagáramos al Notario Público que haría la compra-venta, que allá cobran caro. Y me advirtió que nos dejaban la casa sin muebles. Lo cual me pareció muy lamentable porque antes de poder trasladarnos tendríamos que buscar un decorador para que la amueblara y solicitar que nos enviaran el dinero de Guatemala, lo cual seguramente tomaría muchos trámites burocráticos y transcurriría mucho tiempo. Entonces le pedí que por favor nos la dejara amueblada porque nos gustaba así, tal como estaba. Y la señora Huerta nos respondió que le habíamos caído muy bien y que nos dejarían también los muebles.
Como podrán comprender, corrí a darle la buena noticia al Presidente López Portillo, quien sonriendo me dijo: “¿No te lo dije? ¿Ya viste? ¡Qué bueno que no le compramos la casa de Las Palmas a ese pícaro de Valverde porque Palmas es una avenida muy transitada, en cambio esa casa en la Sierra de la Breña es muy tranquila. Solamente entran a la cerrada los automóviles de quienes viven en esas casas, o sus visitantes autorizados. Yo conozco la casa porque la visité un par de veces cuando fui Secretario de Hacienda. ¡Te felicito! Mañana mismo ordenaré al Secretario de Programación y Presupuesto, licenciado Miguel de la Madrid, que mis gastos confidenciales de esa Secretaría te haga un cheque por $20 millones de pesos y después otro cheque por lo que te cobre el Notario Público por el contrato de compra-venta. ¡Me alegra mucho!”. Entonces le dije que lo que me preocupaba era que el embajador Macedo Fifueroa todavía no se había decidido por la casa de Rosita Marzano para que hiciéramos el canje. Y el Presidente López Portillo me contestó: “Yo les ofrecí regalarles la casa sin pedirles ningún canje, así que no me importa si el canje se hace o no llega a cuajar. Así que no te preocupes”.
Dos días más tarde me llamó mi amigo Miguel de la Madrid, Secretario de Programación y Presupuesto (quien más tarde sucedió a López Portillo), para pedirme que llegara a su despacho a recoger un cheque a mi nombre por 20 millones de pesos mexicanos. Como comprenderán, no me lo tuvo que decir dos veces, pero le dije que me extrañaba que el cheque fuese a mi nombre. Y al día siguiente llegué a la Secretaría de Programación y Presupuesto donde, efectivamente, de la Madrid me hizo entrega de un cheque a mi nombre por 20 millones de pesos mexicanos y me dijo que en cuanto tuviera el valor de los honorarios del Notario Público se lo dijera para que me hiciera otro cheque porque tenía órdenes del Presidente López Portillo de pagarlo. Cuando le insistí en mi extrañeza porque el cheque estaba a mi nombre, me explicó que si hubiese salido a nombre de la Embajada de Guatemala podría prestarse a malas interpretaciones y, además, tendrían que pedir permiso al Senado y tramitarlo a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores para hacer esa donación y, en cambio, en esa forma no tenían que dar explicación a nadie porque era de los fondos confidenciales del Presidente López Portillo en la Secretaría de Programación y Presupuesto.
Con el cheque a mi nombre por 20 millones de pesos mexicanos, vine a Guatemala para informarle al Presidente Lucas García. Y cuando le mostré el cheque a mi nombre me dijo: “¡No cabe duda de que sos un hombre honrado! Si no lo fueras probablemente te habrías guardado los 20 millones o te habrías ido a Brasil. Te felicito por la confianza tan grande que evidentemente te tiene el Presidente López Portillo. ¡Me alegra haberte nombrado Embajador en México! Ahora ya solo falta que el Embajador de México, General Macedo Figueroa, se decida por la casa que están ocupando sus oficinas para que la compremos y se la demos en reciprocidad. Hablá con él por favor para que se decida pronto”. Cumplí las instrucciones del Presidente Lucas y fui a pedirle al Embajador Macedo Figueroa que decidiera pronto si quería esa casa, o dijera cual otra casa quería. Él me contestó que por el momento le gustaba esa casa pero que le diéramos un poco de más tiempo para pensarlo bien. Al regresar a México hicimos el contrato de compra-venta con el Notario Público Alejandro del Valle, quien cobró de honorarios 1 millón 249, 575 pesos mexicanos, y la Secretaría de Programación y Presupuesto me hizo un cheque por esa cantidad para que le pagara.
¡Qué lejos estábamos de sospechar que antes de que se decidiera el Embajador de México, General Macedo Figueroa, un grupo de oficiales jóvenes del cuartel Mariscal Zavala le iban a dar un golpe de Estado al Presidente Lucas García y que el “presidente” de facto, General Efraín Ríos Montt, diría que él no había hecho ningún compromiso con México para hacer ningún tipo de canje, y “anuló” por sus pistolas mi nombramiento de Embajador, junto con otros nombramientos de embajadores que había hecho el depuesto Presidente Constitucional de la República, General Romeo Lucas García. ¡Pero conservaron la residencia! ¡No la devolvieron! El gobierno de Guatemala jamás cumplió con la reciprocidad que habíamos prometido. Y a mí ni las gracias me dieron por esa magnífica residencia que entonces costó un poco más de un millón de dólares y hoy seguramente vale lo menos US$10 millones de dólares, donde han vivido cómodamente todos los embajadores que me sucedieron. ¡Ni siquiera agradecieron en alguna forma al Presidente López Portillo el donativo ! Hasta el 10 de enero del año en curso que la entonces Embajadora, señora Rita Claverie de Sciolli, colocó esta sencilla placa de reconocimiento. (Continuará)
Twitter @jorgepalmieri